Abel Martínez, el coronavirus y el riesgo de la sobreactuación

Redacción/ ElCorreo.do
Lo reconocen sus simpatizantes y una buena parte de sus adversarios: Abel Martínez, alcalde de Santiago, lo está haciendo bien.
Las buenas calificaciones para el político incluyen la forma en que está comandando la crisis del coronavirus en esa ciudad cibaeña.
Hasta ahora, ha tomado decisiones razonables, como pedir el aislamiento de su ciudad, el aseo de calles y eliminación de centros de contaminación, y una efectiva comunicación con los ciudadanos.
Pese a las quejas de algunos sectores que piden más consultas con actores no gubernamentales, hay que reconocer que Martínez ha tenido sentido común y ha entendido la magnitud de la pandemia.
Sin embargo, como escribió el monje asceta Baltasar Gracián, si hay una virtud que es apreciable en un político es la prudencia.
Martínez pone en riesgo su capital político si no logra equilibrar el sentido de la urgencia y la oportunidad del anuncio público.
Así lo demuestra la información que da cuenta de que el alcalde construye una fosa común para miles de muertos en el cementerio municipal de esa ciudad. La idea no es mala, pero anunciarlo es una infausta premonición que llena de pesimismo, cuando no de pavor, a la sociedad dominicana sobre la imposibilidad de salir con éxito relativo de esta encrucijada.
La sobrecogedora información llena de escepticismo a la población sobre la capacidad del país de evitar “un holocausto sanitario”.
El ejecutivo edilicio debe coordinar con las autoridades de Salud Pública y hacer todo cuanto esté a su alcance para evitar defunciones por un virus que pese a su enorme capacidad de propagación, tiene una baja tasa de letalidad en la población general si el servicio público sanitario funciona adecuadamente.
Es un deber de las autoridades prepararse para lo peor, pero no es buena idea crear pánico en la población con anuncios tan tétricos.
Las buenas intenciones y la eficacia administrativa no deben llegar a convertirse en lúgubres augurios de muertes masivas como un destino irremisible.
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