
Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: ¿Quién puede imaginarse que el camarada Isoif Visariónovich Dzhugashvili, conocido por toda la humanidad simplemente como Stalin, marxista y ateo por convicción, se casó por la iglesia como cualquier cristiano?
Pues sí, aunque parezca extraño, el hombre que con los años le tocaría encabezar el socialismo mundial, y en aparente contradicción con sus ideas revolucionarias y anticlericales, no tuvo absolutamente ningún empacho en casarse en la casa de Dios y de frente a la cruz oyendo el sermón de un sacerdote católico ortodoxo.
Fue una exigencia de su amada Ekaterina Svanidze, también llamada Kato, a la que Stalin no puso la mínima objeción.
Eran los tiempos en que Stalin encabezaba una banda que se dedicaba a asaltar bancos de la rica región del Caucaso, para recaudar dinero para el Partido.
Aun así, el hombre, conocido por ser terriblemente implacable, encontraba tiempo para entregar su corazón y alma a Kato. Dicen sus biógrafos que pese a ser desde entonces un hombre rudo, Stalin no perdía momentos para cantarle canciones y declamarle poemas románticos que él escribía.
Así de enamorado estaba de ella, que cuando Kato le dijo que su sueño era casarse por la iglesia y vestida de blanco, no lo pensó dos veces. El estaba, en realidad, tan enamorado, que estaba dispuesto incluso a desfilar por el pasillo central de una iglesia que él odiaba con toda su alma, pese a haber sido años antes seminarista.
Efectivamente, tras superar algunos inconvenientes presentados por los curas, la noche del 15 de julio de 1906 Kato y Stalin juntaron sus destinos en una unión matrimonial a la luz de las velas de la iglesia de Santa Nina delante de sus familiares, amigos y camaradas. Luego se trasladaron a la casa de una hermana de Kato y allí todo fue alegría, carcajadas, música, banquete, a los que también asistieron, por supuesto, los camaradas de la banda y del partido.
Pero en la vida no todo es alegría y felicidad. Antes de dos años, Kato se enferma. Le diagnostican Tifus y el 22 de noviembre de 1907 Kato muere precisamente en brazos de su amado Stalin, que quedó completamente destrozado.
En la misma iglesia donde se casaron se celebra la ceremonia de los funerales. Allí Stalin, conocido por su habitual sangre fría, no puede mantenerse sereno ante el cadáver de su mujer. Los nervios lo traicionan y se le ve llorar desconsoladamente. Incluso, sus amigos de la banda, temerosos de que el hombre fuera a cometer un error irreversible, le quitan la pistola Mauser que siempre portaba.
Y mientras se dirigen al cementerio, se le oye repetir entre gritos y lloros: «No he sabido hacerla feliz». Y ya en la tumba, y en un tono sombrío, dice, como quien predice y visualiza la que habría de ser su vida: «Esta criatura era la única que podía ablandar mi corazón de piedra. Ha muerto, y con ella ha muerto cualquier sentimiento de afecto para los seres humanos».
Dicho y hecho. Fue así, terriblemente así mismo. Aquel hombre que en ese momento estaba totalmente triste, afligido y destrozado por la muerte de su mujer, no tuvo piedad para nadie cuando le tocó dirigir los destinos de la Rusia Bolchevique, desde donde envió a las cárceles y al cementerio a millones de rusos.
Un caso típico de los tropiezos del corazón y de la dualidad humana, de esa dualidad donde puede convivir, como dice el poeta Juan Freddy Armando, «el amor más tierno con la violencia más feroz». Y que muy bien retrata el cantautor Silvio Rodríguez en este sencillo verso cantado: «Te doy una canción con mis dos manos, con las mismas de matar».