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Río Pedernales y un preaviso desatendido

Por Tony Pérez

Colaboración/elCorreo.do

PERSPECTIVA: El 24 de agosto de 2020, ocho días después de instalarse en el Palacio de la Moisés García, el presidente Luis Abinader visitó de urgencia al municipio Pedernales. Llegaba con algunos de los ejecutivos de su gabinete a verificar los daños provocados en la víspera  por la tormenta Laura. La República Dominicana atravesaba el pico de la temporada ciclónica que comienza el 1 de junio y termina el 30 de noviembre.

El lánguido río Pedernales había captado parte las aguas de las fuertes lluvias registradas en el Baoruco, y se había desbordado.

En su avenida, se llevó casitas y afectó el área de depósito de mercancías del mercado binacional, cercanas a su cauce; tumbó árboles, postes del tendido eléctrico y, según las autoridades, dañó 165 viviendas (150 en Pedernales, 15 en Oviedo). Un hombre de 45 años que desafió las corrientes con todo y escombros en el área de la puerta con Anse -a- Pitre, comuna de Haití, murió en el intento. Se trata del cabo adscrito al Cuerpo Especializado de Seguridad Fronteriza (Cesfront), Carlos Ariel Paniagua de la Paz.

El Gobierno auxilió a las personas afectadas por el ciclón. Fue oportuno. Pero, hasta ahora, no ha atacado las causas del agravamiento de los daños para mitigar los efectos de un potencial fenómeno hidrológico, y ya estamos a las puertas de una temporada que–conforme la previsión de meteorólogos internacionales—será más activa.

Desde el mismo día de la inauguración del Dique Derivador Internacional (30/10/1979), por parte de los presidentes de RD, Antonio Guzmán (1978-1982), y de Haití, Jean Claude Duvalier, en Paso Sena de Pedernales, el río sufrió un agravamiento de su desnutrición en su trayecto hacia la desembocadura en el mar Caribe. Su curso de agua es un chorro que, por tramos, se incrusta en el subsuelo y deja el espacio a la polvareda y al paso de la frontera sin mojarse los pies.

La construcción de la represa, río arriba, para dividir el líquido en partes iguales entre los dos países, se fundamentó en el Tratado de Frontera suscrito el 1 de noviembre de 1929 por los presidentes Horacio Vásquez, dominicano, y Luis Bornó, haitiano.

Pero ello representó la anulación del torrente al tradicional sistema de rigolas que por medio siglo había servido para irrigar los potreros y conucos de la parte baja del pueblo, hacia el sur y el este. Y hasta como balnearios atractivos (El Roblito, Rigola del Gobierno) y sitios de pescas de anguilas, dajaos y camarones.

Pronto, la falta de agua arruinó las tierras de la parte baja, hasta la playa. Sufrieron las consecuencias: Vencedor Bello, Curú, Maldonado (Antes de Bienvenido La Pasita), Ña, Atila, Basnila, Bautista, Cervantes, Memén, Pilín, Tití, Julio, Pimpón, Morales, Otilio e Irena, entre otros.

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Del área, desaparecieron los frutales, las siembras de productos de ciclo corto y se hizo imposible criar reses. En poco tiempo, el área semejaba un desierto. Los viejos propietarios se resistían a creerlo. Luego, vinieron las ventas e invasiones dirigidas por políticos, y el apadrinamiento, por parte de la Alcaldía, de un semillero de viviendas muy distantes de los más elementales criterios de ordenamiento territorial.

El río Pedernales sigue ahí, aparentemente intrascendente, muerto. Pero es un peligro latente para la parte baja del municipio.

Durante el primer lustro de la década del 2000, una organización extranjera construyó unos muros sólo en la ribera oeste para evitarle inundaciones a la vecina comuna Anse–a-Pitre, perteneciente al distrito de Belle-Anse. El cauce está repleto de piedras y escombros. Los haitianos depredaron las naturales galerías de árboles que servirían de protección. El entorno está pelado.

Aunque el Tratado de 1929 establece distribución equitativa de sus aguas, Haití no presta atención a la creciente deforestación en toda la ruta del río, desde lo alto del Baoruco, al norte, hasta el Caribe (42 kilómetros). La pluviometría es baja, 583 milímetros por año, pero cuando un fenómeno impacta, no hay cómo canalizar las aguas. Es la perfecta arquitectura de una tragedia.

Pedernales tiene una historia de tormentas y huracanes que han provocado muertes y graves daños a las infraestructuras públicas y privadas (Inés, 1966; Georges, 1998; Katie, 1955). Su ubicación en la región geomorfológica Procurrente de Barahona, la hace atractiva para los “hijos del mar”, los ciclones.

República Dominicana y Haití deben consensuar un plan de protección del río que comience por la reforestación, tolerancia cero con el levantamiento de suburbios contaminantes en sus orillas y permitir el renacimiento de sus galerías de árboles.

Mientras tanto, del lado nuestro, sin dilación, el Gobierno debe mover personal y equipos para hacer un dragado que permita a las aguas fluir hasta el mar. Junio está cerca y los ciclones entran sin pedir permiso. La tormenta Laura fue un preaviso.

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