
Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: Con la elección de los sumos pontífices, la Iglesia Católica ha popularizado la expresión en latín “Habemus papam”. Traducida al español la palabra “habemus” significa tenemos. Esta vez puede expresarse agregada a Guerra Mundial, partiendo de los actores que intervienen en el conflicto Rusia-Ucrania, con una innegable confrontación entre las grandes potencias occidentales y la otrora cabeza de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Quien reflexiona en los acontecimientos de las últimas horas en la Europa Oriental tiene que concluir en que el llamado Nuevo Orden Mundial ha colapsado. La etapa que se inició en 1989 con el derrumbe del Muro de Berlín, con la desaparición de la URSS y el triunfo del capitalismo sobre el socialismo, ha llegado a su fin. Los combates que no se dieron entre las naciones capitalistas de Occidente con el gigante ruso, ahora tienen escenario en Ucrania, donde se definen los intereses de todo el mundo.
Pese a que de manera directa las naciones ricas que integran la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) no han llevado sus tropas al campo de batalla, es evidente que Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Alemania ayudan a Ucrania con armas, municiones y equipos para que mantenga su resistencia contra Rusia.
A la misma organización internacional pretenden unirse Suecia y Finlandia. Los movimientos de Ucrania por adherirse a la OTAN fueron el detonante para la intervención rusa en su territorio.
Este mismo lunes se difundieron informaciones dando cuenta de que Bulgaria había expulsado diplomáticos rusos en medio de tensiones. El gobierno de esa misma nación despidió hace poco a un importante funcionario de su defensa por utilizar expresiones propias de la propaganda rusa.
De su lado, el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, advirtió al jefe del Estado bielorruso, Alexander Lukashenko, de que no arrastre a su pueblo a la guerra rosoucraniana. “No debe de arrastrar a la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania y a la violación de todos los tratados internacionales, del derecho internacional en su conjunto”, dijo el líder ucraniano.
En la contienda también participa el presidente australiano Anthony Albanese, quien tras su encuentro en Kiev, capital de Ucrania, con el gobernante, reveló que su país dará 34 vehículos militares a la nación invadida al tiempo que prohibirá la importación de oro ruso al país oceánico.
Parecen tomados de periódicos publicados en periódicos europeos de las dos pasadas guerras mundiales titulares como: “Una ciudad ucraniana dividida se prepara para otra batalla”. Otro: “Rusia da por tomada la ciudad de Lisichansk y con ella toda la región de Lugansk”, en demostración del poderío militar inspirado en el liderazgo de Vladimir Putin.
En esta Guerra, escenificada en la Europa Oriental, hay intereses de todo el mundo. De los que se enfrentan militarmente y los que sufren de sus consecuencias desde la lejanía como ocurren con nuestra pequeña República Dominicana. El liderazgo local, en vez de estar enfrascado en politiquería barata, debiera ponerse a la altura de los tiempos y buscar fórmulas consensuadas para bien de toda la nación.
El primero que dijo que estábamos en una Guerra Mundial fue el Papa Francisco. Nosotros desde aquí le tomamos prestada la expresión que utiliza su feligresía cuando designa un nuevo “sucesor de Pedro”. Y es que “Habemus Guerra Mundial”, aunque muchos no lo hayan entendido. Las secuelas del conflicto global todavía son incipientes. Ojalá no estemos ante el cumplimiento de la profecía bíblica que reza: “Cuando digan paz y seguridad vendrá la destrucción repentina”.
El nunca bien ponderado poeta dominicano Manuel del Cabral escribía que “una tercera guerra mundial no tendría historiadores”. Y todo porque entendía que el mundo había llegado a una capacidad destructiva capaz de acabar con el planeta en cuestión de minutos. Aboguemos por el imperio de la ecuanimidad en estos tiempos oscuros, en los que se desprecia la grandeza humana, y el espectáculo posmoderno amenaza con borrar toda virtud. ¡Oh my God!