Los aranceles de Donald Trump

El jueves 3 de abril amaneció el mundo virtualmente patas arriba luego de la oficialización, la noche del miércoles, de la ronda de aranceles que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, repartió para todo el planeta.
Aunque era una crónica conocida, no dejó de generar toda la avalancha de reacciones que ha sobrevenido, algunas de las cuales han conllevado la aplicación inmediata de aranceles a las exportaciones de bienes de los Estados Unidos, algo natural y lógico, en un contexto de defensa de los intereses de cada país.
En el mundo prevalecen relaciones absolutamente desiguales, que se manifiestan en las ventajas que tienen unos para reacciones en igual proporción que lo recibido desde el país del norte, y otros—la inmensa mayoría, penosamente—que carecen de capacidad para actuar en consecuencia.
Los primeros han podido responder a la envestida arancelaria del mandatario estadounidense, porque tienen la capacidad de fijar reglas de juego o hacer que Trump respete las existentes.
En ese ámbito se encuentran naciones como Chila, la India, la Unión Europea en su conjunto o de manera individual de algunos de sus miembros, no así la casi totalidad de los países de América Latina.
Los países del sur están en la obligación de arreglar su carga sin pretender reciprocidad, pues carecen del peso suficiente para participar con relativa posibilidad de éxito en la correlación de fuerza global.
En ese contexto se encuentra la República Dominicana, cuyo mayor volumen de exportaciones va al mercado estadounidense, y carece de capacidad de maniobra para girar esta realidad hacia otro rumbo.
De modo que a lo sumo debe tratar de negociar de forma bilateral con la administración Trump, con muy pocas posibilidades de éxito.
En definitiva, entre otras muchas cosas que se derivan del vendaval arancelario del inquilino de la Casa Blanca, podemos decir que su orden ejecutiva pudiera haber cantado la última misa a la Organización Mundial del Comercio (OMC). ¡Triste panorama!