
Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: En un artículo recién publicado por el ex juez del Tribunal Constitucional, Jottin Cury hijo, se destaca lo que es una seria preocupación de algunos dominicanos, por la amenaza de disolución nacional que desde hace décadas se cierne sobre la República Dominicana, que muchos simplifican en la desordenada inmigración a nuestro territorio por parte de la población haitiana, perteneciente al país fronterizo, catalogado como el más pobre del hemisferio por los organismos internacionales.
Cury hijo, en su trabajo Estamos perdiendo el país, hace una síntesis histórica de de lo que ha sido un proceso gradual pero sostenido de pérdida de autenticidad dominicanista en la población, que no podría limitarse a la cuestión haitiana, aunque, claro está, en lo que concierne a lo migratorio es lo más preocupante.
República Dominicana surge como nación en una etapa que se enarbolaban valores como patriotismo, nacionalismo, altruismo, solidaridad, buena vecindad, honor, dignidad, honestidad y una serie de principios que en esta era postmoderna son echados en el baúl de las antiguallas que resultan contraproducentes en esta era del libre mercado.
Sin que se infravalore la influencia de la desordenada penetración haitiana en el lado dominicano como peligro de disolución nacional, hay que señalar que la parte más letal contra la dominicanidad, fundamentalmente en lo que tiene que ver con su identidad y costumbres, ha operado dentro de la misma República. Desde los años 90, tras el derrumbe del bloque socialista del Este, han sido las agendas de los organismos internacionales las que se han impuesto sobre los problemas que hoy se discuten en el país, con sus ONG como representantes locales.
Cury hijo describe con mucha propiedad como la mano de obra haitiana ha ido desplazando a la dominicana, ante la mirada indiferente de los propios gobiernos que se han sucedido después de la tiranía trujillista, a la que le reconoce el haber puesto en práctica, como una de sus pocas virtudes, una política de dominicanidad fronteriza. Pero lo cierto es que el asunto va más allá de la frontera y el muro que se ha contemplado como solución al desorden migratorio.
Los dominicanos han estado siendo sustituidos por los haitianos en las tareas propias de los estratos más bajos de la población, como obreros de la construcción, agricultura, jardinería, ventas ambulantes y trabajos domésticos. Hay que aclarar que en labores como el corte de la caña en los ingenios azucareros los haitianos fueron siempre los que las ejecutaron, ante la negativa dominicana por cuestiones meramente culturales.
Pero el análisis debe incluir que los dominicanos han estado siendo sustituidos también por extranjeros en fábricas, plazas comerciales, restaurantes, hoteles, medios de comunicación, entidades financieras, instituciones públicas y hasta en las posiciones que ocupan las llamadas trabajadoras sexuales, incluidas en los renglones de la economía de servicios, dentro de los parámetros del nuevo orden laboral.
El país comenzamos a perderlo, no cuando la frontera se volvió más porosa de lo que la dejó el dictador Trujillo. Eso fue solo una franja, tal vez la más débil, del universo total de las amenazas contra la dominicanidad. Detenernos en la frontera podría facilitar que terminemos de perder nuestro adorado país totalmente y para siempre. Recientemente hubo quienes despotricaron contra nuestro Himno Nacional cuando el ministro de Educación dijo que quien no se lo aprenda no podría graduarse de bachiller. Una comunicadora definió entonces al canto patrio como “una canción atrasada”, sin la debida reacción de la intelectualidad criolla que se considera nacionalista.
Junto al desprecio a nuestro Himno ha ganado cuerpo la ausencia del merengue, el ritmo nacional, en las emisoras de radio y los canales de televisión. No ha faltado el exponente del rap, el hip hop, dembow y el mambo de calle que se pronuncie con irrespeto a los patricios y los símbolos patrios como algo insignificante.
Lo cierto es que el país no se pierde en la frontera ni se salva con un muro, aunque como parte de los programas de preservación nacional merezcan su valor. El país se pierde cuando los problemas comienzan a ser pensados por Ongs internacionales que determinan lo que debe ser la familia, el sistema educativo y la crianza de los hijos, con agendas sobre las prioridades del país.
Los proyectos globalistas de esta postmodernidad, caracterizada por un capitalismo que no reconoce más Dios que el Capital, no valoran el hecho de que algunos patriotas se preocupen por el peligro de perder su país.
Es válida la preocupación del doctor Cury hijo por la manera en que hemos ido perdiendo el país, no solo en lo territorial sino también en lo espiritual. De extinguirse nuestra cultura con su historia, música, arte, valores, costumbres y tradiciones, aunque el territorio se haya salvado con todo y frontera, habríamos perdido a nuestra amada República Dominicana, definitivamente. Pero sobre ese tema, por su complejidad, habrá que continuar en futuras entregas.