
Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: El mundo parece haber olvidado que la vida es sagrada, cada día nos acostumbramos más a titulares que huelen a pólvora y a noticias bañadas en sangre, como si fueran parte natural del paisaje. Pero no lo son, el derramamiento de sangre jamás es normal, aunque nos lo quieran vender como inevitable, la humanidad aún tiene la capacidad de reaccionar, de recuperar un mínimo de cordura, la pregunta es: ¿hasta cuándo seguiremos contemplando la masacre sin exigir que se detenga?
Vivimos sumergidos en ríos de sangre, el mundo entero parece haberse rendido al derramamiento, como si la barbarie fuera ya un idioma universal. No es exageración: basta con abrir los ojos y mirar.
Ahí está Palestina, sangrando a borbotones bajo el peso de un Estado israelí que ha convertido el exterminio en política oficial, que ya no disimula ni su holocausto cotidiano contra un pueblo reducido a escombros y sombras, cada bomba, cada niño muerto, cada lágrima, nos recuerda que la palabra “genocidio” no es un recurso retórico, sino una realidad transmitida en tiempo real, con la complicidad de quienes callan.
En Europa del Este, el frente entre Rusia y Ucrania amenaza con convertirse en una fosa común de dimensiones históricas, entre caídos, desaparecidos y civiles arrasados, las bajas podrían rozar el millón, dos países enfrentados, y una comunidad internacional arrastrando a la humanidad hacia un escenario donde solo falta el chispazo nuclear para confirmar que la Tercera Guerra Mundial ya no es hipótesis, sino escenario montado.
En nuestro propio continente, la sangre no da tregua, América Latina y el Caribe se desangran en un narcotráfico y narco violencia que no conoce límites: ejecuciones a plena luz del día, cadáveres arrojados como basura, bandas criminales que sustituyen al Estado y hacen de la vida humana un producto descartable, a eso se suma la violencia política, donde levantar la voz se paga con la vida, basta mencionar el reciente asesinato de Charlie Kirk, ejecutado por el simple delito de ejercer su derecho a pensar en voz alta.
Todo encaja en una misma ecuación macabra: el poder devora, el negocio de la guerra florece, y la vida humana se convierte en carne desechable, los mapas se tiñen de rojo, los noticieros normalizan el espanto y, nosotros, espectadores, terminamos aceptando como “cotidiano” lo que debería indignarnos hasta las entrañas.
Aquí es donde el desenmascaramiento es inevitable: las élites globales no lloran a los muertos, los contabilizan en balances financieros, la sangre de inocentes “que nada tienen que ver con guerras, conflictos o narcotráfico” se traduce en dividendos, acciones en alza, contratos de armas, reconstrucciones multimillonarias.
Para ellos, cada explosión es una venta asegurada, cada masacre una oportunidad de negocio, cada río de sangre un caudal de dólares, su industria no es la vida: es la muerte.
“Ríos de sangre” no es una metáfora: es la descripción exacta del presente y, lo peor, lo más desgarrador, es que la humanidad parece caminar sin resistencia hacia la detonación final, como si en algún lugar ya estuviese el dedo tembloroso, a milímetros de presionar el botón nuclear, el que confirmará que este planeta eligió extinguirse no por falta de recursos, sino por exceso de odio y por la codicia de quienes lucran con el dolor.
Sin embargo, no todo está perdido, la historia enseña que las civilizaciones han estado al borde del abismo y, en ocasiones, lograron retroceder, la conciencia colectiva puede ser más poderosa que cualquier arsenal. Si la gente común, los pueblos, las comunidades, se levantan con la misma fuerza con que hoy las élites siembran muerte, todavía hay margen para torcer este destino.
El mundo no necesita más espectadores resignados, sino actores decididos, la esperanza no está en esperar un milagro, sino en asumir que detener los ríos de sangre es tarea de todos y, aunque el panorama es oscuro, recordemos: ninguna oscuridad ha logrado apagar del todo la luz, mientras quede alguien capaz de indignarse, alguien capaz de decir basta, todavía existe una salida.