Editorial

Nuestro reto frente a Haití

Pocos países han tenido con sus vecinos una relación tan disfuncional como el nuestro frente a Haití.

Es usual que entre los países que comparten fronteras de cuando en cuando se susciten dificultades de diversas índoles, pero estas casi siempre encuentran los canales para ser resueltas. No ocurre así entre la República Dominicana y la República de Haití.

Esta disfuncionalidad ha tenido un origen preciso: las autoridades del vecino país, casi nunca han cumplido sus compromisos.

Desde hace décadas, nuestro país ha suscrito decenas de acuerdos con sus pares haitianas—en los diversos aspectos correspondientes en cada caso—siendo la tónica el incumplimiento por parte de la contraparte.

Por igual período ha existido una llamada Comisión Mixta Bilateral, cuyas discusiones han concluido en nada.

Cuando se ha avanzado en determinados asuntos, la parte dominicana se ha quedado esperando la respuesta haitiana.

Y e las escasas oportunidades en que han dado alguna respuesta, lo han hecho en unos términos inaceptables para los dominicanos, pues muy reiterativamente el tema migratorio ha condicionado la cuestión.

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Por más vueltas que los haitianos dan en las negociaciones con las autoridades dominicanas, al final ha aparecido el sombrero: han querido que la indeterminada cantidad de sus nacionales que viven de manera irregular en esta parte de la isla, sea dotada de documentación legal.

Un absurdo, pues eso no va a suceder. En definitiva, nuestro desafío frente a Haití es enorme, pues nunca se sabe, si bien conocemos que la actitud de los haitianos siempre se inclina hacia el incumplimiento de lo pactado.

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