
Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: Con diferencias de unas cuantas horas, la semana pasada se han quitado la vida con tiros de pistolas un expresidente del Senado y presidente ad-vitam del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) y un teniente coronel, enlace entre la Policía Turística y la Asociación de Hoteleros de Punta Cana.
Reinaldo Pared, 65 años, supuestamente lo hizo en su apartamento de descanso en la comunidad turística Juan Dolio, provincia oriental San Pedro de Macorís. Y Kelin Medrano, 58 años, en su piso de Invivienda, una urbanización de clase media en el municipio Santo Domingo Este, provincia Santo Domingo, conforme versiones preliminares.
Sobre el destacado político, abogado y exprofesor universitario, especulan que adoptó esa decisión porque estaría agobiado a causa de un cáncer en el esófago, o porque presentía persecución judicial por supuesta corrupción. Hasta de asesinato hablan.
Una fotografía de su cadáver tirado en el piso con el arma al lado, ha sido difundida profusamente en las RRSS. La familia ha pedido retirarla, y el PLD ha advertido sobre la violación de la ley 192 de 2019.
En cuanto al oficial superior, dicen que había regresado recientemente de Estados Unidos y lucía deprimido a causa de la crisis económica.
Esas muertes han de servir para mejorar el tratamiento periodístico sobre estas muertes violentas y otras similares en medios tradicionales (MT) y redes sociales (RRSS). Porque sería una irresponsabilidad mayor repetir la conducta de sentarse a esperar el próximo caso para reforzar el morbo y el amarillismo con relatos manipulados. O sea, contribuir a enfermar la mente colectiva solo por conquistar públicos.
El acto de quitarse la vida adquiere matices epidémicos en República Dominicana, país caribeño de unos 10 millones de habitantes.
Así que, conocida la complejidad de ese problema de salud pública, la responsabilidad de construir soluciones no debería recaer solo en el Estado y en la labor terapéutica de psiquiatras y psicólogos clínicos.
En 2020 murieron por suicidio 303 personas (274 hombres, 29 mujeres), según datos del Observatorio de Seguridad Ciudadana.
http://www.oscrd.gob.do/index.php/estadisticas/suicidios.
El departamento de salud mental del Ministerio de Salud Pública, registró 349 casos entre enero y agosto de 2019. Las causas más comunes: asuntos pasionales, 16%; dificultades de salud, 7%; problemas económicos, 6%; salud mental, 5%; por etiologías desconocidas, 22%.
Así como las muertes violentas (incluido el suicidio) presentan un crecimiento exponencial en RD, asimismo crece el deterioro de la ética en su abordaje periodístico. Tanto que, para la sociedad crítica, ya resulta nauseabundo e insoportable.
El alto nivel de reclamo de ahora es originado por la prominencia de una de las víctimas, un destacado político, económicamente acomodado y vinculado al Poder: Reinaldo. Respecto de la tragedia del oficial superior, apenas espumosos lamentos.
El mal es viejo, sin embargo, y hace tiempo que debió arrancarse de raíz.
No lo han hecho porque, más importante que la salud mental de la sociedad, es el número de oyentes, televidentes, vistas (view), me gusta (like) y las reproducciones acríticas por parte de paquetes de ignorantes del objetivo primordial de enriquecimiento que ocultan los emisores.
Y eso es inaceptable. Porque la sociedad tiene derecho a ser informada con veracidad, sin piruetas sensacionalistas, ni relatos caricaturizados, ni farandulería.
El ocultamiento de la verdad de los hechos, a través de la posverdad (la mentira inoculada mediante el enmascaramiento de las emociones), se ha convertido en aliciente de violencia.
Se incita el derramamiento de sangre humana cuando usted, oportunista, despechado, morboso o resentido social, publica fotografías y vídeos de personas fallecidas, tiradas en el suelo, sin importar si son empobrecidas o acaudaladas.
La alimenta cuando, excitado, difunde imágenes de niñas violadas y asesinadas por enfermos de drogas y delincuentes. Cuando expone a la opinión pública ancianas estupradas, o asesinadas para robarles unos cuantos pesos.
La abona cuando presenta un cadáver putrefacto hallado en un matorral. Cuando exhibe como trofeo a una mujer con rostro amoratado, o un hombre acuchillado. Cuando airea riñas barriales entre hombres que se matan y hieren a machetazos. Cuando publica sin reparo fallecidos y heridos en un siniestro de tránsito.
Cuando difunde imágenes de personas suicidadas, sin contexto adecuado. Implícitamente motiva a quienes tienen predisposición a ese desenlace y son vulnerables.
El problema es más grave que lo imaginado, en vista de la carencia de investigación de los hechos para documentarlos, explicarlos y ponerlos en perspectiva para que los perceptores comprendan el contexto y no sientan que se trata de inevitables mandatos divinos, o de Lucifer.
Cada vez hay medios cuyos dueños se agarran del facilismo tan falso como socialmente pernicioso de “dar a la gente lo que le gusta”, para justificar sus salidas diarias a husmear tragedias humanas y visibilizarlas en relatos, sin importarles cuánto laceran a los otros.
Allí se agota su agenda. Lucen indolentes, huérfanos de creatividad y responsabilidad social.
La razón de ser de un medio de comunicación no es únicamente la búsqueda de rating para enriquecer a los propietarios.
Se entiende lo de negocio, pero –como la empresa periodística no es un supermercado, sino otra con características singulares-, debe cumplir con el rol de servir a la sociedad la información de calidad que ella necesita para crecer cada día más.
Para entenderlo y practicarlo se requiere conciencia crítica, sensibilidad social y un giro hacia el periodismo ético, que sí produce dinero al tiempo que aporta a la sociedad. Lástima que no lo hayan descubierto.