
Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: A Ulises Heureaux, el hijo de doña Fefa, la «pantera negra» como le calificara José María Vargas Vila, le advirtieron una y otra vez que no fuera a Moca porque allá se fraguaba una conspiración para matarlo. Le llegaron a ofrecer los detalles de la conspiración. Se sabe que el general José Dolores Pichardo, Loló, le habló de la trama y le dijo incluso los nombres de sus organizadores, entre los cuales figuraban como cabecillas los primos Horacio Vásquez y Ramón Cáceres. Pero el dictador, que era un hombre terco y de probada valentía, no hizo caso a nada ni a nadie. No sólo fue a Moca, sino que lo hizo con muy pocas escoltas. A Moca llegó la tarde del 25 de julio de 1899 y en la noche participó muy distendido y relajado en una fiesta que se celebró en su honor en el club más prestigioso. En el jolgorio de esa fiesta vio a Mon Cáceres, y eso ni lo alteró ni le hizo cambiar sus planes. Esa noche durmió como un lirón. Al moreno puertoplateño nada le perturba. Pero estaba escrito que moriría en Moca y a manos precisamente de Mon Cáceres y de un hijo de un compadre suyo. Al otro día, a eso de las 2 de la tarde, visitó a su compadre Jacobo de Lara donde lo esperaba la muerte. Cuando iba entrando prácticamente solo al colmado de su compadre Jacobo fue acribillado. Jacobito de Lara, hijo de Jacobo, un mozalbete de apenas 16 años, hizo el primer disparo, que fue seguido por seis más hechos por Ramón Cáceres. Ahí rodó el cuerpo atlético de Lilís y con él su tiranía.
Doce años después, la historia se repitió con el mismo Ramón Cáceres, alias Mon, un hombre, como Lilís, reconocido por su valentía. A Mon, el matador de Lilís, fueron muchas las voces que le advirtieron que gente de su propio gobierno estaban conspirando no sólo para derrocarlo, sino para matarlo, pero el mocano no prestó oídos a esas advertencias. Le llegaron a decir que el cabecilla de la conspiración era Luis Tejera, hijo de Emiliano Tejera, reputado escritor y Canciller de su gobierno. El propio Luis Tejera era general y había sido un hombre de mucha confianza de Ramón Cáceres, incluso desde antes de llegar al gobierno y durante el gobierno. Uno no alcanza a saber si es que no creía en las versiones que le daban, o si aún creyéndolas no temía al peligro. Lo cierto del caso es que el presidente seguía muy confiado y nada parecía perturbarlo. Incuso se mantenía andando por la ciudad capital prácticamente sin seguridad, pese a las constantes quejas de sus amigos y funcionarios de que abandonara esa práctica. Así, las constantes advertencias, se hicieron realidad la tarde del 19 de noviembre de 1911, cuando Luis Tejera, al mando de un grupo de conspiradores, lo interceptó a su regreso de su paseo dominical por la que hoy es la calle Independencia y lo mató. Como Lilís, Ramón Cáceres, sólo andaba con dos personas, que eran el coronel Ramón Pérez, alias Chipi, quien huyó al oír el primer disparo, y su cochero, José Mangual, quien contrario al cobarde de Chipi, se fajó a defender a su presidente, aunque de manera infructosa.
Rafael Leónidas Trujillo solo andaba con su chofer, Zacarías de La Cruz, la noche gloriosa del 30 de mayo de 1961, cuando fue cocinado a balazos por personas que habían sido amigos y colaboradores suyo y que habían sido denunciados como complotadores por el propio jefe del SIM, el siniestro Johnny Abbes.
Quién nunca se descuidó y nunca anduvo desprotegido fue el doctor Joaquín Balaguer. Conocedor al dedillo de la historia dominicana, nunca se expuso. Y por eso murió en su cama, eso sí, castigado como diría él mismo, por la providencia, al pasar sus años finales ciego y sin poder caminar.