Editorial

El sermón de Semana Santa

El tradicional Sermón de las siete palabras, una recreación de las últimas exclamaciones expresadas por Jesús mientras agonizaba en la cruz del calvario, es uno de los eventos litúrgicos que despiertan mayor interés entre la feligresía de la Iglesia Católica y en toda la sociedad dominicana.

Los sacerdotes, monjas y laicos a quienes se confiere la responsabilidad de la lectura, suelen adentrarse en los problemas del diario vivir, en las cuestiones que más laceran a la sociedad.

Y es propio que así haya sido durante muchas décadas, pues estamos conscientes de que los acuciantes problemas que afectan a la mayoría de la sociedad, parecen tener una duración eterna.

Los religiosos, como conductores de los creyentes en la fe cristiana, tienen contacto cotidiano con la gente más humilde y han conocido siempre las dificultades que agobian a la población más sencilla.

La corrupción, un mal que dura más de 100 años y el cuerpo social parece haberlo resistido; la falta de medicamentos en los hospitales públicos; la mala calidad de la educación; la inseguridad ciudadana; la carestía de los alimentos, en fin, una larga lista de problemas que el Estado no ha podido resolver, son el sustento para la prédica de los predicadores.

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Es hasta vergonzoso que después de más de 60 años de democracia—con sus imperfecciones, pero funcional—no hayamos podido resolver los principales problemas que aquejan a la sociedad, los cuales han sido solucionados de raíz en otros países con menos posibilidades que nosotros.

Por ejemplo, que todavía estemos padeciendo de falta de energía eléctrica estable y a precio justo para los usuarios, califica como un salto cuantitativo hacia la irresponsabilidad cuasi colectiva, pero más de quienes han tenido la oportunidad de dirigir el Estado.

En cuanto a la corrupción que tanto resaltan los sacerdotes en los distintos sermones de Viernes Santo, lo hacen porque ese mal ha estado presente como acompañante permanente del proceso democrático que hemos logrado ir construyendo.

Sería injusto no reconocer que en los últimos años se han hecho esfuerzos para enfrentar la corrupción, pero la lacra es tan vieja y ha logrado sembrar raíces tan profundas, que todavía ponemos en duda que el esfuerzo vaya a dar sus frutos.

No debemos perder la esperanza de que, algún día que esperamos no sea muy lejano, estos males dejen de ser tema para los venideros sermones de Semana Santa.

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