
Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: La frecuencia con que se han estado registrado homicidios en el seno de las familias dominicanas debiera mover a reflexión a todo el liderazgo político, social, religioso y comunitario a fin de investigar sus verdaderas causas, con el auxilio de especialistas en la conducta humana, a fin de cambiar esa tendencia, pues de lo contrario se convertirá el problema número uno en lo que respecta a la preservación de la nación dominicana.
Nadie puede negar el avance obtenido por República Dominicana en materia económica durante el presente siglo XXI, sin embargo, el progreso ha venido junto a un marcado deterioro de la familia, con crímenes en ese núcleo fundamental de la sociedad que llenan de horror a las comunidades, como fue el caso más reciente de Nueva Jerusalén, en Santo Domingo Este, donde un ex oficial de la Armada puso fin a las vidas de su esposa, un hijo, la nuera y la suya propia, dejando herido de bala a otro de sus vástagos.
En momento que es justificable la preocupación de la ciudadanía por la vulnerabilidad de la frontera dominicana, con graves secuelas por la cuestión migratoria, ya se vuelve patética la situación de la familia dominicana, en la que por múltiples factores se ha ido formando una distancia entre sus miembros, que impide la observación de su comportamiento, por lo que resultan sorprendentes sucesos como el que ha conmovido a Nueva Jerusalén y todo el país.
Ciertamente las tecnologías han dado grandes ventajas y comodidades a las nuevas generaciones. Las comunicaciones han sufrido una revolución vertiginosa hasta el punto de que teóricos como Ignacio Ramonet sostienen que el término periodismo debe sustituirse por “instantaneísmo”. En barriadas y zonas rurales cualquier vecino se convierte en “influencer” con miles de seguidores. Pero al mismo tiempo el diálogo presencial y la conversación familiar se ha ido extinguiendo. Cada miembro de familia vive en su propio mundo. Las víctimas del padre homicida dormían cada una en su habitación.
Por estos medios nos hemos referido a las muertes de madres, padres, esposas, hijos, abuelos y hermanos a mano de familiares directos. Hace apenas veinte años, cuando este servidor comenzó a trabajar en el programa de investigación El Informe con Alicia Ortega, los casos como los que ahora son cotidianos ocurrían uno solo en un lustro, provocando entregas exhaustivas con testimonios de las familias y vecinos, seguidos de explicaciones de las autoridades competentes, con análisis de profesionales de la psiquiatría, la psicología y otros científicos calificados.
Hoy los homicidios en el seno familiar se han vuelto tan frecuentes, que se han estado informando como simples noticias, sin la debida investigación a fin de obtener conclusiones y recomendaciones que puedan detener el fenómeno. Y eso es lo que más nos debe preocupar como ciudadanía. Por aquí hemos demostrado que los crímenes en las familias, como los accidentes de tránsito en los que mueren miles de personas tienen que ver con la popularización del consumo de drogas “controladas”. Esa posibilidad no ha sido contemplada en el caso del oficial retirado homicida.
Pero también son cada día más frecuentes los casos de las desapariciones de personas del mismo seno familiar, como es el caso del niño de Jarabacoa, desaparecido hace una semana de un ambiente cercano a sus padres, de acuerdo a lo que se ha divulgado en medios convencionales y redes sociales.
El criterio que ha tomado fuerza en la sociedad dominicana de las últimas tres décadas es hacer declaraciones sobre la “violencia contra la mujer”, como si fuera exclusiva de ese género. Se trata de discursos feministas de Ongs que buscan satanizar al hombre como el género abusador, que se beneficia del sexo que le impuso la biología con la “construcción social del patriarcado cavernario”. Todas esas engañifas han contribuido a que la familia pierda unidad y cada uno se vea como un ente aislado. De ahí que el mundo se puede estar acabando en el hogar y todo se viene a saber cuando ocurre una desgracia como la de Nueva Jerusalén.
En las últimas semanas se ha organizado marchas en defensa de la soberanía nacional, ante la explosión migratoria descontrolada. El gran temor de los dominicanos de bien es a perder la nacionalidad y los valores cultuales de la dominicanidad, además del territorio que nos ha costado tantos mártires. Pero lo cierto es que, de seguir acrecentándose la frontera en el seno de las familias, será muy difícil preservar la Nación como ente espiritual que le dé sentido como pueblo independiente y feliz.