Perspectiva

Juan Pablo Duarte: patriotismo, fe y táctica

Por Farid Kur

Colaboración/elCorreo

PERSPECTIVA: Juan Pablo Duarte, nuestro Padre de la Patria, con su coraje, tenacidad y sacrificio, simboliza la existencia misma de la República Dominicana. El fundador de La Trinitaria es sin duda la principal figura de nuestra independencia. Su tarea fue titánica y rodeada de muchas vicisitudes. Su vida no fue un lecho de rosas. Enormes fueron los obstáculos a los que hubo de enfrentarse en el camino de la libertad.

Nunca claudicó en su propósito libertario. Siempre fue firme en su criterio de que era posible lograr la separación de Haití y mantener la independencia. Mientras diferentes sectores aprobaban la separación de Haití pero sostenían el criterio de que había que arrimarse a una potencia, fuera a Francia, Inglaterra o Estados Unidos, el fundador de La Trinitaria fue firme e inflexible en la postura de que la República Dominicana debía ser libre e independiente de toda potencia extranjera.

Para Duarte no se trataba solo de separarnos del dominio haitiano. Se trataba de lograr la independencia, de ser libres. Para Duarte, como para Martí, la patria es ara y no pedestal, y esa divisa sublime lo define todo.

Pero la vida de Duarte no es solo pasión libertaria. También supo en momentos decisivos combinar la estrategia con la táctica, algo clave para el éxito de cualquier empresa política y más cuando se trata de una lucha por la independencia, donde se requiere, no solo de tenacidad y amor por la patria, sino además de mucha ingeniosidad, creatividad, y la sumatoria de diversas fuerzas y clases sociales, lo cual solo se logra si el líder no confunde la estrategia con la táctica y viceversa.

En la vida de Juan Pablo Duarte abundan los hechos políticos que evidencian lo dicho en el párrafo anterior.

Fue él quien propició la importante alianza táctica con los reformistas haitianos que luchaban contra el dictador Boyer, para lo cual envió a Haití primero a Juan Nepomuceno Ravelo, y al no poder éste concretizar la pretendida alianza, en vez de amilanarse, envió entonces a Matías Ramón Mella, quien sí pudo concretizarla.

Fue él, también, quien posteriormente, convencido de que los hateros eran una fuerza social y económica dominante, y por consiguiente, de importancia fundamental para la causa dominicana, viajó a El Seybo a ver a los hermanos Ramón y Pedro Santana, para hablarles del proyecto independentista y producir una alianza con ellos.

Se trató, evidentemente, de dos pasos tácticos importantes, demostrativos de que Juan Pablo Duarte, El Apóstol de nuestra independencia, tenía la lucidez política suficiente para no confundir su objetivo estratégico con los pasos tácticos, lo cual es una condición básica para el éxito de cualquier líder.

Es decir, no perder de vista lo principal, lo que se quiere, el objetivo. No perderse en los detalles, sino perseguir el principal objetivo. Y eso fue lo que Duarte hizo al producir esas dos alianzas, sin las cuales, nuestra independencia nacional hubiese sido muy difícil de lograr, al menos en febrero de 1844.

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Pero en adición a lo anterior, debe decirse que una cualidad impresionante de Duarte fue su profunda fe en el porvenir dominicano. Para 1838, año de la fundación de La Trinitaria, Santo Domingo era una ciudad que no podía tener más de 7 u 8 mil habitantes, de los cuales, no podían llegar a 3 mil los que tenían más de 18 años.

Había que tener una fe inquebrantable, de esas que mueven montañas, para pensar y tener la firme convicción de que con tan escasa base humana era posible derrotar la dominación haitiana. Pero Duarte no sólo tuvo esa fe, no sólo derrochaba e inyectaba optimismo a sus seguidores, sino también supo ejecutar adecuadamente los pasos necesarios para convertir esa fe y esa visión en realidad, y entre esos pasos estuvo en primera fila su capacidad para seleccionar correctamente los hombres que podían junto a él dirigir la obra independentista.

Y por último, Duarte siempre tuvo claro que la lucha no se limitaba a separarnos de Haití, sino a convertir esta parte de la isla en una república independiente de cualquier potencia extranjera. Cuando los hateros encabezados por Pedro Santana y Tomás Bobadilla le fueron con el cuento de que había que adherirnos a Francia porque no estábamos en capacidad de independizarnos de Haití, se puso furioso y les recalcó: «República Dominicana ha se ser libre de toda potencia extranjera o se hunde la isla». Eso se llama patriotismo. Lo otro era simplemente anti-haitianismo.

Lamentablemente, en esa lucha de poder y de visiones, terminaron triunfando los hateros, que no eran patriotas, sino anti-haitianos. Pedro Santana, que nunca tuvo fe en el destino y porvenir de los dominicanos, terminó siendo presidente de la República, y Juan Pablo Duarte, el líder de la independencia, terminó siendo declarado traidor a la patria por Santana y desterrado. Y no fue fusilado por Santana, porque un prestamista judío convenció a Santana que eso sería un grave error.

Ahí está una de las raíces de nuestra desgracia. La República nació con una falla: la de llevar  a la presidencia a un hombre que no creía en la independencia, mientras que el que debió ser presidente, el que creía en el proyecto de independencia, le tocó sufrir las amarguras del exilio.

Pero la vida da muchas vueltas y el tiempo pone cada cosa en su lugar. Hoy Santana está en un zafacón de la historia y Duarte en el pedestal más alto.

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