Veterana periodista Eunice Lluberes publica en Diario Libre histórica entrevista a John Graham, diplomático canadiense en RD a la muerte de Trujillo

Redacción/elCorreo.do
SANTO DOMINGO: El periódico Diario Libre publica en su edición de este lunes una reveladora entrevista de la veterana periodista dominicana Eunice Lluberes al embajador canadiense John Graham, quien se encontraba de servicio en el país en los meses finales de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina, de cuyo magnicidio se cumplen este domingo 30 de mayo 60 años.
Lluberes refiere que Graham Era un diplomático novato veinteañero con el alma expuesta y lleno de bravuras adolescentes cuando llegó a estrenar su primer puesto en ‘’este otro planeta’’, reino del más cruel y megalómano dictador de América.
Relata que el vuelo de la línea Pan American aterrizó el 25 de noviembre de 1960, y la radio local anunciaba la muerte en un accidente automovilístico de tres hermanas oriundas de la localidad cibaeña Ojo de Agua.
“John Graham sintió que lo engullía una realidad alterna al hacer inmigración en el aeropuerto ‘’Generalísimo Trujillo’’, y salir a la autopista ‘’Teniente General Ramfis Trujillo’’, pasando el puente ‘’Radhamés Trujillo’’, el ensanche ‘Julia Molina’’, hasta llegar a su nueva residencia, en ‘’Ciudad Trujillo’’”, dice la periodista al reconstruir lo que era el ambiente dominicano en la década de los años 50 del siglo pasado.
Agrega que la “armadura de su confortable formación cívica canadiense comenzaría a desmoronarse en breve, al entrar en contacto con eventos surrealistas y una población encadenada por el miedo. Miedo a las paredes, a los teléfonos intervenidos, al servicio doméstico, a los ‘’calieses’’. Miedo de hablar del dictador por temor a no expresar suficientes loas a su figura y su obra. El sonido de motores de los vehículos que el pueblo llamaba “cepillos” rondaban los vecindarios, helando la sangre de los más corajudos”.
De acuerdo con el texto introductorio, el “terror desnudo se escondía detrás de las máscaras de normalidad bien administradas que los dominicanos ajustaban a sus caras”.
“A contrapelo, los rumores corrían sotto voce. En hilos de susurros, los diplomáticos compartían los detalles del asesinato de las hermanas Minerva, Patria y María Teresa Mirabal, de los cuerpos entregados a la familia, golpeados y vejados. El más reciente horror engrosaba la cadena de crímenes cometidos en la oscuridad de 31 años”, destaca.
Graham sintió ganas de matar a Trujillo
Con tantas grietas en su coraza, al joven Graham le dio por fantasear que podía matar a Trujillo en una de las actividades que semanalmente lo ponían cerca del dictador. Un colega británico apagó su fuego de ‘’cabeza caliente’’ diciéndole: “alguien lo va a hacer’’.
En el minúsculo cuerpo diplomático, reducido por las sanciones internacionales impuestas a Trujillo, había conocido a Henry Dearborn, cónsul general y encargado de negocios de la embajada norteamericana, quien fungía como jefe de estación de la CIA.
Poco imaginaba que ese personaje simpático y encantador proporcionaba armas al grupo que tramaba matar al dictador, y que usaba como conducto a Lorenzo Berry Wimpy, propietario de Wimpy’s, el supermercado pionero que estrenaba la élite capitaleña desde 1958.
Dearborn no tenía la imagen brusca, insensible o sigilosa que Graham asociaba ingenuamente a un operador de la CIA.
Tras la conversación con el diplomático británico, Graham siguió sus actividades, entre ellas prestar atención a los religiosos canadienses asediados por el Servicio de Inteligencia Militar (SIM), el siniestro dominio de Johnny Abbes.
Eran los tiempos en que Trujillo hostigaba a la Iglesia Católica, particularmente a los sacerdotes y obispos opuestos a concederle el título de ‘’Benefactor de la Iglesia’’.
El día que mataron a Trujillo
En la mañana del 30 de mayo de 1961 Radio Caribe acusó al sacerdote canadiense William Henry McNabb, de la orden Scarboro, de vender drogas a los adolescentes, y en la noche el joven Graham lo visitó en Haina, donde vivía con otros sacerdotes, para asegurarse de que estaba bien. Lo acompañaba su amigo Gordon Bruce, de Ottawa, y su perra Mamouna.
Encontró al padre McNabb tranquilo, poco perturbado por la calumnia, una entre las muchas que se difundían. Siguiendo un patrón habitual, fueron invitados a entrar a la casa. Graham acomodó su cuerpo alto, delgado, en una silla de guano, conversaron y después de hacerle los honores al ron y a unos fritos, emprendió el regreso a la capital en su destartalado Chevrolet.
Y por esa concatenación de circunstancias, el bisoño emisario se convirtió en el único diplomático que estuvo en el escenario donde Trujillo cayó asesinado a las 9:45 de la noche el 30 de mayo.
Sus pupilas claras registraron los detalles de esa noche inolvidable que rememora medio siglo después en su libro ‘’Whose man in Havana? Adventures from the Far Side of Diplomacy’’, publicado por la Universidad de Calgary.
‘’Una brisa cargada soplaba a poca distancia de la costa, sombras galopaban en la autopista, mientras copos de nubes se movían alejándose de la luna llena. Las espumas altas de las olas brillaban en la clara luz plateada al chocar con los arrecifes. A ocho kilómetros de la capital, fuimos detenidos por el SIM, dos agentes en un ominoso Volkswagen apostaron sus ametralladoras en las ventanas abiertas. Mamouna ladraba a la boca del cañón, hasta que Gordon la contuvo.
‘’Había otro vehículo al borde del camino. Nos identificamos, fuimos interrogados y liberados. Al acercarnos a las afueras de la ciudad, nos sorprendió un desfile de Cadillacs y Mercedes Benz moviéndose en dirección Oeste a gran velocidad. Se escuchaban ráfagas de balas, y estaba claro que ocurría algo dramático, fuera de lo ordinario’’.
‘’De lo que era nos enteramos muy temprano en la mañana del siguiente día por un colega británico. Trujillo había sido asesinado en un enfrentamiento a tiros poco antes de llegar nosotros a la escena. Fue su Chevrolet el que vimos en la autopista a un lado de la costa con agujeros de balas. Su chofer yacía herido a 30 pasos sin que todavía lo hubiesen descubierto’’.
El tránsito a la democracia
Tras el funeral del dictador, Graham quedó inmerso en los sucesivos eventos: la salida de los Trujillo, la turbulenta recomposición de las fuerzas políticas, los golpes y contra golpes, platos frecuentes del menú político.
Durante la campaña electoral de 1962, mientras el mundo vivía la amenaza de una catástrofe nuclear, fue trasladado a Cuba con instrucciones del gobierno canadiense de colaborar con la CIA en el monitoreo de las instalaciones militares soviéticas.
La misión lo despojó del traje de novato. Siguió ganando experiencia en una carrera de diplomacia clásica que lo elevó en rangos y pulió su poder de persuasión. Como embajador, desempeñó puestos en América Latina y el Caribe que lo colmaron de vivencias excéntricas y aleccionadoras, como no encontró en Londres, un destino más estable y predecible que siguió al de Cuba.
Su vida diplomática fue la de un poliedro. A Graham no sólo le tocó intercambiar con líderes mundiales, contribuir a crear plataformas para la democracia en sociedades desmembradas por guerras intestinas, como Bosnia, o dirigir misiones y mediar en conflictos electorales en Kirguistán, Ucrania, Palestina, Nicaragua, Paraguay, Venezuela, Guatemala, El Salvador, Haití y República Dominicana, sino que hasta fue jurado en dos concursos de belleza.
Su carrera ha sido como la de un viajero en peregrinaje de lo nuevo, un Paul Theroux inclinado a descubrir los entresijos, los ‘’colores y texturas de idiosincrasias locales’’.
Aunque confiesa que el rol de mediador ha requerido más humildad de la que tiene, su sencillez es bien conocida entre los diplomáticos que lo han visto llegar a recepciones montado en bicicleta, quitarse el casco y arreglar con parsimonia los pantalones de su traje.
Retorno a RD en 1988; mediador en crisis de 1994
Graham fue embajador concurrente de Canadá en el país de 1988 a 1992, y el mediador internacional en la crisis electoral dominicana de 1994. Su conocimiento de la realidad dominicana ha crecido en el tiempo por el trabajo profesional y los viajes que lo reconectan con viejos amigos.
En el 60 aniversario del asesinato de Trujillo, Graham habla reflexivamente del pasado y el presente del país.
Cambios en RD y en Graham
Ni él ni los dominicanos son los mismos.
La nación a la que vino en1960 era un conglomerado en tinieblas, de espíritu rústico, con menos de un tercio de la población actual. Un 84% de los dominicanos vivía en el campo. En la capital residían unas 466 mil personas, que hacían sus compras en ventorrillos y colmados.
Hoy sólo el 30% de los dominicanos vive en zonas rurales. Santo Domingo ha desbordado sus límites, dividida en dos demarcaciones que albergan 3.2 millones de almas.
La capital pequeña y limpia de 1960 es hoy una ciudad ajetreada con un tránsito caótico, grandes centros comerciales, lujos, amenidades y vicios propios de las urbes.
Son innegables los grandes cambios económicos, sociales y tecnológicos, pero el país sigue creciendo con las taras seculares de la injusticia distributiva y la corrupción, urgido de instituciones inclusivas y de una ética de servicio público.
Tras las tinieblas de Trujillo, la nación sigue buscando claridad y mejores rumbos.
El joven Graham de hace 60 años es hoy un abuelo cauteloso, de esos que administran bien sus opiniones y sus experiencias.
Habla abierta y jocosamente del pasado, y con reticencia, casi a cuentagotas, del presente dominicano. Los años que enseñan lo que los días desconocen han borrado en él todo rastro de ímpetus juveniles. En cambio, ha retenido la empatía. Durante largos meses viajó por Bosnia con un vacío doloroso entre el estómago y el pecho, observando la devastación. La pobreza y la desigualdad social es un tema recurrente en esta conversación.
—¿Cómo cree que impacta al presente dominicano la cultura política heredada de la época de Trujillo?
Para los dominicanos este es un tema sensitivo. Cuando escucho decir que el país necesita un gobierno fuerte, pienso que aún se está bajo la sombra de Trujillo. Desde mi limitado punto de vista, la nación no se ha recobrado totalmente de los largos períodos de ejercicio del poder de Trujillo y de Balaguer.
La historia de Trujillo tiene nodales contradicciones: la brutalidad de su dictadura y el hecho de que su impulso de construir infraestructuras modernas movió al país del siglo XIX al XX, al reconocer que una nación eficiente y productiva aumentaría su riqueza y su narcisismo.
Algunos de los hábitos de la “cleptocracia” se han enquistado profundamente, y continuaron, hasta cierto punto, bajo otros gobiernos, al extremo de que, para muchos electores, se convirtieron en una práctica desafortunada, a menos que ellos estuvieran entre los beneficiarios. A los gobiernos les ha parecido una práctica inevitable, quizás en algún grado, por la extensión de la pobreza y del analfabetismo funcional.
Las cantidades de dinero derrochadas en las campañas que observé, pintando caminos, casas y hasta colinas con los colores de los partidos políticos fueron enormes, y, por supuesto, no tenían ninguna relación con programas de gobierno.
Recuerdo una conversación con un Presidente durante una de las elecciones generales, en la que le pregunté si no era posible imponer algunos límites a las campañas políticas. Fue amable cuando le hice la pregunta, pero no me dio ninguna respuesta alentadora.
Tengo viva la memoria de un candidato que voló bajo en su helicóptero para lanzar pollos vivos a los potenciales electores.
Lamentablemente, el sistema de complacencias ha afectado la calidad del servicio público, aunque no en todas las funciones. Esto es duro de decir, y puedo estar desfasado, pero creo que no ha habido reformas mayores en la calidad y en el alcance de la educación pública. Entiendo que durante el pasado gobierno se invirtieron grandes sumas en la infraestructura educativa, pero se descuidó abordar las causas de la baja calidad de la enseñanza.
Por supuesto, estos no son juicios que la gente quiera oír o aceptar de un extranjero, cuyo país tiene sus propios problemas. Lo digo porque tengo un gran afecto por el país, y deseo verlo moverse en direcciones más prometedoras. Como sabes, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo no son tímidos para emitir sus opiniones, las cuales se enmarcan en esas mismas líneas.
En justicia, es esencial considerar que el país ha sido abusado y afectado a través de los años por las políticas y, a veces, la presencia de gobiernos extranjeros, los desastres naturales y los intensos problemas de una larga y porosa frontera con Haití.
Muchas de mis ideas y sentimientos han sido influidos por mis lazos con el Padre Louis Quinn, quien se convirtió en uno de mis mejores amigos, y por el tiempo que pasé en el poblado de Consuelo entre las Hermanas de la Inmaculada Concepción, que han creado un modelo de educación con sus escuelas, y mejorado con sus clínicas la salud de los pobres.
—Las fuerzas políticas han competido más que lo que han cooperado, y el país se ha visto privado de un plan de desarrollo consensuado sistemático y de largo plazo. ¿Cree que una cultura de diálogo o mediación entre los partidos puede cambiar esa tendencia?
La construcción de una cultura de diálogo, de consenso, siempre es un gran paso. Para la salud política del país es importante que las fuerzas principales compartan valores que no sean hostiles, valores básicos sobre los objetivos del Estado, no sólo de la protección de la soberanía, sino también sobre la distribución de la riqueza para garantizar a todos el acceso a la educación y a la salud.
La mediación, por supuesto, es invalorable, pero en muchas situaciones el éxito depende del grado en que ambas partes compartan valores comunes.
Esto es algo difícil de lograr, y una vez se establece puede destruirse o erosionarse seriamente por un liderazgo malo o carismático, como el de Donald Trump en Estados Unidos, a menos que la base de los valores compartidos sea bastante sólida.
En Canadá, mucho de esto ha evolucionado y sigue evolucionando con los pueblos indígenas, con algunos resultados buenos, y otros no tan buenos.
Para ustedes, el gran reto es crear un sistema que marche mejor, que no deje a nadie atrás. Puede ser un proceso largo, a menos que surja un liderazgo que se concentre en esto, que entienda esa necesidad. La esperanza es que haya más gente pensando en ello y actuando para producir resultados.
—Usted trabajó estrechamente con Monseñor Agripino Núñez mediando en la crisis electoral de 1994. ¿Le parece que con su retiro de la vida pública el país perdió al más efectivo de sus mediadores? ¿Cómo puede llenarse ese vacío?
El vacío dejado por Monseñor no es fácil de llenar, por lo singular de su intelecto y su personalidad, que le sirvieron para intervenir exitosamente en la solución de conflictos. Pueden surgir o cultivarse líderes que provengan de cualquier esfera de la sociedad, pero tendrán que ser probados por las crisis.
En gran medida, como consecuencia de la dictadura de Trujillo, han escaseado los valores comunes ampliamente compartidos. Vencer ese reto, como lo hizo en 1994, habla del genio y la personalidad de Monseñor.
—¿Cuáles cualidades debe tener un mediador para ser efectivo?
La mayoría de las cualidades que requiere un mediador tienen que ver con el sentido común, la calma, saber escuchar. En caso de ser un extranjero mediando en los problemas internos, debe hablar el idioma, conocer el país, su historia y sus personalidades políticas, y tener acceso a los actores principales, representar un país o una organización que tenga credibilidad para las partes, suficiente rango para ser tomado en serio y accesibilidad a los medios de comunicación. No debe ser de un país ni de una organización con intereses en el resultado final. Tampoco, idealmente, de una nación con poderío abarcador, como los Estados Unidos.
—¿Cuál fue su entrenamiento como mediador?
Generalmente, la diplomacia provee las destrezas generales requeridas. No recibí ningún entrenamiento, aunque estoy seguro de que el entrenamiento lo ofrecen instituciones como el Instituto Nacional para la Democracia (NDI), las Naciones Unidas y la OEA. Creo que ocurrió igual con muchos de los que nos convertimos en mediadores.
En mi caso, pasé del servicio exterior canadiense a dirigir la Unidad de Promoción de la Democracia, de la OEA. En esa condición dirigí la misión de observación electoral en 1994.
Sentamos un precedente al declarar, por primera vez en la historia de un monitoreo electoral de la OEA, que no podíamos endosar a Balaguer como ganador, debido a la escala del fraude electoral.
Nuestra posición fue apoyada por el NDI y por el IFES. Mi rol como jefe del equipo de monitoreo pasó al de la mediación, y luego vinculó con Monseñor Agripino. Pese a mi rol denunciando su fraude electoral, fui aceptado por Balaguer como mediador. Creo que eso se debió al hecho de que él y yo habíamos tenido muchas conversaciones y nos conocíamos desde cuando era embajador concurrente en la República Dominicana.
Un elemento que creo esencial en materia de relaciones públicas, fue el de asegurarme que se le diera la mayor cantidad de crédito posible a las sugerencias y a la sabiduría local. Parte de mi mantra era que la solución debía ser presentada como “hecha en la RD”.
Los medios y los políticos siempre estaban al acecho de encontrar evidencias de injerencia extranjera. Un apoyo público bien informado sobre la solución debe ser un objetivo constante.
El mediador debe estar siempre preparado para manejar las presiones o las advertencias de algunos sectores interesados en soluciones compatibles con sus intereses.
Enfrenté presiones de varios sectores. Una de las más enojosas provino de un político de peso, quien me urgió ‘’in my best interests’’ a que apoyara una solución favorable a Balaguer.
Tuvimos suerte de que Balaguer y Peña Gómez, contrario a otros, entendieron los riesgos de una guerra civil, una situación similar, pero, por supuesto, en mucho menor escala, a la de Kennedy y Khruschev durante la crisis de los misiles. Ambos resistieron a los consejeros del tipo gatillo alegre.
Ese fue el hilo común clave que condujo al éxito de esa mediación.
—¿Cuál fue su percepción de los actores políticos de la crisis del 1994?
La personalidad de Balaguer, su tenacidad, su fuerza cerebral y su astucia permearon todo este episodio. Gobernó como un cacique constitucional omnisciente, en algunos aspectos, igual a su mentor Trujillo.
Peña no podía competir con Balaguer en esa esfera. La conversación en la biblioteca cercana al palacio presidencial de la que tanto Agripino como yo fuimos testigos es prueba de eso, la famosa invitación de Balaguer de compartir el pastel. Si alguien hubiera estado entregando premios sobre el maquiavelismo global en los 90s, Balaguer hubiese sido finalista.
Mi libro ofrece una visión fugaz de las diferentes personalidades de los dos. Peña era directo, hasta el punto de ser, en ocasiones, ingenuo.
Nadie podía acusar de eso a Balaguer. Pero descubrí que Balaguer tenía un buen sentido del humor. Incluso disfrutaba los chistes a costa suya. Ese humor sirvió ocasionalmente para romper el hielo, y ayudó a forjar cierto lazo entre nosotros. No debo exagerar ese lazo, pero parecía disfrutar nuestras reuniones, aunque no todas fueron placenteras.
Lo visité en su retiro, después del 94, en su mansión en la Máximo Gómez. Estaba con su valet y factótum, pero estuvimos solos en la conversación, como ocurría en la mayoría de los casos a través de los años. Estaba fuera de la cama, impecablemente vestido. Yo venía de la playa, vestido informalmente, y no había tenido tiempo de cambiarme. Ojalá no lo haya notado por su falta de visión. Se veía muy viejo, pero igual de viejo se veía desde hacía 50 años. La conversación fue muy general y aparentemente no memorable. Me complació ser recibido.
Mencioné antes que Peña y Balaguer estaban conscientes de los riesgos de que la crisis, de no manejarse astutamente, podía derivar en una guerra civil. No puedo, ni pude entonces, evaluar la solidez de esos cálculos. Tanto Balaguer como Peña entendieron las consecuencias horrorosas y actuaron en consecuencia, pero Peña aún más. Y creo que el país nunca reconoció adecuadamente la parte crucial del rol de Peña en la crisis. Quizás me equivoco.
Otra de las personalidades con quien mi equipo y yo conversamos fue Jacinto Peynado.
Para mí, Jacinto era un poquito travieso, pero no mala persona. Si hubiera tenido que comprar un carro usado, se lo habría comprado a él. Lo conocí bastante bien ese verano de 1994. A veces teníamos sesiones mañaneras en su casa, tomando el jugo de naranjas más delicioso que he probado. Las naranjas provenían de su plantación, y yo disfrutaba su compañía. Al final, en ese momento crucial, mostró que tenía agallas, por lo que Balaguer lo castigó duramente. Fue en esa misma época que perdió a un hijo en un accidente automovilístico.
Con Juan Bosch interactué cuando estaba lúcido, pero la última vez que conversé con él, en 1990, estaba obsesionado con Lyndon Johnson y el daño permanente causado por la invasión de 1965. Habló muy poco sobre otras cosas. En un momento me dijo que no había decidido quién sería su acompañante de boleta, y le dije, bromeando, que le proponía al padre Quinn. Resultó embarazoso darme cuenta que había tomado en serio la chanza acerca de un amigo que ambos admirábamos y respetábamos.
Dejé su oficina, repleta de libros, en una edificación pintada con los encendidos colores del PLD, con la triste comprensión de que estaba perdiendo su agudeza mental y no estaba apto para gobernar.
—A propósito del sacerdote Quinn, ¿cree que puede reproducirse en otras provincias el modelo de la autogestión que desarrolló en San José de Ocoa?
Podría hacerse. Igual de importante sería replicar los modelos de educación desarrollados en Consuelo. No es fácil producir otro Quinn. Su trabajo fue difícil, ni siquiera la alta jerarquía de la Iglesia lo supo apreciar, y muchos políticos y militares lo veían como un izquierdista molestoso. Creo que Balaguer, Bosch y Fernández entendieron el valor de su trabajo.
Nos hicimos amigos en 1960 y la amistad se fortaleció con el paso del tiempo.
Era demasiado humano y cercano a la tierra, quizás de alguna forma muy macho para ser un santo convencional. Otro candidato debe ser el padre Ignacio Ellacurría que conocí en El Salvador. Sin embargo, hay personas en el país, religiosas y otras, quienes hacen este trabajo, pero todavía les falta apoyo.
—¿Cuáles son sus impresiones de la capital dominicana de hoy?
Aparte del gran crecimiento de la población y de la extensión, lo que más me impacta es la increíble división entre ricos y pobres. Me parece que la brecha se ha ampliado. Veo en mis viajes una riqueza enorme, muy notable, en medio de la cual resalta más la pobreza.
—¿Cuál de sus dos carreras disfrutó más, la de diplomático canadiense o la de mediador representante de instituciones defensoras de la democracia?
Todos los puestos fueron estimulantes. En eso tuve mucha suerte. Cuba fue muy excitante, por el vínculo con la CIA – un acuerdo informal entre el Primer Ministro Lester Pearson y el Presidente Kennedy — y lo que ocurría con Fidel Castro. Pero el que más impacto tuvo en mi vida fue el primero. Haber salido de los sistemas educativos de Canadá y de Inglaterra, de un ambiente tan diferente, y enfrentarme a una dictadura tan brutal, supuso un enorme cambio, requirió mucha adaptación y aprendizaje. Aún recuerdo el impacto que tuvo en mí la primera manifestación de la Unión Cívica en el parque Independencia.
Todavía los Trujillo mantenían el poder, la gente temblaba de miedo por los asesinatos de Ramfis y los apresamientos masivos. Con todo, unas mil personas se congregaron para escuchar a Viriato Fiallo, quien exhibió mucho valor en esa coyuntura.
Agentes del SIM rodeaban la multitud, mientras aviones militares sobrevolaban lanzando hojas sueltas con amenazas de represalias contra los que intentaban ‘’alterar la estabilidad’’.
Yo estaba detrás de la multitud escuchando a Don Viriato y, de pronto, comenzó a oírse por lo bajo el estribillo ‘’libertad’’, al principio alargando las tres sílabas de manera titubeante, hasta elevarse con el clamor tumultuoso de ‘’navidad con libertad’’.
Las lágrimas rodaban por las mejillas de mucha gente, mientras aumentaba el nudo en mi garganta. Alguien en la parte delantera comenzó a cantar el himno nacional, que en esa ocasión sonaba diferente, transfigurado por el valor y el aroma de libertad.
Ese día una parte de la nación redescubrió su alma.
Una carrera apasionante
John Graham, egresado de la Universidad Queen’s, de Canadá, y de la Universidad de Cambridge, del Reino Unido, teniente retirado de la fuerza naval canadiense, fue director general para la región del Caribe y América Central, y embajador del servicio exterior canadiense, de 1957 a 1992. A partir de ahí desarrolló la carrera de observador y mediador de procesos electorales. Fue el primer director de la Unidad de Promoción de la Democracia de la OEA, y actuó como mediador internacional en la crisis electoral dominicana de 1994. Estuvo en Bosnia tras la guerra civil, organizando elecciones provinciales. Dirigió la Fundación Canadiense para las Américas. Es miembro de los Amigos de la Carta Democrática Interamericana, y además de otros libros, es autor de “La crisis electoral de 1994, alejándose del precipicio”. Vive en la ciudad de Ottawa, donde escribe y realiza caricaturas editoriales para un periódico comunitario.