Editorial

Refundación de la ONU

El nacimiento de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), de lo cual han transcurrido ocho décadas, marcó sin duda una etapa de gran valor para la humanidad, ya que de alguna manera dio carácter formal a las relaciones entre los países.

La previsión esencial del nuevo ente mundial era evitar conflicto de la envergadura de la primera y la segunda guerras mundiales, las cuales causaron a la humanidad una devastación enorme con secuelas que aún persisten.

Sin embargo, la forma cómo las naciones vencedoras de la Segunda Guerra se repartieron la organización, dio un nacimiento torcido cuyas negatividades se ven dimensionadas en la actualidad.

Particularmente el veto en el Consejo de Seguridad (reservado para los aliados en el conflicto, es decir, Estados Unidos, China, Rusia, Reino Unido y Francia), es lo que genera la funcionalidad de la ONU.

De nada sirve que se adopten decisiones por abrumadora mayoría de votos si uno de esos cinco veta lo aprobado.

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En tales condiciones, la ONU carece de sentido, lo cual se ha visto reflejado en los recientes conflictos, donde el papel del organismo mundial ha sido penoso.

¿Para qué sirve una entidad en tales características? Para muy poco, si es que para algo.

Es decir, para tener una organización que está más cerca de una entelequia, lo mejor es ir pensando en algo menos pomposo, menos dispendioso y de mayor utilidad.

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