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Pedro Henríquez Ureña: el valor de la honradez

Por Farid Kury

Colaboración/elcorreo.do 

Santo Domingo: Pedro Henríquez Ureña vivía en México, donde lo consideraban un sabio, cuando el dictador Rafael Leónidas Trujillo tomó el poder en 1930. Su hermano Max Henríquez, lo convenció de regresar a Quisqueya y aceptarle a El Jefe el importante cargo de Super Intendente General de Educación, que ahora sería el equivalente a Ministro.

Un día estando Pedro en el interior El Jefe visitó su hogar. Su esposa, Isabel Lombrado Toledano, lo recibió, pero no le permitió pasar de la puerta. Con valentía le dijo que «sólo en presencia de su marido recibe un hombre en su hogar». El Jefe se marchó, pero meses después Pedro Henríquez y su esposa hubieron de marcharse del país hacia Argentina, un país donde, al decir de Ernesto Sabato, «fue tratado con mezquindad y reticencia por sus colegas, con el típico resentimiento del mediocre, al punto que jamás llegó a ser profesor titular de ninguna facultad de letras de Argentina». Para ser profesor universitario debía adquirir la nacionalidad argentina y por tanto negar la dominicana, algo que Pedro nunca siquiera ponderó.

Debe decirse que esa no fue la única razón que lo llevó a abandonar el gobierno y a marcharse. Pedro aborrecía la forma de Trujillo gobernar. Un hombre de su categoría humanística le resultaba asfixiante el ambiente autoritario del régimen de trujillo. Del maestro Eugenio María de Hostos él escribió que había muerte «de una asfixia moral». Esa referencia a Hostos pudiera servirle muy bien a él. Pedro vivió en ese breve tiempo asfixiado moralmente.

Se marchó y jamás volvió, pese a los esfuerzos que hizo su hermano Max Henríquez, y el propio Trujillo por convencerlo de volver a Santo Domingo a ocupar una alta posición en el gobierno. Su rechazo a esas pretensiones fue categórico. Nunca siquiera consideró esa posibilidad. Prefería escribir e impartir docencia en México y en Argentina antes de colaborar con la dictadura de Trujillo.

Incluso su opinión sobre Trujillo y su oposición a su régimen generó disgustos con su hermano Max, que era un importante colaborador de Trujillo. En un artículo publicado en Lístin Diario, el escritor Tony Raful se refirió a ello, al hacer referencia a un testimonio que ofreció Sonia Henriquez Ureña, una de las dos hijas de Pedro. Dice el poeta citando a Sonia: «Max Henríquez, su hermano, era un intelectual de raigambre y dotes excepcionales, y fue designado Embajador de Trujillo en Buenos Aires. Una noche, que Max visitaba a Pedro, ella fue testigo de una fuerte discusión política sobre Trujillo. Y ella oyó a su padre decirle a su hermano, que la próxima vez que volviera a su casa, se abstuviera de hablar de política porque tenían criterios encontrados, diferentes respecto a Trujillo».

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En el mismo artículo Tony aporta: «Sonia nos contó, invitada a la Feria del Libro que dedicamos a Pedro Henríquez Ureña en el año 2003 en Santo Domingo, que su madre le confesó que Pedro le había dicho que si moría en el extranjero que no permitiera que sus restos fueran trasladados a Santo Domingo mientas Trujillo gobernara el país, que no quería ni necesitaba tributos de Trujillo».

Así se hizo. La esposa, pese a las diligencias de Max Henríquez, cumplió con esa encomienda. Pedro murió en el año 1946, «de manera callada» como dijo Jorge Luis Borges, en un tren que iba de Buenos Aires a la ciudad La Plata. Y no fue sino hasta mayo de 1981, 20 años después de caída la dictadura de Trujillo, cuando sus restos fueron traídos aquí y depositados en el Panteón de la Patria en la cripta de su madre, la insignie poetisa Salomé Ureña. Antes de traerlos se hizo en Argentina un homenaje a Pedro. Borges, que era amigo de Pedro y lo quería mucho, estuvo entre los presentes y habló. Federico Henríquez Grateraux, ilustre intelectual dominicano y pariente de don Pedro, estuvo entre la comitiva dominicana que en representación del gobierno asistió a dicha actividad. Y refiere que «Borges habló de Pedro Henríquez Ureña. Evocó su figura, sus conversaciones, su amistad inalterable de muchísimos años, y terminó llorando ante el público que le tributó una ovación».

Borges, con su autoridad, dijo que Pedro era un sabio. Y Juan Bosch, con el peso de sus palabras, lo calificó no solo de «Maestro» y de «El hombre enciclopedico», sino también como «El más ilustre de los intelectuales dominicanos». Y lo más importante, su talento siempre fue acompañado de probidad. No hizo, como otros, del talento un azote. Don Pedro es una expresión genuina del talento con honradez, dos cualidades que cuando se combinan en una persona producen, para bien de la humanidad, el producto más acabado.

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