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Lilís: las papeletas de la muerte

Por Farid Kury

Colaboración/elCorreo.do

PERSPECTIVA: Como político y gobernante Ulises Heureaux, Lilís,  era muy bravo, astuto y conocedor de la psicología social del dominicano. Pero también tenía un instinto criminal que lo hacía asesinar amigos y enemigos con la mayor frialdad.

Supo mantenerse en el poder alrededor de 15 años, pero no fue un buen gobernante. Su sagacidad política no fue usada para administrar bien las finanzas públicas.

En lo económico fue un desastre. Su manejo de la economía se basaba escencialmente en el endeudamiento externo e interno, y ese dinero era alegremente derrochado. Así empezó y así terminó.

Desde que llegó al poder se asoció con la compañia norteamericana, La Improvement, que le facilitó, en condiciones desventajosas, préstamos que eran usados para afianzar su dominio. Invertía una parte en obras de infraestructuras y la otra parte se apoderaba de ella, como si fuera una fortuna personal suya.  Pero sin olvidar nunca la parte que debía tocarle a los generales y caudillos locales para mantenerlos leales y alejados de las revoluciones.

En lo inmediato los préstamos aliviaban las dificultades económicas del gobierno, pero a la larga terminaron metiendo el país en un desastre financiero, que llevó a la propia muerte de Lilís.

A la muerte del dictador, el país reconocía como deuda externa 34 millones de pesos fuertes, cifra bastante alta para la época, amén de que parte de ella era el resultado de operaciones fraudulentas, lo cual evidenciaba el carácter corrupto y depredador del tirano y de su sangriento régimen.

Pero como toda acción genera su contraria, esas operaciones que beneficiaban en lo inmediato al tirano y a la estabilidad de su gobierno, a la larga terminaron conspirando contra la supervivencia del propio régimen.

En la medida en que disminuía el crecimiento económico de la década de 1880 y una buena parte de los recursos del Estado eran dedicados al pago de capital e intereses de la deuda externa, en esa misma medida Lilís requería de más recursos, y por tanto de más endeudamientos.

A tal extremo llegó el manejo medalaganario y corrupto de las finanzas que el propio dictador en numerosas ocasiones autorizaba contrabandos de mercancías a los comerciantes a cambio de recursos verdaderamente irrisorios.

Pero llegó un momento en que ya no era posible obtener más recursos con La Improvement ni con los prestamistas internos, que en su mayoría eran comerciantes y empresarios amigos del tirano.

Fue entonces cuando decidió recurrir a la famosa maquinita para emitir papeletas sin respaldo, lo que contribuyó, evidentemente, a desvalorizar el peso nacional. En vez de disminuir el gasto, cada vez que necesitaba dinero para aplacar posibles inconformidades y sublevaciones de los caudillos o pagar la nómina del Estado, ponía la maquinita a funcionar, emitiendo tantas papeletas sin imaginarse que las mismas terminarían provocando su propia muerte.

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Aquello fue un desastre financiero. El valor de la plata frente al oro se desvalorizó en un 50 por ciento, y la consecuencia de todo eso fue una reducción del valor adquisitivo de la población, y por consiguiente, un empeoramiento considerable de su nivel de vida, que de por sí era muy malo.

Fue tan fuerte el impacto de esa desvalorización del peso, que para 1898 los campesinos se negaban a recibir moneda nacional a cambio de sus productos. Esa actitud de los campesinos, llevó al tirano a la irracional posición de autorizar el fusilamiento de algunos campesinos, lo que, sin embargo, no los intimidó.

Era notorio el descontento de los campesinos y de sectores que tradicionalmente habían apoyado al dictador, como los comerciantes, empresarios y hacendados.

En la medida que crecía el caos económico, crecía la pugna entre esos sectores y el tirano, lo que lo llevó a distanciarse de ellos y a tenerles una animadversión, pues entendía que esos sectores, muchos de los cuales enriquecidos en la sombra de su poder, debían contribuir más a la solución de la crisis.

Entre esos sectores y Lilís había habido una alianza que los enriqueció a ambos. Ellos usaron el Estado para enriquecerse y Lilís aprovechó el poder económico de ellos para estabilizar su dictadura, pero también para enriquecerse.

Lilís amaba el poder y también el dinero. Así, no sólo era jefe del Estado, sino también un poder económico, y en la medida que se profundizaba la crisis económica, producto de la desvalorización del peso nacional y de la caída de los precios internacionales de las exportaciones, en esa misma medida se agudizaban las contradicciones entre el tirano y los poderosos. En ese enfrentamiento el tirano llevaba las de perder. Frente a esa nueva situación, a Lilís le ocurrió lo que siempre les ocurre a los tiranos en situaciones semejantes. Perdió la agilidad mental y la astucia que les habían caracterizado y empezó a actuar sin ton ni son, dejando al desnudo la situación precaria en que se encontraba.

Recurrió al desgastado expediente, que otrora combatió, de ofertarle a Estados Unidos el arrendamiento de la Bahía de Samaná, e incluso le ofertó colocar el país bajo su protectorado, como paso previo hacia la anexión. Todo eso lo hacía pensando que con eso, podía preservar su poder personal. Pero desgraciadamente para él, en el poder no iba a durar mucho tiempo más. Estaba llamado a morir pronto en Moca, un 26 de julio de 1899, a manos de Ramón Cáceres y de Jacobito de Lara, como parte de una conspiración acaudillada por Horacio Vásquez. Andaba en el cibao recogiendo e incinerando las papeletas que alegremente había lanzado a las calles. Pero ya era tarde. Esas papeletas eran las papeletas de la muerte y andaban persiguiendolo.

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