Perspectiva

¿Y lo vamos a olvidar?

Namphi Rodríguez

elCorreo.do

PERSPECTIVA: ¿Qué está pasando en nuestro país que ve como Convidado de Piedra el hecho infama del gobierno del ex-presidente Danilo Medina de someter a espionaje masivo a cientos de ciudadanos declarados secretamente enemigos del Estado?.

Periodistas, políticos, defensores de derechos humanos y jueces vivimos un drama sólo comparable con los sombríos pasajes de la novela “1984”, del escritor inglés George Orwell, en la que el Gran Hermano se tomó el control de las vidas de las personas por encima de la Constitución y la ley.

Atrapado en su paranoia y en sus apetencias irrefrenables de perpetuarse en el poder, el pasado Presidente aupó una “guerra sucia” desde un Estado policial, en el cual no se respetaba el derecho fundamental a la intimidad personal y familiar.

Un ensoberbecido Procurador General de la República y una legión de fantoches de turno, charlatanes y maniobreros, acudieron a métodos oscuros y antidemocráticos para estigmatizar a sus opositores e infundir temor.

A la peor usanza fascista y hitleriana, se utilizaron filas de testaferros en las redes sociales pagados con dinero público para destrozar reputaciones, para “cáiganles arriba”, con el fin de “asesinar moralmente” a quienes “osaron” contradecir sus despropósitos.

¿Qué clase de país es este en que se usan los recursos de nuestros impuestos para despreciar y destruir el sagrado regazo familiar sin consecuencias para los responsables?.

Las tenebrosidades llegaron al punto de que la hoy procuradora general de la República y ex-magistrada de la Suprema Corte de Justicia, Miriam Germán Brito, fue víctima de esa funesta campaña de exterminio moral.

Esa repugnante práctica ha sido legalmente censurada desde los Estados Unidos, donde Richard Nixon vio el fin de su presidencia luego de su reelección; Panamá, donde Ricardo Martinelli tuvo que pagar con cárcel, o en Argentina, con procesos abiertos contra el ex-presidente Mauricio Macri.

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Las leyes penales dominicanas sancionan el delito de irrumpir en las comunicaciones de los ciudadanos y, más aún, si dicho crimen se perpetra prevaleciéndose del abuso de confianza que le otorga una posición a un funcionario.

Esa cultura lombricienta heredada del verdugo de Trujillo no se puede permitir en pleno siglo XXI. Aquí hay que sancionar a los responsables de esos abominables hechos.

De lo contrario estaremos ante el gatopardismo de la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa: “que todo cambie para que todo siga igual”.
La pregunta sería, pues, ¿es este un terruño de bandidos o un lugar inhóspito en que nos aplastan la dignidad como cucarachas?
¡Oídlo bien!, como escribió Pedro Mir, este es un país agredido, “sencillamente (…) triste y torvo/triste y acre (…) sencillamente triste y oprimido”. Un país que no merece el nombre de país.

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