
Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: Desde que el hombre habitó las cavernas siempre estuvo en marcha hacia un estadio superior en procura de lo que más tarde se definió como el bienestar o la felicidad. La esperanza fue el lenitivo que permitía a los seres humanos padecer grandes angustias sin caer en estados graves de desesperación.
El mundo que ha sobrevenido en el siglo XXI, sobre todo después de la pandemia de covid-19, conspira contra toda esperanza, mientras figuras emblemáticas de la era, como es el caso del Bill Gates, se empeñan en convertir a la población mundial en neurótica, más preocupada por los temores que se le infunde con amenazas de nuevas pestes, cambio climático y calentamiento global, que por su cotidianidad más elemental.
Cada día más gente se pregunta sobre qué sentido tiene vivir en un mundo donde lo único que se espera es lo peor. Los que se dedican a predicar catástrofes, por conveniencias para sus negocios informáticos, lograrán crear un ser humano indiferente, que le dará lo mismo vivir que morir, puesto que por más que brinque y salte como quiera terminará en un panorama de tragedia.
El poeta anarquista Miguel D. Mena escribió hace un tiempo que lo más doloroso de nuestra época es que nos ha llegado sin revolución ni retorno de Jesús a la tierra. La redención preconizada por la utopía evangélica no se ha concretizado ni la que prometían los revolucionarios de los siglos XIX y XX.
Cuando el papa Juan Pablo Segundo vino a llamar capitalismo salvaje al muñeco que él contribuyó a fabricar con el derrumbe del socialismo del Este, ya era demasiado tarde. Y ahora, el capital no quiere más dioses, lo que junto al control de los pueblos con los recursos virtuales, ha parido un mundo para neuróticos. La gente vive llena de temores. Le teme a la pandemia que está y a las que según Bill Gates están en camino. Con el agravante de que el calentamiento global y el cambio climático podrían desaparecer muchos países.
Como se atribuye a la explosión demográfica la crisis climática, se observa a los organismos internacionales a través de sus ONG propugnar por un mundo homosexual. La promoción de estilos de vida donde se reduzcan las parejas de sexos diferentes está a la orden del día. Las informaciones de que artistas y otras figuras famosas salieron del closet se le da más despliegue en los medios y redes que el descubrimiento de una vacuna contra una enfermedad catastrófica. Y los que van por ese camino son los llamados izquierdistas y progresistas de nuevo cuño.
Probablemente quienes nacimos y crecimos en un mundo de ilusiones, de hombres y mujeres que se complementaban la existencia, no tendremos más recurso que la creación de clubes, logias e iglesias donde por lo menos la nostalgia nos aleje de la desolación que ofrece la sociedad actual, en la que se le ha faltado el respecto a toda doctrina, al arte verdadero, a la ciencia como instrumento para el bien, porque hasta la medicina y la educación se presentan como negocios vulgares.
Las navidades que hemos tenido últimamente, sin villancicos ni aguinaldos, es decir sin alegría, son producto del mundo sin encanto que nos ha creado el capital. Las mesas con grandes manjares ocupadas por familiares en las que cada uno está pendiente al celular es parte de la misma siembra. ¿Cómo terminará la cosecha? Es una pregunta que tal vez pueda respondérmela Pelegrín Castillo Semán.