Farid KuryPerspectiva

Una anécdota del hijo de Fefa

Por Farid Kury

Colaboración/elCorreo.do

PERSPECTIVA: En la vida del dictador dominicano Ulises Heureaux, conocido por siempre como Lilís, abundan los hechos interesantes que lo convierten en un personaje histórico y a la vez pintoresco.

Abundan también las anécdotas que como político y jefe de Estado se han transmitido de generación en generacion, que demuestran su talento para salir de apuros, y también su astucia, valentía, cinismo y brutalidad. En Lilís hubo de todo.

Un detalle pequeño, ocurrido en la infancia, puede explicar acciones posteriores. Los adultos no tomamos mucho eso en cuenta. Somos dados a descuidarnos en nuestro comportamiento con los niños, porque creemos que una cosa no influye en la otra, cuando es sabido que el hombre que se llega a ser tiene su raíz en la niñez. El profesor Juan Bosch lo dijo de esta manera: «El hombre que es hoy viene configurado por el niño que fue ayer».

Lilís no se criò con su madre sanguínea, doña Fefa, sino con su madre adoptiva, Mademoiselle Rose. Ese hecho pudiera a simple vista no ser trascendental, y resulta que aunque en unos pudiera no serlo, en otros sí lo es.

Al parecer en Lilís ese hecho fue importante como se demuestra en esta anécdota.

Lilís era hijo natural de Josefa Level, humilde mujer de Saint Thomas y de José Alejandro D assas Heureaux, de origen haitiano y capitán de navío de la flota francesa, y más tarde Juez Civil. Nació el 21 de octubre de 1845 en Puerto Plata. Hilarión Level fue el nombre que le pusieron, pero al poco tiempo, al reconocerlo, su padre le cambió el nombre y también el apellido, pasando a ser llamado como Ulises Heureaux. Con el tiempo, sería conocido por todo el mundo simplemente por el apodo de Lilís.

Pudiera decirse que el pequeño Lilís no fue bien tratado por sus progenitores. No sabemos por qué, pero cierto es que sin razones justificadas, Lilís fue abandonado por ellos, y entregado a una vecina de buena posición económica conocida como Mademoiselle Rose, que lo atendió con amor y dedicación.

Esa señora carecía de hijos, y tal vez por eso lo acogió como si fuera hijo suyo. Lo educó y le enseñó a asearse y vestirse con esmero y cuidado, cualidades que observó hasta el último día de vida. También le hacía levantarse casi de madrugada a bañarse con cepillo, antes de ir al río a buscar agua y de ayudarla en las faenas del hogar. Sólo entonces lo llevaban a la escuela.

A pesar de la buena educación que trataban de darle, el pequeño era travieso. Era desobediente y le gustaba permanecer en la calle el día entero. También, al decir del doctor Joaquín Balaguer, era muy dado a montar bestias que no pedía prestadas a sus dueños. De vez en cuando, uno que otro vecino, se quejaba de él, pero Mademoiselle Rose, lo quería de una forma tal, que raras veces, casi nunca, atendía esas quejas. En ese hogar aprendió a leer, a escribir y a sacar cuenta. Era lo más que podía aprender en aquel ambiente atrasado, pobre y con muy escasa población.

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Lilís llegó a querer mucho a su madre adoptiva, que lo era en los hechos, aunque no en lo legal. Por quien no mostró mucho amor fue por sus padres. Al parecer no les perdonó el haberlo abandonado. Esta historia así lo refleja: en 1897, llevando más de diez años de poder absoluto, recibió varias cartas desde Puerto Plata que daban cuenta de la precariedad de salud de su madre, Josefa Level. Su secretario, Luis Bernard, un día le dijo:

-Presidente, tenemos que ir a Puerto Plata.
-¿Por qué? le preguntó Lilís
-Porque mamá Fefa está muy grave.
-Y yo ¿qué voy a hacer? Si fuera médico. Si le llevara la salud iría inmediatamente.

En República Dominicana, antes y ahora, cuando un hijo es enterado de la gravedad de su madre, corre a verla y a atencionarla, a brindarle amor y estar con ella hasta el último aliento.

Pero en Lilís no se cumplió eso. Fue indiferente, alegando que no era médico. Doña Fefa murió sin que su hijo, el presidente Lilís, convertido en dictador, abandonara la capital.

Todos conocemos innumerables casos iguales o parecidos a los de Lilís, de niños abandonados por sus padres, o al menos por uno de ellos, en la niñez, y ya de grandes, manifestar resentimiento, rechazo y hasta odio por ellos. Definitivamente hay hechos que quedan grabados en la memoria de los niños por siempre.

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