Perspectiva

La indiscreción de Norberto Torres

Por Farid Kury

Colaboración/elCorreo.do

PERSPECTIVA: Entre las cualidades que deben tener los políticos para acceder a posiciones de mando, debieran estar, entre otras, la de ser discretos. Por desgracia, muchas veces llegan a puestos altos sin ser talentosos ni estudiosos de la política, pero también siendo personas muy indiscretas, lo que se traduce en perjuicio de las causas que representan.

En la vida personal, la indiscreción puede llevar a cualquier persona a tener una relación tormentosa con amigos, vecinos y hasta con la propia pareja y familia.

En la política el asunto es mucho más delicado porque esa actividad envuelve a los Estados y pueblos, y por tanto,  a muchos intereses, que no estarían bien cuidados por funcionarios o políticos indiscretos.

En política la indiscreción tiene consecuencias funestas. Un político indiscreto, es decir, incapaz de guardar un secreto y de hablar sólo cuando debe hacerlo, está llamado a cometer errores que habrán de conducirlo derechito al fracaso.

Una característica del perfil psicológico del pueblo dominicano es la indiscreción. En realidad, esa es una característica de los pueblos latinoamericanos, que a diferencia de los orientales, tienen la lengua muy suelta, todo lo hablan, lo mismo las cosas insignificantes como las importantes. No son pocos los movimientos políticos, a lo largo de nuestra historia, que han fracasado a causa de la indiscreción de personas, que aún movidas por nobles sentimientos, no han sabido guardar el secreto de lo que se está fraguando.

En este artículo quiero referirme a la indiscreción de Norberto Torres, que llevó al fracaso a uno de los movimientos más potentes y con mayor ramificación contra la Anexión de la República Dominicana a España ocurrida oficialmente el 18 de marzo de 1861.

Aunque al ser proclamada hubo alguna resistencia a ella, como el movimiento de San Francisco de Macorís del 23 de marzo, o el de Moca el 2 de mayo, e incluso también, el levantamiento de Francisco del Rosario Sánchez en mayo, la verdad es que, como dice el profesor Juan Bosch, «Las grandes mayorías del pueblo….aceptaron la Anexión con la misma naturalidad con que aceptaban la llegada de las lluvias de agosto».

Y la aceptaron porque pensaban que la Anexión, esa que suprimía nuestra independencia y nos convertía en una provincia ultramarina de España, mejoraría sus miserables vidas.

Pero como sus vidas empeoraron en vez de mejorar, entonces vino el desengaño y la irritación colectiva se expandió por todo el territorio, y de manera muy especial, por el Cibao y la Línea Noroeste.

Para febrero de 1863, había por toda esa región una gran conspiración, dirigida por José Cabrera y Santiago Rodríguez, que estaba planificada para iniciarse el 27 de febrero. Pero una indiscreción de Norberto Torres, uno de los patriotas, de quien el historiador Pedro M. Archambault dice que era ”uno de los más briosos patriotas», precipitó los acontecimientos y eso condujo a la derrota del movimiento.

El hecho ocurrió en Guayubín estando Norberto en la casa de una querida suya cuando fue saludado por un soldado español que le llamó paisano. Norberto, estando borracho, al oír que el español le decía paisano, se sintió indignado y le respondió: «¿Paisano yo de usted? Dentro de cinco días ustedes sabrán lo que les viene encima».

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Entre los españoles circulaban los rumores de una gran conspiración, pero no sabían quiénes la dirigían ni cuándo iba a estallar ni por dónde. No hay dudas de que la indiscreción de Norberto Torres, cometida en un estado de embriaguez, los alertó. El soldado español tuvo el tino de percatarse de que aunque Norberto estaba borracho, su expresión correspondía a algo que pudiera estar ocurriendo.

El soldado no echó esa indiscreción en un saco roto ni perdió tiempo. Inmediatamente informó al capitán de la plaza de Guayubín lo que había escuchado, y éste, diligentemente, ordenó el apresamiento de Torres.

Ocurrió entonces que cuando los españoles quisieron apresar a Torres, éste huyó tirándose al río Yaque y fue a avisarle al coronel Lucas Evangelista de Peña, que vivía en El Pocito y que era el encargado de la conspiración en esa comarca.

De Peña, al saber que la conspiración estaba ya descubierta, procedió a convocar a los campesinos y a atacar la Plaza de Guayubín. El comandante de la Plaza era nada menos que el general Fernando Valerio, es decir, el hombre que diecinueve años atrás había encabezado el 30 de marzo la carga de los andulleros contra el ejército haitiano, pero no pudo impedir que la plaza cayera momentáneamente en manos de los patriotas dominicanos.

El caso es que por todas partes hubo que precipitar los acontecimientos sin estar preparados aún para ellos. Fue lo que ocurrió, por ejemplo, en Montecristi o en Sabaneta donde se levantó Santiago Rodríguez. Pero también en Santiago, donde estaba el grupo más importante de la conspiración, y que hubo de levantarse, aunque, como aseguran Pedro M. Archambault y Juan Bosch, «carecían por completo de armas».

La conspiración estaba programada para el 27 de febrero y el plan era dar un golpe generalizado en todo el Cibao el mismo día, pero al ser adelantada cinco días todo se hizo como no estaba planificado, lo que se tradujo en un fracaso rotundo.

Los jefes de la conspiración, Santiago Rodríguez, José Cabrera, Benito Monción, Lucas Evangelista, José Antonio Pimentel y otros tantos, convencidos del fracaso, retrocedieron a Haití, desde donde regresarían la madrugada del 16 de agosto para iniciar la gloriosa gesta de la Restauración, que habría de terminar sólo con la derrota del aguerrido y experimentado ejército español a manos de  los restauradores dominicanos, en su mayoría campesinos descalzos y harapientos, hecho que coloca al pueblo dominicano en la galería de los pueblos valientes, bravos y aguerridos.

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