
Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: Soy dominicano de ascendencia libanesa. Nací en la bella Quisqueya, pero a los dos años fui llevado al Líbano y allá viví doce de mis primeros catorce años. Mis padres son libaneses de pura cepa. Culturalmente soy una mezcla dominico-libanesa. Amo el Líbano como amo la República Dominicana. Sufro los constantes conflictos bélicos del Medio Oriente.
Soy defensor de la causa palestina. He escrito decenas de artículos y comentarios condenando la ocupación israelí y defendiendo el derecho del pueblo palestino a tener una nación independiente. Y un Estado soberano, con sus fuerzas armadas y una frontera segura. Me destroza el alma ver a los palestinos de Gaza, a sus mujeres, jóvenes, ancianos y niños, morir a causa de los bombardeos indiscriminados de Israel.
Pero eso no significa que apoyo todo lo que venga del frente palestino. Apoyar la causa palestina no significa apoyar a Hamas. Yo no apoyo a Hamas. Y no la apoyo no porque sea un grupo terrorista o no. Esa es harina de otro costal, que no viene al caso comentar ahora. No la apoyo porque es una fuerza radical, religiosa, cuya filosofía política y militar, lejos de ayudar a conseguir el tan anhelado Estado palestino, lo aleja. Cuando la política y la religión van juntas nada bueno producen, y Hamas, a diferencia de la Autoridad Nacional Palestina que gobierna en Cisjordania, es un grupo religioso fundamentalista.
Sí, lo aleja, como aleja también la solidaridad internacional con la causa palestina. Las acciones de Hamas no son bien vistas en el mundo. Pero también fortalecen a los radicales de Israel, como el presidente Netanyahu.
En la actualidad se da el caso, lamentable, que tanto en Israel como en Gaza dominan los radicales. Y por eso, predomina la sinrazón. Lo absurdo. En Gaza domina Hamas, y en Israel Netanyahu y su Likud. Y cuando facciones radicales se enfrentan no hay solución. Se impone el más fuerte, y el más fuerte es Israel, no Hamas.
Yo no estoy de acuerdo con el lanzamiento de cohetes de Hamas a Israel. Y aquí aclaro, que no fue el lanzamiento de esos cohetes lo que originó el conflicto. Esa es la narrativa mentirosa de Netanyahu. El conflicto no lo empezó Hamas. El conflicto empezó cuando el ejército israelí penetró abruptamente a la mezquita Al Aqsa, atravesó el patio, apartó a los fieles, y cortó los altoparlantes que transmitían las oraciones. Era el 13 de abril, el primer día del Ramadán, el mes sagrado de los musulmanes, y 27 días antes de que se lanzara el primer cohete. El conflicto lo empezó Israel cuando la Suprema Corte decidió desalojar a unos palestinos de sus casas.
Ahí empezó el conflicto. Pero la respuesta de Hamas no podía ser lanzar cohetes a Israel. Ellos tenían que saber, y lo saben perfectamente, que la respuesta israelí sería demoledora, como lo fue en 2014. Hamas no puede proteger a los gazatíes de los bombardeos. Israel sí puede defender sus ciudadanos de los cohetes de Hamas. Es una guerra totalmente desigual. Provocar no es de sabios. Es de imprudentes. Ir a un conflicto consciente de ese desenlace trágico es de estúpidos o de sádicos. Lanzar cohetes a Israel sin tener como defender a sus ciudadanos civiles es tan criminal como lo es bombardear indiscriminadamente a Gaza. Pero ya dijimos: es la sinrazón de los radicales la que está pautando el conflicto.
En 2005 Israel cedió Gaza a la Autoridad Nacional Palestina, pero en 2007 Hamas, fundada a finales de los ochenta como una radical organización político militar religiosa , ganó las elecciones a Al Fatah, que dirigía el histórico y admirado líder palestino, Yasser Arafat. Expulsó de Gaza, con enfrentamientos militares, a los líderes de Al Fatah, que hoy dirigen Cisjordania.
Lo sucedido ahora ha pasado en otras ocasiones, como en 2014 cuando hubo alrededor de 2000 muertos palestinos, más de 10 mil heridos y decenas de edificios destruidos. Y Volverá a pasar.
Gaza es prácticamente un campo de concentración, una gran cárcel al aire libre, con dos enemigos: Israel y Hamas. Uno abierto e identificado, y el otro sutil y engañoso. Viven como refugiados, con una pobreza espantosa. La densidad poblacional es la más alta del mundo.
Todos decimos queremos la paz. Pero eso no está a la vista. En noviembre de 1995, con la muerte de Yitzhak Rabin, a manos de un fanático sionista, colapsaron los acuerdos de Oslo, que iban en camino bueno. Ese hecho condujo al poder a la derecha, encabezada por Netanyahu, que lleva varios períodos, y es opuesto a cualquier entendimiento con los palestinos y partidario de la colonización y asentamientos de israelíes en tierras palestinas.
El asunto se agravó más con el triunfo de Hamas en 2007. Ahora tenemos dos grupos ultra radicales gobernando, uno en Israel y el otro en Gaza. La política de cada uno fortalece y le da vigencia al otro. Con ellos al mando no hay manera de avanzar en la búsqueda de una solución. Hamas se niega a reconocer a Israel y la derecha de Netanyahu dice quítate.
Israel es una realidad, y cada vez lo es más. Es un país desarrollado, en todos los aspectos. Y simplemente no hay manera de desaparecerlo. No la hay. Pero también los palestinos son una realidad, y aunque son un país sumido en la pobreza y el atraso, tampoco hay como desparecerlo. Dos millones de palestinos viven en Gaza, 3 millones en Cisjordania, 2 millones de árabes viven en el propio Israel, y casi medio millón viven en la parte oriental de Jerusalén. Y multiplicándose. Tendremos israelíes y palestinos para ratos, con sus conflictos, destrucciones y muertos. Pero ninguno de los dos desaparecerá.
Lo que sí puede ocurrir es que un día Israel sea dirigido por líderes más sensatos. Y Hamas sea desplazada del escenario. Solo entonces los acuerdos de Oslo que murieron con el asesinato de Yitzhak Rabin pudieran retomarse. Espero para entonces estar vivo, aunque no soy tan optimista.