Farid KuryPerspectiva

De héroe a asesino

Por Farid Kury

Colaboración/elCorreo.do

PERSPECTIVA:  Aquel 26 de julio de 1899 iba a ser el último día del dictador Ulises Heureaux, (Lilís). Unos corajudos se encargaron de ejecutarlo en Moca, adonde había acudido el día anterior. El sangriento hecho ocurrió alrededor de las dos de la tarde en el colmado de su compadre Jacobo de Lara. La conjura era dirigida por Horacio Vásquez, un mocano carismático que llegaría a ser presidente de la República tres veces y un líder político de mucho arraigo. Aunque era quien movía los hilos de la conspiración, no estuvo en el lugar del tiranicidio. Quienes sí estuvieron en el lugar y se vieron cara a cara con Lilís fueron Ramón Cáceres, alias Mon, y Jacobito de Lara. Mon, de 33 años, llegaría a la presidencia solo seis años después y duraría en ella también seis años. Moriría, como Lilís, asesinado, el 19 de noviembre de 1911, en la capital cuando daba su paseo dominical.

Jacobito, mozalbete de apenas 17 años, era hijo de Jacobo de Lara,  y ahijado de Lilís. Sin embargo, no valoró ese sagrado vínculo cuando decidió participar en el complot y casarse con la gloria. Aquella tarde le tocaría a él disparar el primer tiro, y a Mon los siguientes cinco que acabaron con la vida del tirano, que nunca le tembló el pulso para matar a enemigos y amigos.  Ya en el suelo, José Brache, otro conjurado, le metió  dos tiros más en el pecho. Con su disparo primero, que hirió al tirano en la nuca y en la oreja derecha, Jacobito entró en la historia dominicana por la puerta grande, como un héroe que se enfrentó de tú a tú nada menos que al temido Lilís, dueño de  historias, reales y ficticias,  que hablan de su valor, cinismo, astucia y temeridad.

Se sabe que entre Horacio y Lilís, luego de un corto período de alianza y amistad, arribaron a un largo período de enemistad y de confrontación.  En ese período Horacio cayó preso varias veces, y hubo de exiliarse, tras comprobar que Lilís lo quería linchar, como había linchado a tantos. Ahí nace  su interés de acabar con Lilís por la vía del magnicidio. De Mon Cáceres se sabe que sentía un odio especial por el tirano debido a que se había propagado la versión, no comprobada, de que había mandado a asesinar a su padre, el ex presidente Manuel Cáceres (Memé). Además, por solidaridad con su primo Horacio se entiende su protagonismo en el magnicidio.  Pero ¿Qué pudo llevar a Jacobito a participar en la conjura? ¿Fue el amor a la libertad o simplemente el deseo de participar en una acción heroíca? Las preguntas no son ociosas, toda vez que se trataba de un adolescente que no podía entender aun lo que era la dictadura de Lilís, además de que el dictador era amigo de su padre. Estamos hablando de que entre el dictador y su familia había vínculos importantes. No es por casualidad que Lilís decide aquella tarde visitar a su compadre y no a otra persona del pueblo.

En reconocimiento a su heroicidad, el presidente Juan Isidro Jimenes, le ofrece un cargo público. Pero su papá, Jacobo, alegó que su hijo era muy joven para cargos. Y Jacobito,  que no había consultado con su padre para ultimar a Lilís, obedeció. Se quedó en Moca, donde estaba perdidamente enamorado de su novia Emilia Michel, una joven que al decir de los que la conocieron  era muy hermosa. De ella el doctor Joaquín Balaguer en su libro Los Carpinteros dice: «De tez blanca, de color castaño la cabellera ondulada, de finas líneas el ovalo perfecto del rostro incomparable. Pícara, traviesa, envolvía a todos al pasar en la malla de su coquetería.  Se sabía bella y le agradaba, como a todas las beldades, sentir a muchos admiradores a sus pies, cautivos de sus ojos, pendientes de sus gracias y rendidos a sus encantos».

De esa belleza caribeña Jacobito estaba apasionadamente enamorado. Luego diría que para él siempre fue insoportable estar un día sin ver a Emilia, a quien llamaba Millo. Pero esa relación cargada de amor juvenil terminaría siendo su perdición y la de ella. El pobre Jacobito, una noche, creyendo que su novia había entregado su amor a otro, se montó en unos enfermizos celos, y  la mató. Fue un domingo, en el parque. Ella, como las muchachas de la época, daba vueltas alrededor de la glorieta con sus amigas, cuando un joven, de quien el doctor  Balaguer dice que «era un galán apuesto, fornido como un efecto circense, hermoso como un apolo de piel morena», y quien era señalado por la chismografía como el nuevo amor de Emilia, se le acercó y con una sonrisa a flor de labios la saludó. Ella devolvió el saludo con otra sonrisa. Aquellos saludos no parecían tener importancia. Pero no fue así. De repente, sigue diciendo Balaguer, «del seno de la semioscuridad surgió alguien que se plantó ante Emilia Michel. Hosco, inconocible, amenazante. Se oyeron varios disparos y la joven, bañada en sangre, se desplomó en brazos de sus amigas».

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El homicida no era otro que Jacobito. El mismo mozalbete que dos años atrás había disparado a Lilís, ahora disparaba y mataba a su novia. Meses después, sumido en la soledad de la cárcel, le dijo a una periodista: «…cuando encontré por la calle un corillo en que se decía que ella, mi adorada, amaba a otro…yo no sé…corrí al parque.  Allí estaba ella; él, de quien yo estaba celoso, no muy lejos, gozando del bien de mirarla, bien que era mío, mío solo…me sentí enfermo y pensé salir de este infierno, en volver a mí casa…la encontré en mi camino, impávida, risueña, mientras yo me sentía devorado por todo el rencor  furioso de un loco…No sé lo que hice…No sé cómo pasó la catástrofe».

Lo penoso es que Emilia no estaba enamorada de nadie más que de Jacobito. Pero Jacobito, inmaduro y enfermo de celos juveniles, veía  fantasmas, que los devoraban como a un niño indefenso. El infierno de los intranquilizadores  celos los llevaban a ver a su amada amando a otro. A eso se unían el chisme y los rumores, que en las aldeas, como era Moca entonces, se expanden a una velocidad meteórica, y convierten las mentiras y fábulas en verdades absolutas, y las verdades en mentiras.

Jacobito amaba a Millo y Millo amaba a Jacobito. Ella con solo 16 años y él ya con 19. El aprecio por la vida no tiene límites, pero el amor enfermizo cegó a Jacobito y lo llevó a no apreciar la vida de Emilia, y luego ni su propia vida. Ella fue víctima del temperamento inflamado y de la inmadurez de su amado, y él, víctima del chisme y de los incontrolables celos. Ya en la cárcel él se enteraría de que su amada solo tuvo ojos y corazón para él. Que todo era chisme de la peor estofa. Pero ya era tarde, tristemente muy tarde. El crimen había sido consumado. La sangre había llegado al río. Fue entonces cuando la amargura y el remordimiento terminaron de consumirlo y los llevaron al suicidio. Una noche, en la cárcel de Puerto Plata, donde estaba confinado en espera de una sentencia,  no pudiendo soportar en su conciencia el crimen contra su adolescente novia decidió, valientemente, poner punto final a su vida. Agarró un revólver, tal vez el mismo con el que había disparado a Lilís y matado a Millo, y que extrañamente tenía en su celda, y se disparó, poniendo fin a sus angustias y tormentos, y tal vez, también, reivindicandose ante el amor inocente de Emilia.

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