Farid KuryPerspectiva

El último tiro

Por Farid Kury

Colaboración/elCorreo.do

Perspectiva: En la historia dominicana los nombres de Ulises Heureaux y Cesáreo Guillermo están vinculados con sangre. Fue una vinculación hostil que se manifestó en diferentes peleas hasta que al final, en un paraje de Azua, para no dejarse morir a manos de su archienemigo, Cesáreo decidió darse un tiro y acabar con su vida.

Hijo del ex presidente Pedro Guillermo, fue presidente de la República en tres ocasiones, todas conseguidas, como se conseguía el poder entonces, con plomo. Cesáreo Guillermo era un militar y político baecista oriundo de Hato Mayor, provincia El seibo, que poco a poco fue atraído al Partido Azul por el Arzobispo Fernando Arturo de Meriño. En el gobierno demostró ser un presidente sin ningún escrúpulo en el manejo de las finanzas públicas. El tesoro fue literalmente desfalcado para ser repartido entre él y sus seguidores, llegando al colmo de vender la memorable casa de Don Diego Colón para comprarse una para él. De las recaudaciones aduanales, imprescindibles para el desenvolvimiento diario del gobierno, se apoderaba a la luz del día para jugar con ellos gallos y barajas, quedando los empleados públicos sin recibir su pago mensual.

Lilís había nacido en Puerto Plata y al amparo del liderazgo del general Gregorio Luperón, que de la Guerra de la Restauración salió convertido en el líder del Partido Azul, Lilís fue creciendo en liderazgo. Astuto y valiente iba demostrando en los campos de batallas pero también en las lídes políticas condiciones condiciones para el mando. Fue Luperón el primero en ver esas condiciones, y cuando llegó 1872 Luperón no vaciló en bendecido y hacerlo presidente de la República.

Para entonces Lilís y Cesáreo ya se habían visto la cara. Lilís ya era la pesadilla de Cesáreo. Cada vez que se pasaba de la raya el moreno le daba hasta con el cubo del agua. Fue en El Porquero, Monte Plata, la primera vez que se enfrentaron. Ambos eran valientes y temibles. Pero Lilís era superior en táctica y astucia. Derrotado Cesáreo huyó al exilio. En la huida siempre fue bueno. El prestigio de Lilís entonces alcanzó niveles de leyenda. Cesáreo jamás pudo volver al gobierno, aunque lo intentó un par de veces. Lilís estaba siempre presto a derrotarlo. Se enfrentaron por segunda vez en 1881 en El Cabao y allí de nuevo Lilís lo derrotó.

Pero Cesáreo era obsesionado con el poder. Volvió al país en el gobierno de Francisco Gregorio Billiní, y en ese gobierno tuvo protección. Pero cuando Billiní, huyéndole a las intensas intrigas palaciegas renunció del gobierno, el hombre quedó desprotegido. Lo sustituyó Alejandro Woss y Gil un hombre de la absoluta confianza de Lilís, y como se preveía, este pasó a controlar los hilos del poder.

Pero la obsesión de Cesáreo por volver al poder no cesaba. De nuevo volvió a conspirar. El presidente Woss y Gil envió la guardia para apresarlo. Lo enontraron en un hotel de la capital le instaron a que se dejara de bellaquerías inútiles y que se entregara. Pero Cesáreo no era de los que se rendían en las horas críticas. Además, él más que nadie debía saber con toda certeza que si se entregaba no había manera de salvarlo del machete del Lilís. Así, lo que debía hacer era lo que siempre: huir. No lo pensó mucho. Con un tiro certero apagó la luz y la emprendió a tiros contra la guardia, logrando en la oscuridad de la noche escapar.

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En su desesperada huída llega a Azua y allí se esconde entre las lomas. Pero su espíritu levantisco no se tranquiliza. Sueña con el poder y está dispuesto a morir por alcanzarlo. «Presidente o gusano» es su proclama.

No pierde tiempo en buscar adeptos, y los consigue. La miseria que viven los campesinos los lleva a ver en las revoluciones una posible mejoría. Incluso se consigue el apoyo del gobernador de la comarca, aunque éste ante la inminencia de la derrota, lo traiciona.

La rebelión estalla a principios de octubre de 1885 y de nuevo Lilís es quien acude a enfrentarlo. El presidente sabe que es el hombre indicado. Lilís es la espada de los azules, pero cuando se trata de Cesáreo esa espada se multiplica. Entre Lilís y Cesáreo hay un odio que en algún momento tiene que ser resuelto en base a un enfrentamiento de vida o muerte. Y ese es el momento.

En Azua Lilís ataca a Guillermo. El golpe es tan concentrado que todo el mundo huye en desbandada. Encabeza la huída el propio Cesáreo al frente de los pocos fieles que aún le quedan. Frente a la inminencia de la derrota y a la furia de Lilís pocos quieren estar al lado del pobre guillermo. Huye sin descanso, pero sus perseguidores no le dan tregua. Lilís en persona encabeza la persecución y se vale de confidentes y amigos, para rastrear los campos metro por metro, y lo hace como la fiera que persigue a su presa.

Cesáreo sabe que si se detiene a descansar es un hombre muerto. Sólo lo hace escasos minutos para saciar su sed en un arroyito. Ya de sus pocos acompañantes sólo uno, un teniente, permanece a su lado. Estando desfallecido en la orilla del arroyuelo, le pide a ese teniente que encuentre que comer porque ya no aguanta más hambre.

De aquel hombre, guapo y bigotú, lo que queda es una piltrafa de hombre con los pies encendidos de las llagas que no le permiten avanzar. El teniente sale a buscar comida y en eso llegan los guardias. Eran como las dos de la tarde y Cesáreo los alcanza a ver. Sabe que su hora de partir ha llegado. Tal vez pudiera hacer un último intento y seguir huyendo, aunque con las llagas que tiene en los pies es casi imposible. Pero en verdad ya está cansado de huir. Saca su revólver y se faja a tirarle a sus perseguidores, pero se cuida de dejar un último tiro para él. No puede darse el lujo de dejarse capturar por Lilís. Así lo hizo. Apretó el gatillo y acabó con su vida y con su historia.

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