
Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: Lo ocurrido la mañana de este martes en San Francisco de Macorís no es un simple hecho de sangre; es una bofetada y un escupitajo en la cara del sistema judicial dominicano.
Luis Gustavo Grullón De Aza, alias Nini, testigo en un caso de asesinato, fue abatido de dos disparos frente al mismísimo Palacio de Justicia de San Francisco de Macorís, provincia Duarte, justo cuando salía de una audiencia. La macabra escena quedó grabada en video, como si los sicarios quisieran dejar constancia de su poder y de la impotencia de nuestras autoridades.
¿Puede concebirse mayor afrenta? Un hombre asesinado en el lugar donde, en teoría, se imparte justicia y se protege la vida, el crimen no solo apagó la existencia de un testigo, envió un mensaje macabro a toda la sociedad, “Aquí manda la bala, no la toga, aquí manda el miedo, no la justicia.”
Este acto no es casual ni improvisado, es un desafío abierto del crimen organizado al Estado, es la prueba viviente de que no existe en la República Dominicana un programa serio y real de protección a testigos, ¿Cómo explicar que, tras testificar en un caso de asesinato, una persona pueda ser ejecutada en la puerta misma del Palacio de Justicia sin que nadie pueda impedirlo? ¿De qué sirve un Estado que no puede custodiar ni a quienes colaboran con él?
La osadía del sicariato frente a los tribunales desnuda la fragilidad de nuestras instituciones. Nos revela una criminalidad que no le teme a la justicia, muy por el contrario, observa a una justicia arrinconada, incapaz de garantizar su propia autoridad, mucho menos la seguridad de los ciudadanos que dependen de ella, si los delincuentes son capaces de matar frente al templo de la ley, ¿qué queda para el ciudadano de a pie en las calles oscuras y sin vigilancia?
La muerte de Luis Gustavo Grullón De Aza, alias Nini, es, en sí misma, un juicio al Estado, y la sentencia es lapidaria: vivimos en un país donde el crimen no teme a la justicia, porque sabe que la justicia no puede «o no quiere» enfrentarlo con firmeza.
Si este hecho se archiva como uno más en la lista de homicidios, habremos aceptado con resignación que en la República Dominicana la impunidad es la regla, y la justicia la excepción, y entonces habrá que admitir, sin disfraz ni eufemismos, que la toga ya no representa poder alguno: el verdadero poder lo sostiene el gatillo.