Farid KuryPerspectiva

La dignidad democrática de Juan Bosch

Colaboración/elCorreo.do

PERSPECTIVA: Aquella noche, 24 de septiembre de 1963, el fantasma del dictador Rafael Leonidas Trujillo volvió a rondar en el Palacio Nacional, tal y como dijo Juan Bosch en su Crisis de la Democracia en América Latina, cuando los militares, instigados por oscuras fuerzas políticas, nacionales y extranjeras, decidieron derrocar al gobierno democrático que desde febrero de ese año encabezaba el presidente Juan Bosch.

El profesor de 53 años, contra muchos pronósticos y planes de la oligarquía y el clero católico, decantados por la Unión Cívica y el doctor Viriato Fiallo, había ganado las elecciones del 20 de diciembre de 1962 con el 60 por ciento de los votos. En esas elecciones se desarrolló entre el profesor y la Iglesia Católica una verdadera guerra campal que se expresó, entre otras cosas, en el debate televisivo con el padre jesuita Láutico García, quién había afirmado, erradamente, que Juan Bosch era marxista leninista, y por lo tanto no debía gobernar. En realidad, lo que debió ser una confrontación electoral entre dos partidos políticos se convirtió en una confrontación entre Juan Bosch y la Iglesia Católica.

Ese miedo horrible, sin base, a que se estableciera en la República Dominicana el comunismo, era parte de la histeria anticomunista generada a raíz del triunfo en enero de 1959 de la Revolución Cubana capitaneada por Fidel Castro.

A partir de ese momento la prioridad de la política exterior de Estados Unidos en América, y más concretamente en el Caribe, giró en torno a impedir otra Cuba. Basados en esa prioridad estimularon y participaron en el asesinato del dictador Rafael Trujillo, quién había sido un aliado de primera línea, y también desalojaron del gobierno a Joaquín Balaguer y Ramfis Trujillo.

En ese contexto, el presidente Juan Bosch que no era comunista ni cosa parecida, sino democrático, era visto por los estamentos de poder como comunista, o cuando menos, que su política de respeto a los derechos políticos estimulaba el avance en el país del comunismo.

En el gobierno, Bosch tuvo escasos días de paz. Siempre tuvo que sobrevivir, actuando al filo de una espada deseinvainada para cortarle la cabeza. Entre la sombra del anticomunismo y oficiales corruptos, ávidos de seguir haciendo negocios en la sombra del Estado, y políticos que nunca entendieron ni asimilaron su triunfo, hubo de gobernar, consciente de que en cualquier momento podía ser derrocado y desterrado.

Marcelimo Ozuna, escritor hatomayorense que ha trascendido por la gracia y limpieza de su prosa, describe aquel ambiente en el que le tocó navegar al escritor vegano convertido en presidente.

En la página 154 de su libro, «Balaguer, Nada es Verdad, Nada es Mentira», Ozuna, dice:

«De cualquier manera, Santo Domingo era una olla de grillos, un dolor de cabeza para el Departamento de los Estados Unidos. Bosch quería hacer un gobierno que el país no podía asimilar. De una tiranía feudal, el escritor pensaba que se podía pasar a un régimen liberal y democrático sin hacer escala, sin transición. Lo primero fue el recorte severo en el gasto nacional, una medida que según los viejos incluía brindar agua de coco a los invitados del Palacio Nacional, en vez de los fastuosos coñacs o champagña de otros tiempos. Acto seguido se prohibió la reelección presidencial, se aumentaron los sueldos a los empleados públicos. Bosch llegó tan lejos en sus esfuerzos por hacer un régimen democrático, que la oligarquía criolla, relegada durante treinta años de Trujillo, empezó a temer. El tirano fue demasiado tirano, el demócrata era demasiado demócrata…De manera que el presidente empezó a colocarse en medio de la tormenta…La Unión Cívica, derrotada espectacularmente por Juan Bosch, se agrupó en las filas de la conspiración, lo mismo que líderes de la categoría de Juan Isidro Jiménez Grullón, médico e intelectual brillante, pero enemigo islámico de Bosch…Otra cabeza destacada de la conspiración era el padre Marcial Silva, capellán de la fuerza aérea. Cuesta mucho saber si este cura era cura, o si se trataba de un agente más, disfrazado de sacerdote. El señor Silva se permitía acusar a Bosch de «comunista peligroso» nada menos que entre sus alumnos de la Fuerza Aérea…»

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En ese asfixiante ambiente, determinado por los requerimientos de la política exterior norteamericana, y matizado de un impresionante atraso nacional, de incomprensión de lo que debe ser y es un gobierno democrático, de miedo histérico al comunismo, de corrupción en las fuerzas armadas, de falta de insitucionalidad, era muy difícil, por no decir imposible, sobrevivir en el gobierno. Se trataba de dos visiones y procederes diferentes, opuestos, uno democrático y el otro antidemocrático. Dos procederes a los cuales ninguno de los bandos en conflictos estaba dispuesto a ceder ni una pulgada.

Y vino lo que se veía venir: el golpe de Estado, la puñalada trapera a la democracia, la caída del gobierno constitucional. En la madrugada, ya del 25, los militares reunidos en Palacio y convertidos en fuerza deliberativa apresaron al presidente y derrocaron al gobierno. Lo mantuvieron como prisionero en la tercera planta prácticamente sin poder comunicarse con el exterior, hasta que el 28, en horas de la noche, fue despachado en la Fragata Mella, primero hacia la isla de Guadalupe y luego a Puerto Rico, donde fue recibido por su amigo, el gobernador Luis Muñoz Marin. Se trataba de su segundo exilio. El primero fue en 1938 huyendole a Trujillo y a sus pretensiones de hacerlo diputado al Congreso Nacional. Y ahora por respetar la constitución e intentar hacer un gobierno democrático.

Pero antes de marcharse junto a su inseparable esposa, doña carmen Quidiello, escribió este mensaje al pueblo dominicano, que tiene la categoría de un documento histórico:

“Ni vivos ni muertos, ni en el poder ni en la calle se logrará de nosotros que cambiemos nuestra conducta.

Nos hemos opuesto y nos opondremos siempre a los privilegios, al robo, a la persecución, a la tortura.

Creemos en la libertad, en la dignidad y en el derecho del pueblo dominicano a vivir y a desarrollar su democracia con libertades humanas. Pero también con justicia social.

En siete meses de gobierno no hemos derramado una gota de sangre ni hemos ordenado una tortura, ni hemos aceptado que un centavo del pueblo fuera a parar a manos de ladrones.

Hemos permitido toda clase de libertad y hemos tolerado toda clase de insultos, porque la democracia debe ser tolerante, pero no hemos tolerado persecuciones, ni crímenes, ni torturas, ni huelgas ilegales, ni robo, porque la democracia respeta al ser humano y exige que se respete el orden público y demanda honestidad.

Los hombres pueden caer pero los principios no. Nosotros podemos caer pero el pueblo no debe permitir que caiga la dignidad democrática. La democracia es un don del pueblo y a él le toca defenderla.

Mientras tanto, aquí estamos, dispuestos a seguir la voluntad del pueblo”.

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