Perspectiva

Cuando “Cremayera” quiso ridiculizar a Lilís

Por Farid Kury

Colaboración/elCorreo.do

Perspectiva: En la llamada guerra de los seis años, esa que lideraron los generales Gregorio Luperón y José María Cabral, contra las pretensiones del antinacional Buenaventura Báez de anexar La Bahía de Samaná a Estados Unidos, Lilís empezó combatiendo en el norte del país con Luperón. Pero al estancarse la guerra en el Norte decide trasladarse al sur y ponerse a disposición de Cabral. En el Sur Lilís era un desconocido, pero poco a poco, gracias a sus habilidades y valentía en los combates, el moreno empezó a ser admirado, respetado y hasta querido por los soldados.

Su creciente popularidad entre los soldados, como siempre ocurre en las lides militares y políticas, generó celos y disgustos entre algunos oficiales del Estado Mayor de Cabral, que plantearon sin tapujos la necesidad de eliminarlo físicamente. Al final, sin embargo, se impuso la sensatez al prevalecer la idea de enviarlo de regreso al Norte donde, alegaban, la revolución se encontraba aletargada, pese a los intentos del general Luperón de mantenerla viva. Entonces se urdió un plan para ridiculizarlo frente a las tropas y así hacerlo perder todo el prestigio del cual gozaba, para que él mismo optara por retirarse.

Un sargento conocido burlescamente, por su enorme estatura, con el nombre de “Cremayera” fue el escogido para esa infeliz tarea. Se trataba de un hombre casi de siete pies, fuerte, con el cuello alto y grueso como un toro. Era un hombre temible por todo el campamento. Un día, Cremayera, debidamente instruido, aprovechó la hora del almuerzo para ejecutar el plan.

-Oigan, dijo con su voz gruesa, esta coplita que hoy se canta en todos los pueblos del sur:

“Hay en ese campamento
Un negrito mentecato,
Yo pido que lo vigilen
Porque es ladrón como un gato”.

La copla fue recibida con risas y burlas. Lilís, que no ignoraba el significado de la misma, hizo un gran esfuerzo para contener su indignación y conservar su habitual calma. Pero el moreno puertoplateño debía saber que si el asunto se quedaba de ese tamaño se convertiría en el hazmerreír de todos. Esa misma tarde envió dos oficiales de su confianza para invitar a Cremayera a un duelo a muerte al arma blanca en presencia de todo el campamento. Creyéndose imbatible, Cremayera aceptó. Lilís era un hombre de mediana estatura, con poca carne y de apariencia débil, mientras su rival era como una torre difícil de derribar. Durante varios minutos, narra el doctor Joaquín Balaguer en su libro “Los Carpinteros”, los contrincantes cuchillos en mano, se miraron con odio. La tropa contemplaba gozosa el espectáculo como si fuese una pelea entre dos animales y no entre dos soldados. Un toque de corneta inició el duelo a muerte. Se trataba de una lucha entre la agilidad de Lilís y la pesadez o fortaleza de Cremayera. La pelea no duró mucho. Con agilidad impresionante, Lilís esquivó con éxito los lances de su adversario, hasta que al fin fue alcanzado en un brazo ligeramente. Pero Lilís no era de los que retrocedían al primer golpe, a la primera herida. Siguió peleando como el primer gandul, y apenas un par de minutos después, todo el campamento vio, estupefacto y asombrado, a la gran mole derrumbarse, tras ser alcanzada repetidamente por el cuchillo de Lilís, mortalmente herido a los pies de éste. David había vencido a Goliat.

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De aquella confrontación provocada para ridiculizar y desmoralizar a Lilís, éste salió con su moral aumentada, agigantada. Ahí nació la creencia popular, muy dada a la superstición, de que el moreno estaba “untao”. La leyenda fue magnificada y esparcida no sólo por el sur, sino por todo el país. Por todas partes corrió la versión de que la piel de Lilís había sido cubierta por brujos haitianos con un aceite que lo convertía en invulnerable a las mismas balas. Esa leyenda, por increíble que parezca, jugaría un papel importante en la carrera política y militar del moreno, hijo de doña Fefa.

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