Se ha tornado ya un hecho rutinario que genera pocos titulares en el mundo, el que el Ejército israelí cause una masacre en cualquier punto de la aprisionada Franja de Gaza, cuyas acciones genocidas han provocado casi 50,000 víctimas, en su mayoría mujeres y niños indefensos.
Esa cifra es muy superior según las Naciones Unidas, organización que ha perdido a cientos de sus servidores y voluntarios que ofrecen asistencia en el asediado territorio.
Las acciones del Gobierno israelí están visiblemente al margen del derecho internacional, siendo condenadas por unos pocos gobiernos, pues no se trata de una guerra contra otro ejército que dispone de iguales posibilidades de causar daños al enemigo en el terreno.
Se trata de un exterminio puro y simple, realizado con una atrocidad y un nivel de crueldad que rebasa todos los parámetros.
El Gobierno de Benjamín Netanyahu solo atiende a la sed de sangre del primer ministro y sus funcionarios, que la sacian con una desproporción inimaginable.
Y no han valido los reclamos para cesen la carnicería contra inocentes que no son combatientes, pacientes de hospitales, médicos, enfermeras, trabajadores de organizaciones humanitarias, en fin, algo infernal.
La Corte Internacional de Justicia, dependencia de las Naciones Unidas, ha catalogado la embestida israelí en Gaza como crímenes de lesa humanidad, al señor Netanyahu como un criminal claro y nato, y su reacción ha sido amenazar a los jueces de esa instancia.
Es decir, un genocida que pretende amedrentar a la justicia. Y sin embargo, el mundo ve todo esto como acciones rutinarias o defensivas.
Es cierto que los extremistas de Hamas cometieron un hecho deleznable el 7 de octubre del año pasado con su ataque al territorio israelí, pero se supone que la reacción hebrea no debió ser el extermino de incuantificables civiles inocentes.
¿Qué hará el mundo para lograr que Netanyahu detenga la crueldad en Gaza? Es la pregunta obligada sobre la inmensa tumba que es ese territorio arrinconado.
