Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: El 27 de febrero de 1961 el profesor Juan Bosch, desde el exilio, escribió una carta al dictador Rafael Leónidas Trujillo en la que esencialmente le decía que la atmosfera política en América Latina le obligaba a abandonar el poder, y que de no hacerlo la sangre, en el concepto bíblico, podía llegar a su casa. Trujillo no hizo caso a esa recomendación, y efectivamente la sangre llegó a su casa menos de 100 días después de escribirse esa carta.
Pero al margen del fondo de la carta el profesor, justo en el primer párrafo, hace referencia a la capacidad de los pueblos de América Latina de aguantar atropellos. Y lo dice así: “La República Dominicana es parte de la América Latina, y debido a su paciencia evangélica para sufrir atropellos….”.
Ciertamente eran tiempos en que América Latina estaba plagada de dictaduras y la «capacidad evangélica de nuestros pueblos para soportar sufrimientos» era inmensa. Pero desde entonces es mucho lo que ha llovido.
Mediante un proceso gradual, pero sostenido, todas las dictaduras fueron sustituidas por regímenes democráticos. Hay países que lo hicieron más rápido y mejor que otros, pero al fin y al cabo, la democracia ya hoy es una realidad irreversible en América Latina. Y con la democracia la capacidad de soportar atropellos ha disminuido bastante.
II
En la República Dominicana, tras la muerte de Trujillo, vino un proceso de mucha inestabilidad, que terminó en 1966 cuando el doctor Joaquín Balaguer volvió al poder y estableció un gobierno de fuerza, aunque no una dictadura al estilo de Trujillo.
En 1978 ese régimen fue sustituido por el gobierno del PRD encabezado por Antonio Guzmán, dando inicio a la democracia. Para muchos es en ese momento que se puede hablar de gobiernos democráticos en la República Dominicana.
Se inaugura la etapa del poder de los partidos. La democracia basa su funcionamiento en la dinámica Estado-partidos y ciudadanos. En esa etapa los partidos adquieren mucho poder. Son los que postulan los candidatos presidenciales, los que llevan los funcionarios, y aunque los candidatos son elegidos mediante competencias democráticas, la realidad también es que ya en el poder el presidente y sus funcionarios se sienten con el poder suficiente para hacer lo que quieran.
Los partidos, apoyados en la corrupción estatal y privada, se convirtieron en un mecanismo de ascenso social y económico para las élites partidarias, que en cierta forma, pasaron a sustituir el poder de los dictadores. Los partidos pasaron a ser los dictadores modernos, pero que llegaban al poder legitimados por el apoyo popular.
Los ciudadanos ingresaban a los partidos, tenían derecho a criticar y participar en reuniones y mítines, pero en los hechos las élites partidarias se enriquecían a la luz del día y disponían a sus anchas de lo bueno y malo.
III
Pero esa situación, como todo en la vida, no sería eterna. El internet que empezó a masificarse en el siglo XXI iba a cambiar la forma de hacer política, el concepto de democracia, pero sobre todo iba a disminuir el poder de los partidos.
Con las redes sociales, la velocidad de las noticias, los celulares inteligentes, iba a surgir en toda América Latina un nuevo ciudadano. Un ciudadano que aunque participa en las elecciones aborrece a los políticos. Un ciudadano empoderado, cuestionador, informado, con capacidad de movilizarse sin los partidos.
En síntesis el ciudadano ya perdió el miedo a los políticos y al Estado. Eso que Juan Bosch señalaba en 1961 de la «capacidad evangélica para sufrir atropellos» quedó en el pasado.
Hoy hay una inversión de las jerarquías. Ya no se trata del poder del dictador o de los partidos. Ahora hay un nuevo poder, el poder del ciudadano. El ciudadano tiene el poder para intervenir y obligar a los gobiernos a adoptar o modificar decisiones. Y ese poder cada vez irá en aumento.
Vivimos tiempos donde incluso se puede hablar de la tiranía de la opinión pública, que muchas veces sin tener el suficiente entendimiento en determinado tema su empoderamiento es de tal magnitud que los gobiernos se ven compelidos a cambiar de rumbo para no entrar en conflicto con ella.
La República Dominicana, como toda América Latina, vive esa etapa. Ni los partidos ni el Estado ya pueden imponer sus políticas sin sufrir las consecuencias. El ciudadano las acepta solo si van de acuerdo con sus sentimientos.
IV
En las pasadas elecciones el PRM arrasó. Ganó todo. Su control, de todos los estamentos es absoluto. Ese poder los llevó a entender que podían hacer lo que les parezca sin tomar en cuenta la opinión de los ciudadanos. Grave error, que denota desconocimiento del mundo de hoy, caracterizado por el empoderamiento del ciudadano que no le otorga un cheque en blanco ni al presidente ni a su partido. Ni a nadie. El apoyo en las urnas en una coyuntura determinada no es un apoyo a todas las decisiones.
El gobierno, creyendo que podía hacer y deshacer, como en los mejores tiempos del reino de los partidos, quiso imponer una reforma fiscal. El mismo pueblo que los llevó al poder se paró en dos patas y obligó al gobierno a retirarla. Es una prueba clara del poder ciudadano.
Los tiempos han cambiado y los políticos deben cambiar. El poder que tenían antes de la explosión de las redes sociales es diferente al de ahora. Ejercer el poder en estos tiempos requiere de mucho talento y sabiduría. En la era del poder de las redes sociales, el poder ciudadano es indiscutible, y es tan fuerte que puede obligar a los gobiernos a modificar decisiones importantes. Con una agravante: hoy las gentes se entusiasman rápido y se desencantan más rápido aun.
Gobernar en ese contexto, en el contexto del poder de los ciudadanos, se vuelve un desafío y una verdadera obra de buen manejo público y político.
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