
Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: Con gente pensante nacida y criada entre los años 60 y 70 del siglo XX comentamos el drama de los cambios generacionales, tema universal y recurrente, pero que suele tener matices particulares en todas las épocas. Los nacidos en las referidas décadas encontramos un mundo con reglas establecidas, en la familia, grupos políticos y religiosos, en la que las personas heredaron costumbres y valores conducentes a objetivos realizables en una sociedad que premiaba lo que concebía como bueno y castigaba lo que la colectividad juzgaba malicioso.
En el seno familiar, las cargas estaban distribuidas entre una madre, jefa del hogar y un padre proveedor, combinación proteccionista de los hijos que trabajaba orgullosa de sus roles, con la alegría de ver sus retoños crecer saludables como garantía de la perpetuidad del núcleo familiar. Si se alcanzaba la fortuna, esos progenitores la dejaban como bendición a sus hijos, el día que la parca los trasladara a la mansión celestial, destino ineludible de los que vivieron apegados a los valores de la cristiandad.
Ninguna madre se tenía al menos ser ama de casa ni padre alguno veía esclavitud en su rol de proveedor económico. El gran premio consistía en la felicidad de los vástagos y la estabilidad familiar, que a su vez se traspasaba al sosiego de la comunidad. Es ahí donde los de mi generación, entre los que figuran periodistas y escritores con los que converso frecuentemente, vacilamos entre la nostalgia y la realidad de los cambios que cíclicamente le llegan a la Humanidad.
Para los hijos y los nietos de nuestra generación era motivo de orgullo vivir junto a sus padres en los momentos que entraban en la etapa donde las facultades comenzaban a disminuir, en aspectos como la vista, la memoria y la fuerza muscular. Pero los discursos de “liberación femenina”, “empoderamiento”, “emprendedurismo”, “orgullo gay”, “comunidad LGTB”, “rechazo al patriarcado”, “igualdad de género”, “educación no sexista” y una retahíla de engañifas impuestas por las agendas del llamado “nuevo orden internacional”, secuelas de lo que el Papa Juan Pablo Segundo llamó “capitalismo salvaje”, ha creado el ambiente para que padres y madres se avergüencen del rol que los enaltecía como seres humanos.
Los que nacieron en hogares humildes, expresaban satisfacción cuando entraban a la vida productiva y podían aportar al sustento familiar, hasta el punto de que los hermanos mayores eran vistos como continuadores de los padres. Los menores “besaban la mano” a los mayores.
En las redes sociales, vehículo por excelencia para la promoción de las prácticas propias de lo que el psiquiatra español Enrique Rojas describe en su libro El hombre light como “un mundo sin valores”, se publican con frecuencia casos de hijos que venden las casas de sus padres, las mismas en las que fueron criados, para trasladarlos a un asilo, también llamados eufemísticamente “hogar de retiro”.
De esa nueva realidad no han escapado periodistas que dedicaron los mejores años de sus vidas productivas a brindar protección a sus hijos. Es ahí donde entra la vacilación entre la realidad y la nostalgia. También llega la pregunta sobre si el llamado “nuevo orden” ha resultado un avance o una involución para la sociedad. El alto consumo de drogas en las sociedades más “desarrolladas” podría servir de indicador para una evaluación objetiva.
Otro psiquiatra, pero de generación anterior a la del español Rojas, nos referimos al austríaco Sigmund Freud, se dedicó a estudiar la lengua de Miguel Cervantes Saavedra para leer en su propio idioma la novela en la que el personaje central era un loco. Desde que el genio vienés, padre del psicoanálisis, se enteró de la existencia de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, se propuso leerlo minuciosamente, para establecer que tan cierto era que Alonso Quijano El Bueno, nombre del protagonista en la vida real, estuviera afectado en su salud mental.
La obra cumbre de Cervantes concluye en que Don Quijote, tras ser vencido en la batalla con el Bachiller Sansón Carrasco, terminó sus días en cordura, tras una vida de locura. Algunos críticos entienden que la supuesta enajenación mental del personaje consistió en no comprender los cambios llegados a su sociedad ante la naciente burguesía y la decadencia del feudalismo. Quiso ser “caballero andante” cuando ese estilo de vida había desaparecido en el continente europeo.
Lo cierto es que el eslabón de la cadena entre una generación y otra suele caracterizarse por un caos comparable a una locura colectiva. Es un remolino que exige esperara la calma para ver con claridad el fondo del río. Solo así es posible crear el equilibrio que permite conciliar “lo mejor de lo viejo con lo mejor de lo nuevo”, con planteó el líder histórico José Francisco Peña Gómez, en los años que iniciaba la debacle del mundo bipolar, conocido como la Guerra Fría, entre el capitalismo y el socialismo.
El capitalismo venció al socialismo y ha impuesto El Capital como su Dios. Tal vez muchos de los que nos formamos en la era de sueños que antecedió a la Guerra Fría, podamos ver el equilibrio que permita armonizar las ventajas que ofrecen las tecnologías con una sociedad humana, solidaria, amante de la naturaleza, la ciencia, la paz, la fraternidad, el respeto, para disfrutar del arte verdadero como conquista de la Humanidad.