
Colaboracion/elCorreo.do
PERSPECTIVA: El insulto proferido por la madre de la gobernadora de Montecristi contra la exvicepresidenta y directora de ética gubernamental, Milagros Ortíz Bosch, es inaceptable.
En el agravio se oculta la furibunda defensa de una “fauna” que tiene por misión destruir todo lo que es política y humanamente grande.
En los últimos gobiernos hemos visto emerger esa “fauna” procedente de la farándula, la pelota y el narcotráfico que enarbola los postulados de la abundancia, la banalidad y el oropel.
Es lo que el filósofo y escritor francés Jean d’Ormesson denominó la “ineptocracia política”, áreas del Gobierno dominadas por los menos preparados para dirigir el erario y a quienes les regalamos jugosos salarios pagados por nuestros impuestos para que “disfruten las mieles del poder”
Quienes medran en el oficio de la política se dividen esencialmente en dos especímenes: quienes son empáticos y reparten el poder; y aquellos que desde las catatumbas intentan mantener a sangre y fuego su poder y el de sus clanes.
Son distintas maneras de apropiar el poder. Unos para servir y otros para servirse.
Recientemente dije en un programa de radio que cada vez que paso por las inmediaciones de la avenida Independencia con calle Doctor Delgado no dejo de solazarme inclinando la cabeza hacia la humilde vivienda de segundo piso en que vive Milagros Ortíz Bosch desde que tengo uso de razón.
Han pasado décadas y la Gran Dama de la política dominicana mora silenciosamente en su modesto apartamento de los años setenta sin molestar a sus vecinos. Me recuerda el ejemplo del Fernando Belaúnde Terry, quien luego de ser varias veces presidente de Perú murió en un pequeño apartamento de una habitación en Lima.
Confieso que ese es un motivo por el que envidio a doña Milagros, pues su desapego a lo material le ha permitido blandir sus ideas con templanza, pero también con decencia y moderación.
Por esa razón, no puedo quedarme de brazos cruzados, como Convidado de Piedra, ante el festín de las redes sociales por el insulto.
Ahora se pretenderá recoger la pifia con la cancina cantinela del perdón. Pero es una obviedad que sólo se busca mantener el puesto y alimentar el morbo de los grupos internos que pretenden justificar el despropósito con aquella expresión lapidaria del presidente Roosevelt sobre Somoza, “es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
Al presidente Luis Abinader, quien dista tanto de ese comportamiento distópico, le advertimos que algo anda fundamentalmente mal… y urge enmendarlo.