
Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: La presente crónica es muy personal. No me la contó nadie. Me pasó a mí. Yo la viví, la gocé y la sufrí. Pero tiene para todos la lección de que en política no hay nada absolutamente asegurado. Tiene una enseñanza, la de que un hecho importante imprevisto puede torcer la brújula. La historia dominicana está llena de acontecimientos imprevistos que han resultado decisivos. Es la fuerza del azar. Con razón se dice : “lo seguro es lo tragao”. Es un dicho viejo sabido por todos, pero no siempre tomado en cuenta. Y si hay un lugar donde “lo seguro es lo tragao”, es en una contienda electoral.
Ese acontecimiento al que me refiero y en el que me vi envuelto sin tener ton ni son fue la muerte del doctor José Francisco Peña Gómez, que estremeció el país y generó un voto sentimental en favor de los candidatos de su partido que cambió la torta. A mí me afectó tanto que puedo decir fue decisivo para perder la candidatura a senador del PLD por Hato Mayor, que según encuestas prestigiosas, como la Rumbo-Gallup, la tenía ganada.
Aquí les cuento:
Eran alrededor de las 11.30 de la noche del 10 de mayo de 1998, a escasos seis días de las elecciones congresuales y municipales, cuando mi amigo Reynaldo Nova tocó la puerta de mi casa. Aunque yo estaba en la cama tratando de dormir no había logrado conciliar el sueño. Ocupaba mi mente la actividad marcha-caravana que en mi condición de candidato a senador por el PLD debía encabezar al otro día junto al Presidente de la República, el doctor Leonel Fernández, quien con su presencia, que generaba mucho entusiasmo, trataba de ayudar a los candidatos morados. En mi caso, dada nuestra vieja amistad, él había aceptado visitar no solo el municipio cabecera, sino también los otros dos municipios, como son El Valle y Sabana de la Mar. Además, mi candidatura era de las pocas que el PLD tenía punteras y con todas las posibilidades de ganar y había que reforzarla.
Reynaldo Nova y yo habíamos estado esa tarde en el municipio costero de Sabana de la Mar participando en distintas actividades y motivando el recorrido con el presidente, que pensábamos sería decisivo para rematar al contrincante, por lo que me sorprendió su presencia a esa hora.
-¿Qué pasa Rey, pasa algo?
-Sí, profesor, pasa algo y muy malo, me respondió Rey.
En segundos me levanté, abrí la puerta y a seguidas Rey me soltó la bomba:
«Peña Gómez acaba de morir».
La noticia era, obviamente, mala, muy mala diría yo, no sólo porque uno de los líderes más importantes del país acababa de morir, sino porque esa muerte iba a tener una repercusión directa en las elecciones que debían celebrarse apenas dentro de seis días.
Me sentí perturbado, preocupado. Me invadió la certeza de que el panorama electoral podía cambiar en contra nuestra. Yo llevaba una campaña sostenidamente agresiva y tenía todas las posibilidades de ganar y así convertirme en el primer senador del PLD en Hato Mayor. Incluso todas las encuestas que vi, entre ellas, una de la Gallup, publicada a finales de abril en la revista Rumbo, me colocaban en primer lugar. También mi amigo el compañero Danilo Medina, entonces secretario de la Presidencia, me enseñó apenas dos semanas antes del certamen otra encuesta que me daba ganador. El propio doctor Peña Gómez en un discurso pronunciado en abril, que aparece en un libro titulado «Mis últimos discursos», reconoce que «el candidato del PRD va en una cuesta muy difícil frente al candidato del PLD».
Yo sabía todo eso. Tan compenetrado estaba con las proyecciones que no me conformé con conocer los resultados de la Gallup. El mismo día que fue publicada fui a su sede central y adquirí los tres tomos de la encuesta correspondiente a los tres municipios para estudiarlos en detalle, punto por punto.
Pero ahora sentía que las cosas podían tomar un giro diferente al que llevábamos. Sentía que la muerte inesperada de Peña podía inducir un voto, que en ese momento no lo tenían, en favor de los candidatos del PRD. Esa noche no expresé preocupación. Casi no hablé. Me refugié en los muros del silencio. No quería infundir en los compañeros la preocupación que yo no dejaba de sentir por más esfuerzos que traté de hacer.
Al otro día fuimos a la capital para cerciorarnos de manera directa sobre la estrategia que nuestra organización asumiría frente al hecho que estaba envolviendo el país. Un hecho de esa naturaleza ameritaba una revisión al más alto nivel.
Ocurrió que estando como a las dos de la tarde, luego de pasar por los estamentos políticos, en un restaurante vi en la televisión un spot que el moreno había preparado para ser difundido el lunes, pero, dice Doña Peggy Cabral, que esa noche minutos antes de morir, como presintiendo su muerte, le pidió que llamara a los medios para que saliera al aire esa misma noche.
Se trataba del vídeo en el que Peña, casi con una cara cadavérica, proclamaba que perdonaba a sus enemigos. Tenía una carga terriblemente conmovedora. Demasiado emocional. La muchacha que nos traía la comida, al ver el vídeo, se quedó parada petrificada y de repente empezó a llorar y llorar. Miré a mis alrededores y vi a todos los integrantes de una mesa a mi derecha con las lágrimas que innundían sus caras. Cuando vine a ver, todos los presentes estaban conmovidos y algunos llorando.
En ese momento, entendí que habíamos perdido las elecciones. Que los esfuerzos de dos años de trabajos, intensos, costosos y agotadores, acababan de esfumarse. En ese momento, yo que tengo un espíritu recio, heredado de mis raíces, me sentí derrotado. Percibí claramente que las gentes les darían un voto sentimental consistente a los candidatos del PRD. Estábamos preparados para ganarle a los vivos del PRD, pero no a un muerto, y mucho menos a ese muerto. El muerto definitivamente nos derrotó. Claro, no era un muerto cualquiera. Era José Francisco Peña Gómez, el líder dominicano de mayor penetración en las masas pobres, un líder odiado por muchos, pero también admirado y querido por muchos otros.