Fin de Mubarak: ¿Una lección política?

Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: En diciembre de 2010 en un pueblo de Túnez, un vendedor ambulante de frutas se prendió fuego frente al edificio del Ayuntamiento en protesta por los impuestos que agravaban su miserable vida. En principio parecía un hecho aislado. Pero pronto la inmolación del frutero iba a desencadenar un mar de manifestaciones en Túnez y en otros países de la región. A causa de esas manifestaciones el presidente tunecino, Ben Ali, huyó a Arabia Saudita. Aquellos acontecimientos se conocieron en el nombre de “Primavera árabe”.
Egipto fue uno de los varios países impactados por los acontecimientos de Túnez. Apenas días después millares de jóvenes egipcios se lanzaron a la Plaza Tahrir a pedir la renuncia del presidente Hosni Mubarak que había llegado al poder en 1981 tras el asesinato del presidente Anwar el Sadat. Como su antecesor se alineó con Occidente, y específicamente con Estados Unidos e Israel.
Al momento de ocurrir esos acontecimientos, nada perturbaba a Mubarak. Había sorteado diversos conflictos y parecía tener control total de Egipto. Pero el presidente norteamericano, Barak Obama, no pensaba igual que él. Los norteamericanos monitoreaban el Medio Oriente y sabían que la situación se estaba tornando álgida y les preocupaba lo que pudiera acontecer en Egipto.
Obama y parte de su importante equipo para esa región entendían que debía considerarse la opción de la renuncia de Mubarak como una forma de frenar las manifestaciones. Les preocupaba, eso sí, quién podía sustituir a Mubarak. Pero sostenían en firme que debía haber un cambio y que ese cambio debía empezar por la renuncia de Mubarak al poder.
Egipto y Estados Unidos se llevaban de mil maravillas. Eran socios y aliados. Egipto recibía miles de millones de dólares y mucha ayuda militar de Estados Unidos. Y Egipto servía en la región a los intereses norteamericanos e israelíes. Egipto era una pieza muy buena para la estabilidad de la región. Pero los intereses del imperio ahora dictaban que el aliado Mubarak debía marcharse. Y en eso los gringos no juegan.
Son amigos y aliados hasta que se afecten sus intereses. Tan pronto la permanencia de un aliado los afecta no dudan un segundo en sacarlo del poder. Algo similar ocurrió en República Dominicana cuando a principios de la década de los sesenta entendieron llegada la hora de salir de Rafael Leónidas Trujillo, que había sido un excelente aliado en la lucha contra el comunismo. No lo dudaron dos veces para apoyar el complot contra el tirano dominicano.
Mientras a Obama le preocupaba la situación de Egipto, Mubarak parecía muy ajeno a las multitudinarias manifestaciones que ocurrían a su alrededor. Es una conducta frecuente de los dictadores que siempre creen que con el apoyo militar y la represión pueden aplacar cualquier intento de derrocarlos. Por eso cuando días después Obama le llamó para manifestarle su preocupación Mubarak le dijo que no había de qué preocuparse, que él tiene el control y que pronto esas protestas se apagarían. En sus memorias, dice Obama, que terminó diciéndole: “Egipto no es Túnez”.
Los gobernantes sufren de ese mal. Solo ven y escuchan lo que quieren ver y escuchar. ¿Cómo puede un gobernante como Mubarak con 31 años en el poder darse cuenta que había llegado la hora de partir? Muy difícil. Pero a los gringos no se engaña fácil. Estos operan desde otra lógica y tienen organismos para investigar y aclarar las confusiones. Obama sí se daba cuenta que la situación de Mubarak era insostenible y que su hora de partir había llegado. Mubarak había perdido toda legitimidad frente al pueblo.
Las manifestaciones siguieron cada vez con más fuerza. En un intento de acallar las protestas Mubarak se dirigió a la nación prometiendo que no se presentaría de nuevo a las elecciones pero que dejaría en la presidencia a su vicepresidente para preparar las elecciones. Era una manera de ganar tiempo. El pueblo se dio cuenta, no le creyó nada y siguió protestando. De igual manera en Estados Unidos primó la idea de que se trataba de una maniobra, no de una real intención.
Ningún déspota, como lo era Mubarak, se va del poder sin presentar batalla. No es fácil convencerle de que debía descender del caballo de la nación que había cabalgado exitosamente durante 31 años. Obama sabía eso. Por eso días después volvió y lo llamó y le ofreció una salida negociada. Una retirada ordenada, o como diría el propio Obama “una salida elegante”. Pero Mubarak no entendía nada. Maniobraba y decía cosas, pero en el fondo de su alma quería seguir siendo presidente de Egipto.
Obama llamó por tercera vez a Mubarak y ésta vez le habló claro. Le habló como el jefe de un imperio. En la página 782 de sus memorias Obama afirma que le dijo a Mubarak lo siguiente: “en mi opinión si seguía en el cargo y demoraba el proceso de transición las protestas continuarían y probablemente se descontrolarían…Había llegado el momento de que dimitiera y utilizara su prestigio para contribuir a la llegada de un nuevo gobierno egipcio”.
Frente a la decisión enérgica de Obama, Mubarak reaccionó con desagrado y en un tono elevado dijo: “Usted no entiende la cultura del pueblo egipcio”. Obama, sigue narrando: “Reconocí que no sabía tanto como él sobre la cultura egipcia y que llevaba mucho más tiempo que yo en la política. Pero hay momentos de la historia en los que, porque las cosas hayan sido iguales en el pasado, no tienen por qué serlo en el futuro. Usted ha servido bien a su país durante más de treinta años. Quiero asegurarme de que aprovecha este momento histórico de un modo que deje un gran legado para usted”.
Obama le había dado el mejor consejo para una salida elegante. Una retirada con honores. Sin embargo, Mubarak no alcanzaba a ver lo que debía ver. Seguía aferrado al viejo criterio de que lo que ocurría en la Plaza Tahrir eran emociones pasajeras llamadas a diluirse pronto.
Al otro día de esa conversación Estados Unidos emitió un comunicado categórico que no dejaba dudas de su postura: «Hosni Mubarak debía dimitir ya». Y para no hacer el cuento muy largo diré que ese comunicado vio la luz la primera semana de febrero de 2011 y el 11 de ese mes el dictador renunció del cargo.
Pero quedó tan mal que la decisión ni siquiera la anunció él, sino su vicepresidente. Ocurrió que el ejército egipcio, instigado por sus colegas del Pentágono, le retiró el apoyo. Mubarak quedó desguarecido, o como decimos por aquí, como perico en la estaca. Y no solo renunció, sino que pronto fue apresado, sometido a un juicio penal y sentenciado a cadena perpetua.
La condena fue interrumpida porque años después cambiaron las cosas y fue absuelto. Pero es un hecho que la ambición desmedida por el poder llevó a ese veterano y astuto hombre de la política del Medio Oriente a no saber calibrar correctamente el momento, nacional e internacional, y en consecuencia a actuar erráticamente al no saber organizar su retirada de forma elegante, ordenada y honorable cuando su aliado Barak Obama le ofreció todas las posibilidades de hacerlo.
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