Frank NuñezPerspectiva

Vida después de la pandemia

Por Frank Núñez

Colaboración/elCorreo.do

PERSPECTIVA: Este diciembre los dominicanos podremos comenzar a desaprender las prácticas a las que debimos aferrarnos durante casi dos años de la pandemia del coronavirus, para poder dedicarnos a disfrutar de un mundo nuevo.

Los aires de “mundo nuevo” iniciados con la peste universal del coronavirus pudieran ser aprovechados para comenzar a sincerizar las relaciones domínico-estadounidenses, marcadas por sentimientos de amor-odio, debido a una historia contada con medias verdades, sin que estuvieran ausentes las ideologías y las propagadas pseudorrevolucionarias.

Precisamente semanas antes de que se conmemorara el 56 aniversario de la segunda intervención militar estadounidense a la República Dominicana, un 28 de abril de 1965, se debatió de manera muy oportuna el tema de un proyecto de ley que busca sustituir el nombre de la calle Charles Sumner por el del popular productor de radio y televisión Rafael Corporán de los Santos, lo que permitió a muchos dominicanos conocer el aporte del senador por Massachusetts a la soberanía nacional, en momentos que mercaderes de la política, como Buenaventura Báez, se la vendían a su país en bandeja de plata.

La defensa del legislador norteamericano a la República Dominicana frente al gobierno de los Estados Unidos fue por los años 1870, pero más recientemente, durante las primeras décadas del siglo XX, su nieto Bejamín Sumner Welles, dio seguimiento al testimonio de amistad de su antepasado con una obra fundamental para el conocimiento de la historia nacional: La Viña de Nabot.

Nabot viene a ser el personaje bíblico que representa a la República Dominicana, ya que de acuerdo con el Antiguo Testamente solo tenía una oveja, por la que fuera asesinado para saciar la gula del rey Acab, mediante maniobras perversas de su malvada esposa Getsabel. Estados Unidos representó, con su ocupación al país en 1916, el acaudalado soberano hebreo que despojó al vecino pobre del Caribe de lo único que tenía, su libertad, movido por sus ambiciones imperialistas.

El veterano revolucionario Rafael Chaljub Mejía, un izquierdista con alma merenguera, consagrado a la preservación de la música de “perico ripio”, defendió en la ocasión la memoria del noble estadounidense.

Sin que se analizaran las causas y las consecuencias de los acontecimientos históricos, la mayoría de los movimientos izquierdistas del país, sobre todo después de la intervención norteamericana del 1965, realizaron una labor propagandística en contra de los Estados Unidos, que no delimitaba entre lo que eran sus gobiernos imperiales, demócratas y republicanos, de lo que era su pueblo, laborioso y hospitalario con los dominicanos.

Para los representantes de lo que políticamente el intelectual Juan Isidro Jimenes Grullón describió como “Nuestra Falsa Izquierda”, la potencia del Norte representaba el mal, mientras la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la República Popular China, el bien. Ese estilo maniqueo de observar la geopolítica siguió incluso después  que los colosos exponentes del socialismo real se dividieron, hasta el punto de que uno decidió volver al capitalismo y el otro implantó un híbrido político-económico.

Te puede interesar:   Danilo y su ocaso gris (1/2)

Por lo menos ya se acepta que no todos en Estados Unidos son malvados, y eso lo demuestra cada día el nonagenario Noam Chomsky, como no todo fue bondad en el llamado campo socialista.

Pero independientemente de las desteñidas ideologías, en una época que las diferencias entre la izquierda y la derecha son como las que distinguían a los conservadores de los liberales de la Colombia garcíamarquiana, los dominicanos y los estadounidenses debieran mirarse a la cara y reconocer que han sostenido una relación de amor-odio que debe sincerizarse.

Es tiempo de hacerlo ahora, en honor a Charles Sumner y su nieto  Benjamín Sumner Welles, junto a los dominicanos que han encontrado en la Unión Americana su tierra de promisión. Existe la teoría de que el primer extranjero que se estableció en lo que hoy es Nueva York llegó desde la Isla de Santo Domingo.

En Estados Unidos viven unos tres millones de dominicanos que con sus remeses contribuyen a estabilizar la maltrecha economía nacional, realidad que se ha comprobado  con letras grandes durante la pandemia, al tiempo que cada día son más los norteamericanos que deciden retirase a República Dominicana a pasar los últimos días de sus vidas. También, cientos de miles escogen las playas criollas para vacacionar.

Como pasa con Haití, cuya historia le importa muy poco a la mayoría de los dominicanos,  ocurre con el noble pueblo de Abraham Lincoln, amigo del de Gregorio Luperón. Entre esos pueblos nunca hubo enemistad, aunque sí entre sus gobiernos. Parejas de origen gringo y criollo se forjaron en las dos intervenciones, fomentando el mulataje que nos caracteriza. Y hasta los izquierdistas más “come candela”, al irse del país, escogieron a Estados Unidos como segunda patria. Nadie se fue a Cuba, Rusia o China.

De manera que no hay por qué satanizar los proyectos conjuntos de los gobiernos dominicano y estadounidense en la persecución del crimen y la corrupción. La patria de los corruptos de aquí y de allá debe ser la cárcel. El patriotismo debe asumirse en el momento que a usted le ponen en mano la administración de los fondos públicos, manejándolos para bien de la población.

Siempre que sea para combatir el crimen, todas las alianzas son positivas, y más en este “mundo nuevo” traído por la pandemia, que debe enterrar para siempre el maniqueísmo antiestadounidense, abriéndole las puertas a relaciones sinceras y solidarias entre gobiernos y pueblos.

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba