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Don Marcio: el mundo que vivió y el que dejó

Por Frank Núñez

Colaboración/elCorreo.do

PERSPECTIVA: En su vida y obra, el recién fallecido escritor dominicano, Don Marcio Veloz Maggiolo, correspondió con el criterio del maestro español Miguel de Unamuno al calificar la novela como “un espejo paseado a lo largo del camino”. Las etapas que le tocó vivir, desde su nacimiento en 1936 hasta su deceso el pasado sábado, fueron materia prima para su creación literaria, muy particularmente en el género novelístico.

Por su dilatada carrera, Veloz Maggiolo, víctima de la pandemia del coronavirus, pudo hacer el periplo desde el optimismo inocente hasta el pesimismo informado. Como Unamuno, en una obra que debiera interesarle a toda persona pensante de hoy, “La agonía del cristianismo”, pudo preguntarse  ¿qué tan cierto es que la especie humana busca la paz y la libertad?

El vasco ilustre lo planteó en la segunda década del siglo XX y el dominicano lo demostró entre finales de esa centuria y comienzos de esta, que “los hombres buscan la paz en tiempo de guerra y la guerra en tiempo de paz; buscan la libertad bajo la tiranía y la tiranía bajo la libertad”.

¿Y acaso no nació y creció Marcio escuchando a los viejos de Villa Francisca decir que Trujillo acabó con la inseguridad y la delincuencia, como las que describió Juan Bosch en la novela La Mañosa, para darle sosiego a una sociedad hastiada de la inestabilidad política, económica y social en que la mantenían los políticos demagogos y los generales de la montonera?

La libertad, concebida como desorden y libertinaje, hizo soñar con la tiranía que Trujillo concretizó. “La Vida no tiene nombre” es una novela de Veloz Maggiolo que recrea esa etapa anterior a la dictadura trujillista, aunque en la misma se percibe el dictador en ciernes con rango de teniente en los campos cañeros de la región Oriental.

“Uña y carne”, otra novela de Don Marcio que no le gustó al historiador Frank Moya Pons, se refiere a la dictadura entre la plenitud y la decadencia, etapa última en la que el pueblo comenzó a luchar por la libertad en medio de la tiranía.

Asesinado el dictador el 30 de mayo de 1961, incidente recreado en el relato “El Jefe iba descalzo”, volvió una libertad mezclada con desorden que no respetó al primer gobierno democrático elegido por el pueblo después de la tiranía, con discursos que promovían una “dictadura del proletariado” y hasta una “dictadura con respaldo popular”, pero la que se instauró fue la de Balaguer, continuador de Trujillo. ¿No hubo acaso, como dice Unamuno, un deseo de tiranía en medio de la “libertad”?

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“De Abril en adelante” es la epopeya del pueblo en lucha por su libertad conculcada por la intervención imperial, una expresión más de lucha contra la tiranía en pos de la libertad. La revolución y guerra del 1965 fue lo que ahora se repite con mucha frecuencia como “punto de inflexión” entre ambos conceptos.

Pero Veloz Maggiolo, que en esos tiempos convulsos entre la tiranía y la libertad cultivó la novela bíblica, “El buen ladrón” es un modelo, también exploró la bohemia barrial de esa etapa sórdida limítrofe de la dictadura y la precaria libertad en “Ritos de Cabaret”.

“El sueño de Juliansón”, aunque la temática es la arqueología y hasta si se quiere el indigenismo, es la más posmoderna de sus novelas, porque en ella se auscultan reflexiones de actualidad sobre el psicoanálisis de Freud, la teoría del arquetipo de Jung, la ecología de James Frazer, las filosofías de Locke y Rosseau, la poesía de Dante, Milton, Machado y Alberti, junto al espiritismo de Camilo Flammarión y Kardek. Menciona a sus compatriotas Tomás Hernández Franco, Manuel Mora Serrano, Renato Rímoli y Fernando Luna Calderón.

Lo cierto es que Veloz Maggiolo vivió en un mundo en lucha por aspiraciones trascendentales, pero al marcharse deja una sociedad caracterizada por los estilos de vida del “Hombre Light”, como describe a la agente de este tiempo el psiquiatra español Enrique Rojas. Un mundo sin valores, fue lo que trajo el fin de la Historia, tras cerrarse la etapa de la Guerra Fría. Predomina el relativismo ético y el capital amenaza con erigirse en el único Dios.

Fuera bueno que la sorprendente oleada de jóvenes novelistas dominicanos del siglo XXI siga las recomendaciones del patriarca indiscutido del género, Don Marcio Veloz Maggiolo, para que sus creaciones se conviertan en insoslayables y trascendentes. Transcribo la que le hizo a un grupo de esos nóveles reunidos en la Academia de la Lengua, que preside su amigo Bruno Rosario Candelier, coincidiendo con uno que se marchó hace algunas semanas, Manuel Salvador Gautier, antes de que el coronavirus viniera a lacerar la vida social y cultural: “Para escribir una gran obra dominicana, la misma debe tener un núcleo que sea de interés nacional, tener en cuenta nuestra tradición, debe estar bien escrita, con datos y referencias que reflejen que el autor está bien informado de lo que pasa en su país y en el mundo”.

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