Farid KuryPerspectiva

Pedro Santana y Elías Wessin

Por Farid Kury

Colaboración/elCorreo.do

PERSPECTIVA: Diecisiete años después de lograr nuestra independencia, el general Pedro Santana, en un acto de extrema traición a la patria, anexó el país a España. Se alegó, sin fundamento, que recurría a semejante barbaridad debido al peligro de ser invadidos y ocupados por Haití. La última vez que Haití intentó ocupar República Dominicana fue en 1855, y fueron vencidos por nuestros ejércitos en la batalla de Santomé.

Haití no era un peligro. Hace tiempo había dejado de serlo. Y aún cuando lo hubiese sido, eso no justifica anexar el país a una potencia. La verdadera razón estuvo en la lucha por el poder entre baecistas y santanistas, en la que los hateros, representados por Santana, cada vez se sentían más débiles para enfrentarse a la pequeña burguesía, acaudillada por Buenaventura Báez.

En la lucha contra los trinitarios, Santana se impuso rápidamente. Vencidos éstos, la lucha por el poder pasó a ser entre Santana y Báez. Empezaron como aliados. La primera vez que Báez llegó al poder en 1849 fue con el respaldo de Santana. Pero los acontecimientos se desarrollaron de forma tal, que esos dos personajes, fundamentales de nuestra historia, devinieron en enemigos irreconciliables, y ya para finales de los años cincuenta, Santana le era imposible frenar el empuje de las fuerzas de Báez, que amenazaban con sacarlo del poder, y desterrarlo, como él había hecho con el propio Báez, o incluso fusilarlo, como había hecho con Antonio Duvergé y otros tantos.

Antes de entregar el poder a los baecistas, el hatero prefirió anexar el país a España. Así de simple. Al principio, España no le sedujo la idea, pero terminó seducida. El 18 de marzo de 1861 la anexión fue proclamada oficialmente. La bandera dominicana fue arriada y en su lugar izada la española. De la noche a la mañana, dejamos de ser una nación independiente y pasamos a ser una provincia ultramarina de España. La traición quedó consumada.

Pedro Santana fue nombrado Capitán General de la nueva provincia. Eso es en teoría. Porque en los hechos no fuimos tratados como provincia, sino como colonia española en el nuevo mundo. Y Santana fue relegado. Las decisiones importantes eran tomadas por los gobernadores españoles. Santana, de presidente de la República Dominicana, pasó a ser una figura decorativa. Con un título, o varios títulos, pero sin poder. Y ya sabemos: nada es más ridículo que alguien con muchos títulos rimbombantes, pero sin poder real.

Santana, acostumbrado a usar el poder sin límites, se llenó de odio y fue preso de una depresión crónica. No digería ser maltratado por los españoles, sobre todo, por la actitud abiertamente contraria a él, asumida por el gobernador José de la Gándara. Este nunca reconoció la autoridad de Santana ni sus méritos. Para él, Santana no era más que un criollito insignificante. Tan así que incluso lo destituyó y lo citó para apresarlo y mandarlo a Cuba donde sería procesado.

Ese trato vejatorio consternó Santana. Lo deprimió, de tal manera, que apenas una semana después de ser citado, murió. Aún se debate si murió a causa de esa depresión crónica. Lo cierto es que el trato vejatorio que recibió de parte de los españoles lo llevó a esa situación. Su muerte lo salvó de la humillación de ser apresado y enjuiciado en Cuba. De todas maneras, el hombre quedó como un traidor ante los dominicanos, y frente a los españoles, no mereció ni siquiera ser tratado con respeto. Al final, ese es el trato que reciben los traidores.

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Lo que pasó en el siglo XIX con Santana y los españoles, pasó con el coronel Elías Wessin y Wessin y los norteamericanos en el siglo XX.

Wessin y Wessin siempre fue un militar al servicio de los norteamericanos. En 1963 fue una pieza fundamental en la conspiración y en el derrocamiento del gobierno democrático del presidente Juan Bosch. Dos años después, en abril de 1965, en la primera fase del conflicto, fue el líder de los militares que establecieron una Junta Militar para combatir a los constitucionalistas que pedían el retorno de Juan Bosch al poder. Esa Junta Militar terminó rápidamente solicitando la intervención militar norteamericana de la República Dominicana.

Pero a Wessin y Wessin le pasó, como a Pedro Santana con los españoles. Fue desconsiderado por los norteamericanos y de la peor manera. De hecho, nunca le tuvieron el mínimo respeto ni consideración.

Apenas los gringos llegaron al país trataron de desligarse de él. Al principio intentaron convencerlo de que renunciara al mando de sus tropas del CEFA y que se hiciera a un lado del conflicto. Asombrado y perturbado por ese trato vejatorio inesperado, obviamente no aceptó renunciar. Se amotinó con sus hombres en la base de San Isidro. Pero con los gringos no se juega tan fácil. Al final, lo obligaron a ceder. El 9 de septiembre, un gran contingente militar, respaldado nada menos que por 26 helicópteros, al mando del propio comandante de las fuerzas norteamericanas, Bruce Palmer, rodearon su casa en San Isidro. Lo apresaron y lo obligaron a renunciar y a entregar el mando al coronel Osiris Perdomo. Lo deportaron a Panamá, sin permitirle sacar documentos de su escritorio, ni cambiarse de ropa ni despedirse de su familia. Más humillación no podía ser.

Santana anexó el país a España y terminó devorado por ella. Elías Wessin y Wessin pidió, junto a otros militares, la intervención militar norteamericana, y terminó humillado, apresado y deportado por los propios norteamericanos. Es el destino de los traidores.

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