Farid KuryPerspectiva

El Manuel de Js. Galván de Namphi Rodríguez

Por Farid Kury

Colaboración/elCorreo.do

PERSPCTIVA: Uno de los libros que leí cuando en septiembre de 1976, con solo 14 años, llegué a la República Dominicana, procedente del Líbano, fue la novela Enriquillo, del laureado escritor Manuel de Jesús Galván. Era una versión reducida, de apenas 100 páginas, pero con el pasar de los años leería la versión completa.

Brillante en el arte de narrar, Galván combina la historia con la novela y logra ofrecernos una interesante y cautivadora historia de Enriquillo, que es el nombre que le fue dado desde niño al taíno Guarocuya, y su sublevación en la Sierra del Bahoruco contra el maltrato de los españoles a los nativos.

Para muchos intelectuales, el Enriquillo de Galván es la mejor novela dominicana. En un artículo publicado recientemente en el Listín Diario, el escritor y prestigioso jurisconsulto Namphi Rodríguez, califica esa novela como «la más prestigiosa».

Personajes prestigiosos, intelectuales y exigentes críticos literarios, como nada menos que el Apóstol y escritor cubano José Martí, y los dominicanos Américo Lugo, Mariano Lebrón Saviñón y Max Henríquez Ureña, se han referido a dicha novela como a su autor de manera muy favorable.

En el citado artículo, Namphi refiere que el insigne escritor Max Henríquez Ureña dice que, en su novela, Galván describió: «con gran mesura y no sin cierto estudiado alarde de imparcialidad, el choque de raza de conquistadores con la raza aborigen. Logró cabalmente su objetivo sin apartarse de la verdad histórica».

Y sin duda así es. No hay manera de leer esa novela y no empatizar con Enriquillo, el líder de su raza que encabezó una guerra irregular de 14 años, contra los conquistadores españoles, y que terminó a resultas de un acuerdo entre él y los españoles.

Lo que no sabía al leer y volver a leer esa monumental novela, que su autor, el influyente escritor Manuel de Jesús Galván, era un notable exponente del pensamiento conservador dominicano del siglo XIX. Y junto con eso, era también un político pragmático, que pese a ser conservador por convicción, sabía desembarazarse de sus ideas políticas para adaptarse a las circunstancias y así casi siempre merodear en las cercanías del poder. Era, como diría el venerado escritor austriaco Stefan Zweig, como el agua: adaptable a cualquier envase.

La vida política de Galván destaca por ser un seguidor del general Pedro Santana, pero no uno cualquiera, sino incluso, su asistente personal. Fue, por tanto, un defensor a ultranza de la Anexión a España, proclamada el 18 de marzo de 1861 por Santana, y al mismo tiempo, fue uno de los que levantó su voz con fervor contra el movimiento restaurador, que estalló con mucho ímpetu el 16 de agosto de 1863. Galván, al decir de Namphi Rodríguez, decía y repetía que «los restauradores solo querían matanzas y destrucciones».

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Para el notable escritor Namphi Rodríguez, «la cercanía de Galván con Santana, de quien fue su secretario personal, se explica en que ambos se sentían españoles». Pero terminada la guerra de la Restauración y derrotados los españoles, Galván debió salir al exilio, donde en el contexto de la lucha entre los azules de Gregorio Luperón y los rojos de Buenaventura Báez, hizo causa común con el bando azul, llegando a tener buenos vínculos con muchos de ellos, lo que le permitió volver a encaramarse en las alturas del poder como en los mejores tiempos de Pedro Santana.

Namphy lo dice así: «El pragmatismo de Galván le permitió volver a disfrutar de las mieles del poder al ser designado ministro de exterior en el efímero gobierno de Ulises Francisco Espaillat». Luego, con Ulises Heureaux “Lilís”, Galván logró también confraternizar y llegar a ocupar diversos cargos importantes en los años en que el moreno puertoplateño encabezó una férrea dictadura. Con Lilís llegó a ser incluso su abogado personal.

Esa conducta política de Galván de navegar con eficiencia en muchas aguas y siempre estar en la superficie, que le permitió disfrutar de las mieles del poder con Pedro Santana, con Ulises Francisco Espaillat, y con todos los gobiernos azules, pero, sobre todo, con el dictador Lilís, es la típica conducta política del dominicano. La vemos desde la misma fundación de la República en febrero de 1844 y se ha mantenido inalterable hasta nuestros días. Cambiarse de bando en búsqueda de poder político, reconocimiento social y bienestar económico ha sido lo más natural del político dominicano.

Así, hemos visto en el siglo XIX a santanistas pasar a ser baecistas y a baecistas a santanistas, a luperonistas pasar a ser baecistas y a baecistas pasar al bando de los azules, a luperonistas pasar a ser lililistas. Y en el siglo XX hemos visto a jimenistas convertirse en horacistas, y a estos en jimenistas; a los antitrujillistas convertirse en trujillistas, y muerto éste, pasar de nuevo a ser antitrujillistas; a reformistas convertirse en leonelistas y perredeístas. Y en los últimos años hemos visto, tal vez en forma exagerada, a peledeístas abandonar su partido y refugiarse en otras organizaciones.

Cambiarse de bando es el pan nuestro de cada día, degustado con sabrosura por los de arriba, los de abajo, los del medio, los intelectuales, los analfabetos, los negros, los blancos, los rubios, los ricos, los pobres, los serios, los honorables, los bandidos, en fin, por todo el mundo. En la República Dominicana de nuestros amores y dolores ningún líder se ha escapado a los vaivenes de sus seguidores.

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