Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: Los nuevos tiempos que se han arrimado a nuestras vidas a partir de marzo del año 2020 dejan al descubierto una serie de fortalezas y debilidades a las que no escapa el ejercicio de la abogacía. Los mismos han sido desafiados por el reto de la cotidianidad virtual impuesta por la presencia de la conocida pandemia, lo que a su vez nos ha llevado a tener mayor presencia en las redes sociales, tanto en el ámbito personal como profesional.
Una de las consecuencias propias de la convivencia digital, ha sido dejar al descubierto los aspectos que nuestra profesión debe mejorar para afianzar el ejercicio en las exigencias propias del profesional que plantea este siglo XXI.
La abogacía es una profesión que diariamente se ve enfrentada a un sinfín de retos que se ocultan en la redacción de demandas, escritos, asistencia a las audiencias, atención a los clientes, plazos perentorios, entre otros tantos que nos mantienen en una situación de estrés, todo esto sin desconocer la adaptación a las nuevas exigencias tecnológicas.
Pareciera que todo va en contra de una de las profesiones más tradicionales y antiguas, pero, contrario a esto, debemos iniciar por reconocer la importancia de la profesión, la posibilidad de adecuarla a la modernidad y la posibilidad también de utilizar herramientas que permitan la adaptación a los nuevos tiempos, optimización del tiempo, gestión de despacho entre otros, que permiten la creación de un perfil estratégico que convierta cada oficina legal en una empresa con criterios de servicios claros.
Una buena idea para mantenernos motivados a la adecuación debe ser la de aportar valor desde el ejercicio del derecho mediante la creación de planes que nos permitan accionar de forma eficiente, efectiva y con apego a los valores, y desarrollarnos con esos principios éticos y hacer rentable el ejercer de la abogacía.
