
Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: Una brisa fresca tornaba agradable el ambiente en la cálida comunidad de Salinas, zona rural de la provincia Barahona, ese diciembre del año 2004, cuando llegamos a la residencia natal del camarógrafo Elías Féliz Cuevas, donde nos esperaban sus padres con un banquete de biajacas guisadas con coco, acompañadas de guineos hervidos, plato autóctono de la zona, cuyos insumos se producen de manera orgánica, lo que además de saludable lo vuelve delicioso.
Nuestra presencia en la zona, que describen como el Sur Profundo, se debía a que estábamos recorriendo el país para un reportaje de investigación de El Informe con Alicia Ortega, en su primera etapa, que entonces se transmitía por el canal 37 de CDN, con un riguroso proceso de levantamiento de datos, entrevistas e imágenes, sobre todo cuando el tema en cuestión eran las obras que debieron construirse con los bonos soberanos tomados por el gobierno saliente con la aprobación del Congreso Nacional.
“¿Dónde fueron a parar los bonos soberanos?”, tronaba la voz de Félix Victorino en la promoción de El Informe, mientras Elías y un servidor recorríamos todo el país. Al llegar a Salinas retornábamos de Oviedo, Pedernales, donde habían quedado inconclusos los trabajos de construcción del acueducto municipal.
Nos llamó la atención un diálogo entre los progenitores del camarógrafo, cuando la madre le comentaba al padre con visible preocupación sobre el número de personas que estaban falleciendo en esos días de diciembre del 2004. “Si, están muriendo muchos, pero así mismo están naciendo”, fue la respuesta del hombre con esa sorprendente sabiduría del campesino sureño, reconocida en su tiempo por el poeta y periodista Freddy Gatón Arce en su canto a Magino Quezada.
Nuestra preocupación hoy, a más de veinte años del diálogo entre la pareja de adultos mayores que aquí referimos, es que esa correspondencia entre el número de los dominicanos que morían con los que nacían haya dejado de ser realidad al culminar este primer cuarto de siglo. La familia dominicana tradicional se caracterizó por ser numerosa, cuando moría uno nacían cinco. Lo que fue verdad al entrar el siglo XXI ya no lo es. De hecho, hay naciones, sobre todo las europeas, donde mueren más de los que nacen. Las madres dominicanas, que a mediados del siglo XX promediaban los 12 partos, ahora tienen uno, dos y cuando más tres.
Las estadísticas, necesariamente, no reflejan la disminución proporcional de los partos dominicanos, debido a que los números que se registran en los hospitales del país no tienen por qué destacar la nacionalidad de las madres, pero se sabe que e muchos de esos centros están naciendo más niños extranjeros que nacionales.
Ponemos como ejemplo a una joven dominicana que creó un pequeño negocio para vender comida a domicilio con una ayudante haitiana que tenía diez hijos mientras la emprendedora solo tiene uno, ya convertido en un adolescente.
Es evidente que mientras aumentan los partos de madres extranjeras disminuyen los de las dominicanas, con casos cada vez más frecuentes de ciudadanas entre veinte y treinta años que manifiestan su desinterés por la procreación. La familia dominicana, como la de muchas naciones occidentales, está en crisis, tal como lo demuestra en su ensayo Remedios para el Desamor el psiquiatra Español Enrique Rojas. En las últimas generaciones, cada vez más, hembras y varones, se resisten a formar parejas estables.
Mientras en República Dominicana se predicó la planificación familiar, con entidades como Profamilia, en Haití continuó la teoría de que “cada muchacho viene con el pan debajo del brazo”, como durante siglo se entendió del lado dominicano. Aquí también surgieron ONGs feministas como CIPAF, financiadas por potencias y organismos extranjeros, promoviendo el aborto, el matrimonio de personas de un mismo sexo y satanizando la maternidad como algo en antagonismo con el progreso y la “liberación femenina”.
Lo cierto es que por más esfuerzos que se realicen por controlar la frontera dominico- haitiana, la dominicanidad ha estado combatida desde adentro por acciones que han ido destruyendo la familia y la pareja biológica, calificada como “patriarcado opresor” por las ideologías feministas y la comunidad LGTB, que cada día cobran más fuerza en la sociedad.
República Dominicana carece de un Código Penal actualizado que permita combatir los crímenes de los nuevos tiempos, debido a que esos grupos “progresistas” no lo permiten, pese al esfuerzo de las iglesias cristianas que se oponen a las tres causales del aborto. Por lo menos esos llamados “progresistas” dejaron de hacer marchas contra “el matrimonio infantil” que solo existía en sus turbias cabezas.
Los medios han destacado en estos días datos estadísticos obtenidos mediante un estudio del Ministerio de Relaciones Exteriores que comprobaron que aproximadamente tres millones de dominicanos viven en el extranjero. Consideramos esos datos como conservadores, debido a que ahí no figuran los que viven fuera de manera ilegal. La realidad es que mientras cada vez se le hace más fácil al criollo salir del país, de la misma manera se le permite entrar a los extranjeros, con organismos internacionales como Amnistía Internacional condenando al gobierno por hacer valer las leyes migratorias de la nación.
Con el camarógrafo Elías Féliz Cuevas, que también se fue del país y hoy vive en Boston, Estados Unidos, recordaba hace unos días la conversación de sus padres, que yan no están en este mundo, a nuestro paso por Salinas al regresar de Pedernales. Tal vez el viejo sabio le respondería a la esposa preocupada por el número de persona que estaban muriendo: “Si, y lo grave es que ya los dominicanos no están naciendo igual”. Se trata de una amenaza inadvertida a la dominicanidad, entre muchas otras que ameritan otras entregas.