Trump y América Latina

La política de Donald Trump hacia América Latina y el Caribe fue durante su pasada administración, una mezcla de retórica dura, decisiones polémicas y una indiferencia estratégica que dejó huella en la región.
Aunque Trump promovió un discurso agresivo y unilateral sobre la migración, el comercio y la soberanía nacional, la realidad es que su administración tuvo un enfoque más bien distante y errático en cuanto a la cooperación regional, lo que generó una relación ambivalente con América Latina.
Su posicionamiento divergente desde sus primeros días en la Casa Blanca, se centró en promover una política de “América Primero” que aisló a sus socios históricos en el continente.
Su insistencia en reforzar el muro fronterizo con México y las duras medidas migratorias no solo tensaron la relación con el país vecino, sino que afectaron a millones de migrantes latinoamericanos en todo el hemisferio, los cuales tienen en México la única ruta, natural y lógica, para tratar de alcanzar el territorio los Estados Unidos.
Estas acciones, acompañadas de un discurso profundamente divisionista, fortalecieron los estereotipos y estigmas contra los latinoamericanos en los Estados Unidos, mientras ignoraban las complejas realidades sociales y económicas que impulsan la migración.
Sin embargo, la relación de Trump con la región no se limitó solo a la migración, ya que, en términos comerciales, sus políticas de aranceles y renegociaciones, como el nuevo acuerdo con México y Canadá, antes conocido como NAFTA, demostraron una visión pragmática que priorizaba los intereses de Estados Unidos sin tener en cuenta los efectos colaterales en sus socios.
Si bien el nuevo USMCA introdujo algunos cambios que mejoraron las condiciones laborales en México, también reforzó un marco de dependencia económica que limitó las posibilidades de desarrollo autónomo de la región.
Otro aspecto controvertido de la política de Trump hacia América Latina fue su relación con Venezuela. Aunque Trump apoyó públicamente a la oposición venezolana y lideró la presión internacional contra el gobierno de Nicolás Maduro, este respaldo fue principalmente retórico.
A pesar de implementar sanciones económicas, la administración de Trump mostró poco interés en liderar una estrategia integral que buscara una salida pacífica y negociada a la crisis venezolana. Su apoyo incluso a la integración de un gobierno paralelo que nunca funcionó en la práctica, terminó en un rotundo fracaso.
En el contexto actual, con China y Rusia ampliando relaciones con países de la región, el enfoque de la política de los Estados Unidos hacia Latinoamérica y el Caribe en la nueva administración de Trump, se esperaría más activo, pero sobre todo de mayor cooperación, hacia los vecinos que, en términos de estabilidad política, no le crean dolores de cabeza a Washington.
Esperemos.