Hotoniel BonillaPerspectiva

El control ciudadano

Por Hotoniel Bonilla

Colaboracion/elCorreo.do 

PERSPECTIVA: El Estado de Derecho está forjado en la noción de separación e independencia de los poderes públicos, para asegurar el respeto de los derechos fundamentales. Se funda en la soberanía popular, la cual se expresa a través de los mecanismos democráticos de participación, reconocidos por la Carta Sustantiva y regulados por las leyes.

La Constitución Política del país contiene un conjunto de mecanismos democráticos de participación directa de los ciudadanos, entre los que se destaca el referendo, plebiscitos y las iniciativas legislativas de carácter popular. Además, instituye procedimientos de control, pesos y contrapesos entre los poderes del Estado, la separación de las funciones jurisdiccionales de aquellas que emanan de otras autoridades y garantiza la primacía de la Constitución.

También, incorpora mecanismos de fiscalización interna y externa sobre la Administración, y   mediante el órgano superior externo de control fiscal del Estado promueve el ejercicio de las atribuciones de control político y de fiscalización del Congreso Nacional. Reconoce el control social y el libre acceso a la información pública que en principio es extensivo a la sociedad en general.

La descripción de todos esos mecanismos de control plantea la interrogante si son eficaces y suficientes para garantizar la fiscalización de la función pública y la calidad de la democracia. Las distintas evaluaciones existentes, aunque pueda cuestionarse su rigor, dan cuenta de la escasa participación del ciudadano en el ejercicio de la democracia a través de los mecanismos formales existentes.

El empuje de las organizaciones de la sociedad civil, a pesar de su poder mediático, tampoco alcanza la más genuina representación, pues algunas son un simple puñado de individuos o están asociadas a intereses corporativos, y otras, según se afirma, son  patrocinadas por instituciones y gobiernos extranjeros. Esto contribuye a que amplios segmentos de la población sean escépticos frente a las agendas de muchas de las entidades no gubernamentales.

Además, porque a pesar de su aparente accionar no partidista más de uno de sus directivos procuran posiciones en el Estado, promovidos por grupos políticos en el poder de turno.

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Así las cosas, la ciudadanía en general, en especial sectores de clase media, y principalmente de profesionales, han dejado de ser meros espectadores. En forma espontánea van creando mecanismos individuales o en pequeños grupos para implementar vías de monitoreo en los principales estamentos oficiales. Este ejercicio ciudadano es saludable, pues permite igualar la información y generar sistemas simétricos de conocimiento general sobre el aparato estatal en cualquiera de los poderes públicos, además, contribuye a la gobernanza.

También, sirve para generar incidencia en la modificación y transformación de las prácticas de captura del Estado, promovidas por agendas económicas u otros intereses; para monitorear la gestión del sistema judicial; para contrastar las informaciones vertidas por las ONG; para conocer quién es quién y sus vínculos, como mecanismo de prevención de conflictos de interés; para crear una cultura de apertura institucional a través de mecanismos de participación más democráticos en órganos de consultas y decisorios, monopolizados por grupos tradicionales, algunos de ellos devienen en inorgánicos o simplemente perdieron la legitimidad de antaño.

El déficit de representatividad es creciente, además de los partidos políticos, en mayor medida ocurre en las asociaciones y gremios profesionales, los sindicatos y las organizaciones sociales. La desconexión con sus afiliados y la sociedad, alienta la proliferación de voces con las características supraindicadas, que mediante la participación cívica proactiva, propositiva y constructiva aportan al debate, sin que su afiliación o no a una organización política invalide sus opiniones, lo que se traduce en un mecanismo más eficaz de control ciudadano sobre la calidad de la democracia y la legitimidad de los actos emanados de los poderes públicos.

En efecto, es conveniente que más ciudadanos y sectores independientes ejerzan esos derechos, pues resulta beneficioso para el fortalecimiento de la institucionalidad democrática y el buen gobierno, máxime porque la clase gobernante es cada vez más dependiente de las élites económicas en un contexto de inmensos desafíos; por tanto, el control ciudadano es consustancial a la soberanía popular.

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