Panorama

Fuego en la sierra: Bomberos a la fuerza en Pedernales

Por Tony Pérez

Redacción/elCorreo.do

PEDERNALES: En estos días, arde una franja de la ladera sur del parque nacional sierra Baoruco, en esta provincia del extremo sudoeste del territorio nacional, frontera con Haití, a 307 kilómetros de la capital. El fuego avanza rápido favorecido por la sequía. Devora decenas de hectáreas de bosques latifoliados o árboles de hojas anchas que sirven de hábitat a gran diversidad de especies. A unos dos kilómetros, desde el sur, el hoyo Pelempito, el impresionante cañón usado como atractivo turístico.

Con mucha voluntad, pero sin la tecnología apropiada, unos 150 hombres, entre ellos, empleados de Medio Ambiente, Defensa Civil, militares, bomberos forestales con refuerzos de La Vega, San de la Maguana, Baoruco y Duvergé, avanzan por áreas de difícil acceso, vadeando la espesa humareda para hacer trochas que contribuyan a aislar la candela.

Con aperos rutinarios, aplacan llamas, pero brotan otras. Los pinos son muy inflamables y se prenden en un pestañar. Peor si hallan la sequía como aliada.

Los hombres no se rinden y, según las autoridades, este lunes 20 de septiembre de 2021 lo han dominado en 95%.

Abajo, en el llano, entretanto, la juerga está activa. Parece que andan anestesiados, ajenos al impacto negativo del siniestro en sus propias vidas.

Los fuegos son recurrentes en la sierra.  Unos, provocados por fabricantes de hornos de carbón, caravanas de indocumentados y depredadores de los árboles maderables y del guaconejo que venden a productores extranjeros de esencia de esencias de perfumes caros. Y otros, producidos por fenómenos naturales.

El pedernalense está acostumbrado a ver sus montañas en llamas y ocultas tras  espesas humaredas. Y apagarlas no siempre fue un acto realmente voluntario.

 Tiempos tenebrosos

Durante los 12 años del régimen Joaquín Balaguer (1966-1978), resultado del derrocamiento del gobierno constitucional de Juan Bosch tras siete meses de instalado (1963), ir a la sierra a apagar fuego llevaba visibles las marcas de la represión. Las acciones macondianas de la Policía y el Ejército eran el signo de la época.

La violencia se acentuaba cuando los verdugos siquiera soñaban que el apresado era “comunista”. Comunista, la etiqueta que facilitaba reprimir y matar si era necesario al joven que no militara en sus causas manchadas de sangre.

Leovigildo Méndez (Rubio Gelín), activista del Movimiento Popular Dominicano, recuerda el día en que las autoridades le “pidieron la colaboración para ir a apagar fuego”.

Varios jóvenes se presentaron a la fortaleza porque les preocupaba la situación en las montañas del pueblo.

“Pero sólo fuimos voluntarios hasta que llegamos a la fortaleza. Porque, a partir de ahí, éramos dirigidos por militares, y de malas maneras. Recuerdo que nos montaron en un camión, y, cuando llegamos al sitio más próximo al fuego, hasta donde podía llegar el vehículo, el capitán de la época ordenó que nos recostáramos un par de horas para esperar a la madrugada y coger camino hacia donde estaba el incendio”.

Les ordenaban, les vigilaban y les hablaban como si fuesen reclusos peligrosos.

“Cuando nos dimos cuenta de eso, Lolin, Toñito el gordo y dos o tres más nos metimos a un monte dizque a hacer una necesidad fisiológica, y por ahí seguimos de largo. Salimos a la pista de Cabo Rojo (carretera de Aceitillar o de la bauxita). Veníamos bajando y vimos un vehículo que venía. Nos escondimos, pero alguien se quedó afuera para hacerle la seña de que nos diera una bola. El chofer era Mao, el de la panadería de allá arriba, de Savica. Pero él nos dijo que no nos podía dar la bola porque el capitán lo amenazó. Dijo que si veía los muchachos y los subía, le iba a incautar la camioneta por una semana allá arriba en Aceitillar”.

Lo confirma Leonardo Pérez (Leonardo Curú), un contemporáneo de Rubio Gelín y compañero de luchas.

“Bueno, yo fui voluntario una vez, pero después que estábamos allá, quedábamos presos. Pasamos el día caminando por esas lomas, y no encontramos el fuego.  A las a las cinco de la tarde salimos para el paradero, y allá nos dice el teniente Marín (Cayoso): ¡Preparen sus camas de ramas que mañana salimos a las cuatro de la madrugada!”

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Obedecieron. Uno a uno caminó hacia el monte a cortar ramas que amortiguarían la dureza del suelo y facilitarían al menos dormitar hasta el amanecer.

 “Al parecer, todos pensábamos lo mismo; fuimos a buscar ramos, pero seguimos de largo; fuimos saliendo en grupos hacia Pedernales. Caminábamos por la carretera de Cabo Rojo cuando pasaba la guagua de Mao el panadero y se paró para montar a Roger Dotel, que era su mecánico. Y nosotros, sin la anuencia de él, nos montamos todos… Éramos como treinta. Ahí estaban Compare y Toñito el Gordo. En esa época uno no podía salir a la calle porque lo agarraban preso y lo llevaban a apagar fuego. Sólo le daban de comer un pan con pica-pica”.

En los chats de pedernalenses reaccionan a un post experimental, Luis Vencedor Bello (Vencito), Aljimiro Bello (Piro), Juan Molina (Galibán) y César Pérez (Kukio).

Cuenta Vencito: “Recuerdo ver los guardias del Ejército corriendo detrás de los jóvenes mayores de edad para apresarlos y llevarlos a apagar fuego. A mí no me  tocaban por yo era menor de edad. Recuerdo que el gordo Rafelito, el de Erminda, un guardia vestido de kaki, sudado, lo corrió y éste se metió en una casa cerca de la calle Juan López, detrás de donde vive hoy Erick, el hijo del difunto Enrique. Yo estaba en una esquina, cerca del hoy colmado de Palén Terrero. El guardia lo capturó y le dio par de culatazos y se lo llevó preso a apagar fuego. Finalmente, el pueblo indignado, nos reunimos y decidimos ir como voluntarios.  Recuerdo a Ramón Timita, Lolin Zorrilla (Quijá de banco), entre otros”.

Piro recuerda ese día. “Hasta yo me sumé a la protesta, y, siendo menor, me sumé al grupo de voluntarios. Allá nos dieron pan con salchichón malo y agua sucia para tomar. Gracias a esa generación de jóvenes y adultos que, para que los guardias y los policías no abusaran más, nos sumamos para ir a apagar fuego; entre ellos, Mon, Azcanio, Mirín, Bobelo, Zata y otros”.

Para Galibán, la situación fue difícil: “Recuerdo yo que saliendo de la emisora, donde practicaba, me agarraron y Esmeralda se le paró adelante a la guagua llena de guardias, se le plantó y le dijo que le dispararan… Sólo decía: ¡Mátenme, mátenme! ¡Cuánto tiene que sufrir una madre!

Luis María Sena fue testigo de las escenas de la violencia estatal: “Entraban al cine y a los bares, y se llevaban a todos los jóvenes mayores de 18 años”.

Leomaris María: “Cómo olvidar esos tiempos si cuando se llevaban a mis primos Lolin y Azcanio, a mi abuela Rosa Merejo le daban ataques”.

César Pérez (Kukio), otro joven de la época: “Los guardias metían el camión del guardia Vizcaíno de reversa hacia la puerta del cine Doris, antes de terminar la película. Y así lo llenaban con jóvenes vestidos de sus pintas (ropas y zapatos). Generalmente, seleccionaban a los que ellos relacionaban con familias opositoras al régimen”.

Narra que una vez agarraron a Toñito el gordo. Y éste, preñado de rabia, les voceaba: ¡Abusadores! Y aprovechó un descuido de los guardias y se escapó. Llegó al día siguiente a su casa de la calle Juan López, desde Aceitillar. Había recorrido a pie unos 45 kilómetros.

Por el terror, en aquellos tiempos, las calles de Pedernales permanecían desiertas; sobre todo, durante las noches. Pero Mello Beata optó por seguir su rutina. Creía que nada le pasaría en la calle.

Según él, estaba exonerado de ser bombero a la fuerza en vista de su profesión de guitarrista y evangélico predicador de la palabra de Dios.

Así que salió rumbo a la iglesia de la calle Mella para participar en el culto. Y, al terminar, a las diez de la noche, regresaba a su casa muy confiado.

De repente, Mello tenía enfrente a una patrulla de verdugos, que le ordenó: ¡Acompáñeme!

Y él, músico al fin, guitarra y Biblia en mano, contestó desenfadado: ¿En qué tono?

No le valió la ocurrencia.

tonypedernales@yahoo.com.ar

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