Farid KuryPerspectiva

Entre el dictador y el libertador

Por Farid Kury

Colaboración/elCorreo.do

PERSPECTIVA: El 23 de noviembre de 1898, es decir, 10 meses antes de ser ejecutado en Moca por Ramón Cáceres y Jacobito de Lara, Ulises Heureaux, conocido por los vivos y muertos solo como Lilís, le escribió una breve carta nada menos que al generalísimo Máximo Gómez.

El General en Jefe estaba en Cuba cubriéndose de gloria eterna como Jefe del Ejército Libertador que había luchado contra España por la libertad e independencia de Cuba.

En la breve y significativa carta se ve con claridad el respeto y la admiración que sentía el dictador por el libertador banilejo, que a golpes de heroísmo y de un dominio del arte de la guerra, ha entrado en la historia latinoamericana como el gran guerrero que nunca perdió una batalla ni una escaramuza frente al experimentado y aguerrido ejército español. Gloria eterna para el generalísimo invicto.

En la carta Lilís, que en ese momento llevaba casi trece años consecutivos tiranizando la República Dominicana, deja para la posteridad su respeto por Máximo Gomez.

Lo hace de esta manera:

«Señor General Don Máximo Gómez

Yaguajay, Isla de Cuba

Mi muy estimado amigo:

Le confirmo el contenido de mi anterior, quedando como siempre gustosísimamente a sus órdenes. A usted no puedo expresarle los deseos que se le expresan a la generalidad de los hombres. A cualquier otro se le podría decir: «Piense en la familia; prepárese contra la adversidad; cuidese». Pero ya usted no tiene cuerpo ni lazos terrenales. Ya para usted los sufrimientos no deben tomarse en cuenta. En brazos de la Inmortalidad, solo en la Historia debe fijar la vista. Cuéstele lo que cueste, solo debe dar satisfacción a su gloria. Sus hijos, su familia, lo único que necesitan es un corazón muy grande parar recibir el  legado glorioso de que usted ha de hacerles herederos. Mientras le quede por hacer en Cuba y por Cuba seré de los que aplaudan su permanencia. Yo miro con amor su gloria, y desearía verla tan grande, tan completa que a través de los siglos fuese justo orgullo de sus compatriotas. Con un sincero apretón de manos se despide de usted, su afectísimo amigo».

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Lo que más llama mi atención de esa carta no es el respeto que evidentemente, y como muchos, sentía Lilís por el libertador. Tampoco es el reconocimiento a la gloria de Gómez ganada en el campo de batalla.

Lo que más llama mi atención es cuando en una carta, de por si corta, saca espacio para hablarle de la historia, lo que nos da una idea del criterio que Lilís tenía de la historia.

«Solo en la historia debe fijar la vista», le dice el dictador al libertador. Y es una expresión de un político que, pese a que su actuación al frente del Estado no estuvo  a la altura de lo expresado,  reconoce en Máximo Gomez estar por encima de las luchas políticas que muchas veces rebajan a los hombres públicos.

Un verdadero estadista, como de hecho no lo fue el hijo de doña Fefa, piensa en la historia. Tiene un sentido elevado de  la historia. No la desdeña. Piensa en lo que pensarán de él las generaciones del porvenir. Cuida sus acciones y sus palabras. Y muchas veces sacrifica sus propósitos personales para quedar bien frente al severo juicio de la historia.

Muchos políticos de hoy, en todo el planeta, carecen de ese sentido de la historia, y por carecer de él viven pensando en lo inmediato y empequeñendose cada vez más y más.

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