Farid KuryPerspectiva

Juan Bosch y Rafael Tomás Fernández Domínguez

Por Farid Kury

Colaboración/elCorreo.do

PERSPECTIVA: El estallido intempestivamente el 24 de abril de 1965 de la Revolución de Abril encuentra al fundador del movimiento constitucionalista, teniente coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez, en Chile como agregado militar. Había sido designado por el gobierno de facto del Triunvirato que sustituyó al derrocado gobierno de Juan Bosch en ese país sudamericano para mantenerlo lejos de la República Dominicana y del ambiente conspirativo que se sabía existía. Para él fue una sorpresa el estallido aquel día, como lo fue para todos los actores envueltos en el conflicto. En seguida voló para Puerto Rico para verse con Juan Bosch, líder político del movimiento que pedía su retorno al poder. El plan de Fernández Domínguez era seguir hacia santo Domingo para ponerse al frente de la lucha que el pueblo dominicano iba a librar con gallardía, primero contra las tropas del CEFA de Elías Wessin y Wessin, y luego contra la ocupación norteamericana.

Pero los acontecimientos se desarrollaron de forma tal que no fue sino hasta el 14 de mayo que pudo volar hacia República Dominicana y lo pudo hacer solo en un avión militar norteamericano. El no quería venir en ese avión, pero fue convencido por el profesor Juan Bosch. Su misión era comunicarle al presidente Francis Caamaño de la pertinencia de la llamada Fórmula Guzmán que se había pactado en Puerto Rico entre el profesor Bosch y los negociadores norteamericanos. Tan pronto pisó territorio dominicano se presentó frente a Caamaño y le comunicó el mensaje de Bosch. Pero 5 días después, el 19, le tocó encabezar, en una acción riesgosa, y para muchos improcedente, el asalto al Palacio Nacional, acción en la que lamentablemente fue alcanzado por balas norteamericanas y murió al instante.

Su muerte consternó al coronel Caamaño y al profesor Juan Bosch. Domínguez fue quien convenció a Caamaño a enrolarse al movimiento constitucionalista, y éste lo reconocía como el líder. Y entre él y el ex presidente Bosch había una amistad y un aprecio mutuo muy grandes. A su regreso del exilio en 1961 Juan Bosch lo conoció una noche y desde entonces nació entre ellos una admiración mutua. Sobre ese encuentro el Profesor nos deja este testimonio:

«Yo conocí al coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez en el ensanche Ozama, una noche de fines de octubre o principios de noviembre. Nos reunimos él, llevado por Martín Fernández, hermano de su esposa Arlette, un hermano del coronel y el licenciado Silvestre Alba de Moya. En esos días Fernández Domínguez no tenía aun el grado de coronel, y debo repetir aquí esta noche algo que inmediatamente después de esa reunión les dije a varios miembros de la dirección del Partido Revolucionario Dominicano, entre los cuales algunos deben recordarlo: que Rafael Tomás Fernández Domínguez era el dominicano que más me había impresionado después de mi vuelta al país. Me impresionó su integridad, su firmeza, que se veía a simple vista como si aquel joven militar llevara por dentro un manantial de luz».

Fijense que el profesor Juan Bosch no dice que Fernández Domínguez era el militar o el oficial que más le había impresionado; dice que «era el dominicano que más le había impresionado». Y eso es mucho decir, sobre todo que esa impresión era causada a un hombre que había tenido la oportunidad en 24 años de exilio de entablar amistades, y en algunos casos de confraternizar con los intelectuales y principales líderes políticos democráticos de América Latina. Obviamente no podía ser tan fácil impresionar a un hombre como Juan Bosch. Había que tener muchas condiciones, y el coronel Fernández Domínguez las tenía.

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Sobre ese encuentro Juan Bosch sigue diciéndonos:

«Fernández Domínguez se comportó esa noche muy discretamente; apenas habló. Por lo demás, según pude apreciar después, él no era parlanchín, sino más bien dado a oir cuidadosamente lo que se le decía y analizar lo que oía. Esa noche me preguntó qué pensaba yo de lo que debería ser un ejército. Observen que no me preguntó cuál era mi concepto de las Fuerzas Armadas Dominicanas sino de lo que debería ser las Fuerzas Armadas de un país como la República Dominicana, y le di mi opinión».

Al final de ese testimonio, ofrecido la noche del 19 de mayo de 1979, en un acto homenaje en honor al coronel Domínguez, y refiriéndose a la dolorosa noticia de su caída en combate, el Profesor nos deja estas hermosas y conmovedoras palabras:

«El día 19 recibí una llamada desde aquí, desde Santo Domingo, y con ella la noticia de que el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez había sido muerto por balas norteamericanas. Eran algo más de las 12 de la noche y yo me sentí sacudido de adentro afuera. Para mí lo que había caído en tierra dominicana, era una estrella; y no lloré porque en las horas de la adversidad los hombres que tienen responsabilidades no pueden llorar. Pedí que se le rindieran honores de general muerto en campaña; después cerré el teléfono y estuve un rato concentrado en mí mismo; luego lo levanté para llamar a Arlette, pero no lo hice. Fue en la mañana del día siguiente cuando hablé con ella y le comuniqué que su marido, tan joven y tan gallardo, había muerto en Santo Domingo. Le transmití esa noticia con dolor, pero sin pena. No me sentía apenado porque sabía que para Rafael Tomás Fernández Domínguez la carrera militar no significaba ningún privilegio sino una oportunidad que le había brindado el destino y que él aprovecharía a fondo para servirle a su patria. Y me satisface decir esta noche, con la presencia de todos ustedes aquí, que los hombres que saben entregarse a la causa de su pueblo como lo hizo él, no merecen lágrimas; que su caída es un tránsito hacia la inmortalidad, desde la cual los hombres como él le sirven a su pueblo mejor aun que estando vivos».

En otro momento, el profesor Bosch, cuyas palabras tienen el absoluto valor de la honradez, se refirió a la muerte del coronel, por quien sin duda sentía un profundo amor, de esta manera: «… murió en el ataque al Palacio Nacional. Fernández Domínguez no tenía necesidad de participar en aquel asalto que se había planificado para el 19 de mayo pero a él le sobraba vergüenza, le sobraba dignidad. Tenía una montaña de dignidad tan alta como el Pico Duarte en el corazón. El día de su muerte, Fernández Domínguez llevaba puesto el uniforme de oficial que le correspondía y que no manchó nunca con un atropello a ninguna persona, ni al pensamiento ajeno”.

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