
Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: Mucho tiempo sin publicar, la verdad. En lo que va de año algunos acontecimientos han ocurrido que de una forma u otra sacuden mi alma. Mi espíritu indomable está en congoja, triste, adocenado. No llena las expectativas de mi otro yo.
Al principio tuve la dicha de recoger la cosecha de lo sembrado durante veinticuatro años. La satisfacción del deber cumplido no cabía en mí: Salvador pasaba a otro nivel cuando recibía de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) en su recinto de Santiago, el título que le otorga el grado de ingeniero telemático. Ya un par de meses antes, una importante empresa del sector financiero lo había contratado, iniciando su vida laboral formalmente.
De ahí en más, ha sido la parte de mi vida que ha recibido mayor satisfacción y orgullo. Parece que sembré bien.
Dios me estaba preparando con ese dulce manjar para lo próximo. Primero Franklin, luego Alfredo, y más reciente Ernesto. Sus partidas laceraron de forma indescriptible mis sentimientos más profundos. Seres humanos con los compartí verdaderos momentos de calidad, afecto y un gran aprendizaje.
De todos, Franklin fue mi sorpresa. Proactivo, solidario, maestro, acompañante, emprendedor, leal, y un largo etcétera. Para colmo, me encontraba fuera del país, y ese hasta luego no se completó. No hubo seña alguna que identificara o dejara duda de su partida. Sin enfermedad visible que nos dijera “bueno, dentro de su malestar va mejor”. ¡Dios, que sorpresa tan agresiva, cruel, inhumana!
Alfredo hizo su letanía. Más pudo la Pelona…lo doblegó. Era evidente que en cualquier momento nos tomaríamos esa copa de vino para celebrar su paso por la vida, conocedoras de que a él le hubiera gustado que hiciéramos nosotras, las cuatro que nos queremos tanto, como diría mi escritora preferida.
Y Ernesto fue la cereza que coronó el amargo y triste pastel. Nuestro “Elneestoo” adorado, cariñoso, leal a su círculo de amor. Excelente esposo, padre, abuelo y suegro. Amigo ni decir. Era quien al inicio de la Cuaresma nos regalaba la primera habichuela con dulce de la temporada; mangos, guineos, dulces criollos, y cuanta cosa le pasara por la cabeza pudiera creer sería de utilidad a quien llevara.
Un hombre cuya bondad gritaban sus ojos, alma noble. De hablar pausado, observador y muy discreto. Respetuoso de los espacios ajenos en donde tantos le dimos autoridad para entrar. Extrañaremos encontrarnos en el super, en la iglesia, en las actividades familiares. Estaba en momentos tanto de alegría como de dolor, casi imperceptible pero presente. Siempre.
Franklin Almeyda, Alfredo Howley y Ernesto Lembert fueron hombres a los que les guardaré reconocimiento, agradecimiento y espacio eternos en mi corazón. ¡Descansen en paz!