Un caso sin solución duradera
La formación de un consejo transitorio, que a su vez designó a un primer ministro para darle cierta legalidad a las ejecutorias del Gobierno en Haití fueron pasos que alentaron la percepción internacional de que la crisis caminaba a una salida, aun precaria.
A ello se sumó la determinación de la comunidad internacional, liderada por las Naciones Unidas, de alistar un contingente multinacional para ayudar a la Policía Nacional de Haití a enfrentar a las bandas criminales que tienen bajo su control a más del 60% del territorio haitiano.
Luego de la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU; unos cuantos traspiés antes de darle forma a la fuerza liderada por Kenia; la llegada de la fuerza y una ligera mejoría de la seguridad, todo pareció retornar al punto de partida.
La lucha de poder en Haití ha dado como resultado la destitución del primer ministro, cuya administración parecía encaminarse a gestionar con alguna esperanza el proceso hacia la consolidación del gobierno provisional y ajustar la situación hasta lograr la realización de elecciones en un tiempo prudente.
Pero todo esto da la impresión de que se ha revuelto, con la agravante de las bandas armadas, sin ningún empacho, anuncian en redes sociales—como si fuese un evento conmemorativo—que reanudan sus acciones criminales sin que las autoridades ni las tropas de apoyo, den la apariencia de contener esos desafueros.
El clímax de la situación ha sido el ataque a tiros de un avión de pasajeros, poniendo en peligro la vida de todos sus ocupantes.
Haití, en términos sencillos, parece no tener solución.
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