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Johnny, talento con virtud

Por Frank Núñez

Colaboración/elCorreo.do

PERSPECTIVA: Por sorpresiva, la muerte del patriarca de la música popular dominicana, Johnny Ventura, ha generado una consternación unánime, que a muchos nos ha llevado a recordarlo tal cual era, al tiempo que lo tomamos como paradigma o modelo para la reflexión y la catarsis.

Muy pocos dominicanos han podido contener el llanto desde el pasado miércoles en la tarde cuando desde Santiago comenzamos a recibir los reportes que nos negábamos a creer, pidiéndole a Dios que se tratara de otra fake news, de las que tantas veces se dieron con Ventura, en el marco de la necromanía reflejada en las redes sociales, como hemos comentado por aquí con anterioridad.

Esta vez, tuvimos que aceptar la triste e irreversible realidad. Y ahí se hicieron también incontenibles  las remembranzas.

El pensamiento de José Martí ha estado presente en todos estos días, aunque nadie lo citara. El poeta y patriota cubano exigía a finales del siglo XIX que toda persona talentosa debía al mismo tiempo ser virtuosa. “El talento sin virtud es un azote”, repetía constantemente.

La conjugación del talento con la virtud fue lo que hizo de Ventura ese ciudadano paradigmático que los dominicanos despedimos entre lágrimas y música entrada la prima noche del pasado sábado.

La sociedad posmoderna en la que vivimos, está condenada a volverse invivible, de seguir la tendencia a separar el talento de la virtud. Es como si se nos exigiera, contrario a lo que planteaba Martí, que a mayor talento menor virtud, porque es lo que le conviene al mercado, en este capitalismo en versión neoliberal, definido como “salvaje” por el fenecido Papa Juan Pablo Segundo.

Eso explica la actitud de uno de los exponentes del llamado género urbano, que irrespetó la figura de Johnny con el cuerpo todavía caliente, pese a que después pidió perdón, súplica acogida por la familia Ventura, en un gesto que la enaltece.

Era necesario conocer al Johnny Ventura fuera de los escenarios artísticos para valorarlo en su justa dimensión, con todo y que como decía Martí, siempre se verán luces y sombras en los grandes hombres. El cubano refería que el sol, con todas sus luces, también tenía sombras, pero los mezquinos de siempre solo se limitan a destacar  las zonas oscuras.

La primera vez que compartimos con Johnny en la tranquilidad de su hogar fue por una invitación a cenar  que nos hizo a los periodistas Ricardo Rojas León, Leo Hernández, Leo Reyes, Alberto Ramírez y un servidor, encuentro que tuvo como escenario el entorno de su piscina de la mansión familiar, en cuyo fondo se observaba un gigantesco caballo bermejo, en alusión al nombre artístico del Caballo Mayor. De los presentes, solo Ricardo y quien escribe vivimos para contarlo.

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Ventura era para la época del referido encuentro, a finales de los años 90, el alcalde de Santo Domingo, que no estaba dividido en el Distrito Nacional y los demás municipios como ocurre hoy. Era todo el “Gran Santo Domingo”. Pero el artista y político parecía empeñado en que se le viera como uno más, hasta el punto de que cada vez que le decíamos “usted” nos corregía. Se sentía a gusto cuando se le tuteaba.

Doña Josefina Flores de Ventura (Fifa), sirvió los pescados fritos con tostones y ensaladas verdes, con la satisfacción de haberla preparado con sus propias manos, una distinción que todos agradecimos. Como era de rigor, las copas estuvieron presentes.

Al final, cercana la media noche, llegó la despedida. Nos recomendó que saliéramos por la misma callecita estrecha y empinada por donde mismo habíamos entrado, adyacente a una estación de gasolina, para retornar a la avenida Jacobo Majluta, y de ahí enrumbarnos a nuestras casas en la ciudad. Por desobedecer el mandato, fuimos a parar a la urbanización Puerta de Hierro, para luego recalar a la autopista Duarte, saliendo por Pantoja, en las proximidades de la entrada de Los Alcarrizos. Eso fue “parte de la aventura”.

Luego, como parte del equipo investigador de El Informe con Alicia Ortega, cuando se producía en CDN, entrevistamos al “patriarca” en la misma residencia de Arroyo Hondo, para un documental sobre el merengue y la bachata.

Por una imprevisión, el video con las explicaciones de Ventura sobre lo géneros autóctonos se extravió, lo que provocó que el colega Wellington Carpio grabara encima otras imágenes, obligando a una nueva entrevista. Johnny no puso reparos, ni se quejó, incluso se vistió con la misma ropa para que no desentonaran con las tomas de apoyo que sobrevivieron a las imágenes tomadas por Wellington.

Así de humilde y generoso era el Johnny Ventura que conocimos, cuya verdadera historia habrá que escribirse en lo adelante, sobre todo por su entrega a la defensa de la constitucionalidad, puesta en peligro por la ambición de poder hace un par de años. Su rebeldía frente a lo que consideraba una acción de lesa patria, actitud cercana a la inmolación, deberá ser tema para otras entregas.

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