Colaboración/elCorreo.do
PERSPECTIVA: Una de las personalidades más representativas del siglo XX en nuestro país fue, sin lugar a dudas, don Luis Julián Pérez, político, abogado, economista e intelectual de grandes luces y figura señera de la desaparecida entidad patriótica Unión Nacionalista. Su dilatada carrera en el servicio público fue notable y se le reconoció siempre por su probada honestidad y capacidad. En esta oportunidad deseo resaltar uno de sus artículos publicado hace más de 45 años, o sea, en la década de los años setenta del pasado siglo, en el que advertía sobre la situación haitiana y su impacto en la sociedad dominicana.
Su ensayo, titulado “El caso haitiano” y recogido en su obra “La democracia nuestra (un testimonio)”, es esclarecedor al observar lo que está sucediendo al cabo de casi medio siglo después de haber sido publicado. Advertía a la sazón el autor que “estamos en la gran encrucijada. O nos lanzamos por el camino del honor con la debida inspiración patriótica, con un renunciamiento absoluto de todo interés egoísta, o tendremos que reconocer el sacrificio vergonzoso, tantas veces repetido en la historia dominicana de participar en la perdición y ruina de la República, por falta de liderazgo y respeto a los principios y al ejercicio de las más elementales virtudes ciudadanas”. Ciertamente señalaba la pérdida de valores que ya se advertía en aquel entonces, y efectivamente se está comprobando con los acontecimientos que estamos viviendo.
La experiencia de un hombre de Estado, como fue don Luis Julián Pérez, no puede pasar desapercibida por las presentes generaciones de jóvenes que no tuvieron la fortuna de conocerle. En su artículo apunta que el problema principal que tiene nuestro país desde su nacimiento es precisamente el drama del vecino, pues son dos naciones que comparten la misma isla, y desde siempre nuestra nacionalidad se ha encontrado bajo asedio por las dificultades propias de compartir el mismo espacio geográfico. Destaca las profundas diferencias culturales, económicas y sociales entre ambos pueblos, reconociendo, a su vez, que se impone un entendimiento pacífico y amigable para convivir en un clima de paz, comprensión y tolerancia. En otras palabras, analiza el tema con la sobriedad característica de su experiencia y la imparcialidad y objetividad propia de un académico.
Reconoce que los problemas de los vecinos siempre impactarán a los dominicanos, toda vez que se debe realizar un esfuerzo por resolver las dificultades de aquel lado, para así mitigar el éxodo haitiano hacia nuestro territorio. Al abordar el aspecto del elevado índice de natalidad y de la eventualidad de adoptar controles sobre la misma, nos enseña: “ (…) de qué nos sirve tomar medidas con tal propósito, si nuestros vecinos haitianos nos transfieren sus excedentes humanos y no se sujetan a las mismas providencias de regulación poblacional”. Ciertamente esa profusión de población, sumado al escaso territorio devastado por sus atávicas costumbres, constituye una amenaza vital para los dominicanos. En cuanto a la propuesta de reducir el índice de natalidad entre nosotros expresó: “Lo único que se conseguiría con su puesta en práctica en nuestro país sería ponernos en condiciones de inferioridad numérica, exponiéndonos a que, el día menos pensado, el derramamiento de toda esa población sobre nuestro territorio, por razones vitales, que ponga en serio peligro la soberanía nacional”. Precisamente esa es la situación por la que estamos atravesando en estos momentos.
Su clarividencia fue asombrosa al afirmar que el control demográfico debería ser de ambos países, dado que, en caso contrario, a largo plazo se produciría una sustitución de población. Y efectivamente eso es lo que ha pasado frente a la indiferencia y complicidad de la clase dominante, 46 años después de haberse escrito ese artículo, cuando todavía la dimensión del problema era menor que en la actualidad. Al examinar la invasión pacífica de nuestro territorio indicó con meridiana claridad: “El territorio nacional está siendo invadido pacíficamente por grandes cantidades de haitianos que pasan nuestras fronteras subrepticiamente o con el respaldo de determinadas autoridades. A veces vienen a cortar caña en la zafra azucarera, otras veces a la recolección del café o de otro cultivo; pero ya se encuentran haitianos ocupados en todas las actividades del quehacer humano (…)”. Concluía que esta desnacionalización de la mano de obra es sumamente negativa para la nacionalidad dominicana y, además, aumenta el desempleo al ocupar los haitianos los puestos de trabajo que corresponden a los dominicanos.
Denunciaba las maniobras para expedir actas de nacimientos tardías para favorecer a los haitianos con la nacionalidad dominicana, amparándose en cédulas falsas para permanecer en territorio dominicano sin ser molestados por las autoridades. Más claro no pudo haber sido este ilustre dominicano, puesto que a pesar de todo lo que ha ocurrido desde aquel tiempo hasta la fecha, todavía un grupo de voceros, al servicio del poder extranjero, se empeñan en decir que no existe una conspiración contra nuestra soberanía. Cuanta desvergüenza, desprecio hacia sus compatriotas y escaso amor patrio de tantos voceros criollos que continúan sirviendo desde adentro a los ignominiosos planes foráneos para fracturar nuestra identidad. Asimismo, don Luis Julián resaltaba la desnaturalización de usos, costumbres y tradiciones dominicanas como consecuencia de las vastas regiones del país ocupadas por extranjeros.
En ese sentido, manifestaba su preocupación al exponer: “Los bateyes de los centrales azucareros están habitados, casi en su totalidad, por familias haitianas que, zafra tras zafra, se quedan en el país y nunca regresan al suyo, reproduciéndose en cantidad asombrosa con niños que vienen a ser nacionales dominicanos por el jus soli, de acuerdo con la Constitución de la República”. Su preocupación por este asunto le animó para advertir al Gobierno de entonces sobre la necesidad de adoptar las medidas necesarias para corregir esta situación. Sin embargo, ni en ese momento, así como tampoco en los 46 años transcurridos desde que se publicó su artículo, se ha tomado ninguna medida seria, responsable y enérgica a fin de hacer respetar nuestra soberanía. Todavía ningún gobernante ha cumplido su misión fundamental: defender al país sobre todas las cosas, o sea, preservar el interés nacional por encima de cualquier circunstancia.
Apelando a la solidaridad, sentimientos de humanidad y desprovisto de prejuicios, don Luis Julián invitaba a las autoridades a buscar soluciones dentro de un marco de armonía para alcanzar así una mejor convivencia entre los dos países. Ahora bien, exhortaba a no abandonar la debida firmeza para contrarrestar proyectos malsanos, en caso de que existiesen, que puedan comprometer “en lo más mínimo nuestra nacionalidad”. Así de simple, con una mano de seda y otra de hierro se debería tratar este problema, al que la mayoría de los políticos no le han prestado la importancia requerida, y que ya no admite mayores dilaciones o posposiciones. Finalmente llegaba a la conclusión, tantas veces repetida por los que defienden la soberanía nacional, que la responsabilidad del drama haitiano era de la comunidad internacional.
Sobre este punto expresó: ”debemos provocar la atención de las instituciones internacionales, por ejemplo, la Organización de Naciones Unidas y la Organización de Estados Americanos, a fin de que ellas y sus entidades filiales ayuden a buscar una solución racional al problema, proporcionando al haitiano una vida mejor y más humana, aunque toda la comunidad internacional tenga que asumir ciertos sacrificios, pero que no se dejen eventualmente todos ellos, como hasta ahora, a cargo de los dominicanos que siendo asimismo un pueblo subdesarrollado, tiene también grandes problemas que nos resultan difícil enfrentar a nosotros mismos”. Lo que probablemente este hombre noble, preclaro y bien intencionado no llegó a columbrar fue que esa mal llamada comunidad internacional ha resultado ser la principal auspiciadora para resolver el problema haitiano en suelo dominicano.
La buena fe que en aquellos años se le presumía a la comunidad internacional para contribuir en la solución de la crisis haitiana se ha disipado con el discurrir del tiempo. Para orientar hacia nuestro territorio los flujos migratorios y contrarrestar las protestas, se ha valido de todos los medios, especialmente reclutando compatriotas para que sirvan de caballo de Troya y así debilitar los cimientos de nuestra identidad. Reitero que estas infames maquinaciones no arrojarán ningún resultado positivo; por el contrario, el pueblo dominicano, independientemente de su comprometida clase política y empresarial, tomará en cualquier momento las riendas de su propio destino y solucionará el problema de un solo tajo. De todos modos, el testimonio de este gran dominicano que fue don Luis Julián Pérez, al igual que otros que ya han partido hacia lo desconocido, sirven de guía orientadora a una población cuya impotencia se acentúa en frustración, pudiendo desencadenarse situaciones lamentables por el cúmulo de atropellos cometidos en su perjuicio.
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