Editorial

¿Qué más se espera que ocurra en Haití?

La llamada comunidad internacional lleva meses dándole vueltas al molino sin decidir de manera firme enfrentar lo que sucede en Haití, donde hace rato la falta de autoridad dejó campo libre al caos y al predominio de las bandas criminales fuertemente armadas.

Desde noviembre del pasado año, cuando se emprendieron los esfuerzos para la conformación de una denominada Misión Internacional destinada a reforzar la capacidad de la Policía Nacional de Haití, no se han dado los pasos firmes para desplegar la misma.

Se han esgrimido muchas excusas para no implementar la resolución del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidos (ONU) que autorizó el despliegue que debió encabezar una fuerza liderada por Kenia.

En un principio, el país africano reclamó ser dotado de los recursos financieros para el sustento de la fuerza, dinero que fue apareciendo a cuenta gotas, pero solo en las buenas intenciones.

Porque lo cierto es que, en términos reales, no ha parecido el primer dólar que garantice al Gobierno keniano que sus tropas podrán sostener el esfuerzo de apoyar a la Policía haitiana, que cada día aporta nuevos indicios en el sentido de que ha sido superada por la fuerza irregular que representan los bandidos armados.

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Mientras eso sucede, Haití sigue pasos firmes hacia la disolución inevitable, a menos que la comunidad internacional deje de bailar de un rincón al otro del salón y se asuma la seriedad de la situación.

La capacidad de fuego de las bandas criminales está más que demostrada, no solo en las frecuentes acciones callejeras que llevan a cabo, sino hechos concretos por son ataques a comisarías policiales, incendio a la vivienda del propio jefe de la Policía, y más recientemente el ataque a tiros contra el Palacio Nacional en Puerto Príncipe.

También están a la orden día los incendios de edificaciones y fábricas, ataques a comercios y el linchamiento de personas con la incineración de sus cuerpos, en una extrema expresión de primitivismo que rebasa la civilización que conocemos.

La inercia que muestra la comunidad internacional para enfrentar con determinación el gravísimo problema haitiano, no deja a la República Dominicana otra opción que tomar sus propias medidas para evitar que ese estado de cosas nos afecte aún más.

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