Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: En 1907, con apenas 16 años, Rafael Leónidas Trujillo, el hombre que con el devenir de los años encabezaría en esta media isla una terrible dictadura, se inició como empleado público cuando por gestiones de su tío Plinio Pina Chevalier fue nombrado como telegrafista, cargo que desempeñaría entre Baní, San Cristóbal y Santo Domingo. Tres años después, inconforme con su sueldo, que era solo de 25 pesos, renunció al mismo.
A partir de ese momento, siendo ya mayor de edad, es poco lo que está documentado sobre su vida. Tal vez es el período que menos se sabe de él. Sus biógrafos se limitan a señalar que en 1913, con 22 años, casó con Aminta Ledesma, una sancristobalense humilde, con quien tuvo una hija, Julia Génova, que al siguiente año murió.
Eran los tiempos de las guerras civiles, generadas con el magnicidio del presidente Ramón Cáceres, conocido por los vivos y los muertos solo como Mon. La política y la guerra concitaban la atención de cualquier joven con aspiraciones de ascender social y económicamente. El país se debatió, por un largo periodo, entre dos caudillos: Juan Isidro Jimenes y Horacio Vásquez. Ambos serían presidentes de la República varias veces.
Entre los dos, Trujillo prefirió a Horacio. En él admiraba su arrojo y su histórica participación en el tiranicidio del 26 de julio de 1899 contra el dictador Ulises Heureaux, alias Lilís.
Pero a finales de 1916, disminuidas las guerras fratricidas, ingresa al ingenio de San Isidro como pesador, y luego al de Boca Chica como guarda campestre. Un guarda campestre no dejaba de ser importante en la vida del batey. Pero en realidad no era la gran cosa, sobre todo para un hombre ambicioso como Trujillo. Debía trabajar la semana entera, 14 horas diarias y su salario era solo de 30 pesos. Eso no llenaba su espíritu.
Desempeñaba ese oficio cuando se presentó su oportunidad. Ese año el presidente norteamericano Woodrow Wilson ordenó la ocupación norteamericana de la República Dominicana. El Estado dominicano quedó disuelto, como había quedado en 1861 cuando fue integrado a España como provincia ultramarina. Para justificar la intervención se argumentó la violación a la Convención Dominico-Americana de 1907, según la cual la deuda dominicana no podía aumentarse sin un acuerdo entre el Estado dominicano y el norteamericano.
Oficialmente la ocupación fue proclamada el 26 de noviembre por el capitán Harry Knapp, y cuatro meses y una semana después, el 7 de abril de 1917, una Orden Ejecutiva del gobierno militar, la número 27, creaba la Guardia Nacional Dominicana, una institución llamada a desarmar los civiles que durante años habían participado en las numerosas guerras, surgidas desde el mismo nacimiento de la República, pero acrecentadas con la muerte de Lilís y Mon, quedando así suprimido el débil ejército dominicano. Nadie podía sospechar entonces que con esa decisión se creaba el germen del trujillismo.
No pasó mucho tiempo para el guarda campestre Rafael Trujillo Molina convencerse que su trabajo no le proporcionaba opciones halagüeñas de crecimiento. Se visualizaba estancado y eso no era lo que quería para su vida. Mejores perspectivas debía ofrecer la recién creada Guardia Nacional, sobre todo para un hombre de carácter, don de mando y con pretensiones de ascender bien alto.
Entonces se apodera de él la idea de ingresar a ese cuerpo militar. Intuye que ahí puede encontrar el camino deseado. Percibe que esa es su oportunidad y decide ir detrás de ella, como el felino detrás de su presa.
No lo piensa mucho. El 9 de diciembre de 1918 escribe una carta dirigida al coronel C.F. Williams, en la cual solicita formalmente su ingreso a la Guardia Nacional. En esa carta, sin que sean requisitos, apunta que no fumaba ni bebía ni había sido sometido a los tribunales. Pero además, en procura de impresionar al oficial norteamericano, consigna que “en mi pueblo natal, he pertenecido y pertenezco a la primera sociedad”.
Para el profesor Juan Bosch esas palabras eran “una radiografía del alma de Rafael Leonidas Trujillo”. El hombre no pertenecía a la llamada primera sociedad y no pertenecería siquiera diez años después cuando ya era rico y jefe del Ejército. Y al decir que lo era sin serlo quedaba reflejado de manera escrita ese resentimiento que nunca superó, a pesar de llegar a ser el jefe absoluto de una nación durante 31 años, y que muchas veces le hizo cometer crímenes horrendos, y desde el punto de vista político innecesarios.
Tampoco decía la verdad cuando afirmaba no haber sido sometido a los tribunales. Esa era una mentira deliberada. En dos ocasiones había sido sometido, una por robo donde fue declarado culpable, y en otra por falsificación de documentos, aunque en ambas ocasiones se las ingenió para evitar su encarcelamiento.
Pero al margen de esos dos detalles, que reflejan en cierta forma, astucia y tigueraje, su solicitud fue aceptada. El 11 de enero de 1919 fue juramentado como segundo teniente. Dicen que el destino, la vida o el azar a cada quien le brinda una oportunidad. El desafío es verla. Unos la ven y otros no la ven. Unos la atrapan y la aprovechan y otros no la ven y la dejan pasar. La de Trujillo fue esa. Él la vio y la atrapó. El Ejército era una tradicional y excelente vía al poder y al dinero. Y eso era lo que más deseaba Trujillo.
A partir de ahí su ascenso fue meteórico. Nada lo detuvo. Paso a paso se dispuso conquistar, y efectivamente conquistó, el afecto del presidente Horacio Vásquez, que había quedado como presidente de la República cuando los gringos salieron del país en 1924, y de su distinguida esposa, la poetisa Trina de Moya. En 1927, contra la opinión de varios colaboradores influyentes, don Horacio lo nombró jefe del Ejército. Y tres años después, tras diversas maniobras e intrigas, llega a la presidencia de la República, cargo en el cual encuentra la muerte 31 años después.
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